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El problema es el mensajero
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Gonzalo López Alba

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El problema es el mensajero

 Un debate viejo (en el fondo y las formas) para un tiempo nuevo, marcado por el vuelo rasante de sus protagonistas cuando más altura de miras hace falta. Este

Si los diputados socialistas regresaron tibios a sus circunscripciones, los populares lo hicieron eufóricos por haber salvado un match-ballEl discurso de Rajoy tenía por objeto prioritario levantar la moral de su tropa; lo consiguió, pero fue un alivio fugaz y el dibujo que hizo de la realidad resulta más propio de quien la ve desde un helicóptero que a ras de suelo. Fiel a su estilo contradictorio, fue capaz en un mismo discurso de prometer que no vendería brotes verdes para, acto seguido, sacar los pocos que tiene, de prometer no refugiarse en el burladero y fustigar a Rubalcaba con la herencia recibida, y hasta de proclamar que su palabra “vale como un contrato” después de reconocer que ha incumplido su programa electoral. Por decir, hasta dijo que “las instituciones están sanas” y que la corrupción son una pocas “malas hierbas”. También el Gobierno tiene un problema con el mensajero, al que una y otra vez desmienten la Comisión Europea y los hechos, cuando no se desmiente a sí mismo.

En el banco azul, a pesar de las risas y los aplausos, lo que se vio fue a Ana Mato encogida en su asiento, a Luis de Guindos más encorvado, a Cristóbal Montoro festejando como un niño que puede aprobar la asignatura del déficit con un cuatro, a José Ignacio Wert agitando la mano al lado de la oreja por aquello de que por una la entra y por otra le sale, y a Alberto Ruiz-Gallardón pendiente en todo momento de su jefe, no se sabe si para tomar nota o por si pierde pie. En la dirección del PSOE creen que algunos no pasarán de la Semana Santa. En la del PP, que Rajoy salió fortalecido. En la calle, se piensa que nadie se ocupó de sus problemas y, lo que es peor, tampoco se esperaba.

Si los diputados socialistas regresaron tibios a sus circunscripciones, los populares lo hicieron eufóricos por haber salvado un match-ballEl discurso de Rajoy tenía por objeto prioritario levantar la moral de su tropa; lo consiguió, pero fue un alivio fugaz y el dibujo que hizo de la realidad resulta más propio de quien la ve desde un helicóptero que a ras de suelo. Fiel a su estilo contradictorio, fue capaz en un mismo discurso de prometer que no vendería brotes verdes para, acto seguido, sacar los pocos que tiene, de prometer no refugiarse en el burladero y fustigar a Rubalcaba con la herencia recibida, y hasta de proclamar que su palabra “vale como un contrato” después de reconocer que ha incumplido su programa electoral. Por decir, hasta dijo que “las instituciones están sanas” y que la corrupción son una pocas “malas hierbas”. También el Gobierno tiene un problema con el mensajero, al que una y otra vez desmienten la Comisión Europea y los hechos, cuando no se desmiente a sí mismo.