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España, 2013; Francia, 1940
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Gonzalo López Alba

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España, 2013; Francia, 1940

“¿Quién cree aún en el examen final de bachiller, en su capacidad de selección, en la eficacia intelectual de esta compresión didáctica aleatoria?”. ¡José Ignacio Wert,

Foto: José Ignacio Wert (EFE)
José Ignacio Wert (EFE)

“¿Quién cree aún en el examen final de bachiller, en su capacidad de selección, en la eficacia intelectual de esta compresión didáctica aleatoria?”. ¡José Ignacio Wert, 73 años después! La España de 2013 camina a marchas forzadas hacia la Francia de 1940 de la mano de uno de los personajes más dañinos del Gobierno, junto con la ministra de Sanidad, Ana Mato, por los efectos duraderos de sus políticas, que se proyectarán sobre generaciones de españoles.

La pregunta entrecomillada al comienzo forma parte de las Notas sobre la reforma de la Enseñanza que el historiador Marc Bloch -para algunos, el mejor del siglo XX- legó como parte de su análisis y testimonio del “desastre francés de 1940”, del que culpó, en primer lugar, a “la incapacidad de los mandos”, a la que se sumaron un régimen político “corrupto hasta la médula” y un pueblo “degenerado”, de modo que -como ahora España- la nación sólo podía resurgir con “una toma de conciencia colectiva”. Incorporadas en la versión que de La extraña derrota editó Crítica en 2003, constituyen, como todo el libro -incluidas las referencias a los aspectos bélicos de la época, si se toman metafóricamente-, un material para la reflexión y la acción que debiera estar en la mesilla de noche de todo ministro de Educación cuyo afán sincero sea mejorar el capital humano de su país, su inteligencia.

Los males no llegaron con el Gobierno del PP, estaban ahí, como poco -y es muy poco- desde que con el plan Bolonia se “mercantilizó” la Universidad

Desde las primeras líneas, el mencionado capítulo parece un retrato en vivo de los males de la España de nuestros días: “En la esfera tanto de la estrategia, como de la práctica administrativa o, simplemente, de la resistencia moral, el desmoronamiento se ha producido ante todo entre nuestros dirigentes y (¿por qué no tener el valor de reconocerlo?) en una parte sustancial de nuestro pueblo; ha sido una derrota tanto de la inteligencia como del carácter. Lo que equivale a decir que, entre sus causas profundas, las deficiencias de la formación que nuestra sociedad impartía a sus jóvenes han tenido una función decisiva”.

Educación, ¿para qué?

Porque los males no llegaron con el Gobierno del PP, estaban ahí, como poco -y es muy poco- desde que con el plan Bolonia se 'mercantilizó' la Universidad, como denunció el profesor de Filosofía Carlos Fernández Liria (¿Para qué servimos los filósofos?, Catarata), pervirtiendo la función básica que le atribuye Hugh Heclo (Pensar institucionalmente, Paidós): “Preparar a unos ciudadanos para la vida con una amplia educación”, en vez de limitarse a formar trabajadores para un mercado laboral incapaz de asimilar a toda la mano de obra en oferta, cualificada y sin cualificar.

Pero Wert parece empecinado en agravar los males en lugar de corregirlos. No sólo pervierte con su reforma la esencia de un buen sistema educativo, sino que, con su política de becas, en la práctica restringe el acceso a la enseñanza superior a los privilegiados (pudientes y lumbreras), obviando que la fortaleza de un puente se mide por la de sus pilares más débiles. La idea de fondo se remonta a tiempos inmemoriales, como nos recuerda José Álvarez Junco (Mater Dolorosa, Taurus): “Cuando los ministros de Carlos III arrebataron de manos de los jesuitas la educación superior, mantuvieron la idea de que ésta debería dirigirse a la nobleza o las clases acomodadas. Para el pueblo trabajador, en cambio, reservaron escuelas o centros donde pudiera ser educado de manera “útil”.” ¿Útil para quién?

Wert parece empecinado en agravar los males en lugar de corregirlos. No sólo pervierte con su reforma la esencia de un buen sistema educativo, sino que, con su política de becas, en la práctica restringe el acceso a la enseñanza superior a los privilegiados

Como señala José Saturnino Martínez (Estructura social y desigualdad en España, Catarata) “las probabilidades de ser “nini”, mileurista o fracasar en la escuela están claramente relacionadas con el origen social, por lo que no es exagerado hablar de trayectoria de clase”. Como muestra, un dato: “El 7 por ciento de los hijos de profesionales liberales fracasan en la escuela, porcentaje que asciende al 34 por ciento para los hijos de campesinos”. Y ningún país que se precie prescinde –ni puede prescindir- del 34 por ciento de su población.

Un examen de conciencia

Con la ley Wert, como ya advirtió Bloch, que ejerció la docencia en Historia y Geografía, no se invitará a los estudiantes a adquirir conocimientos, sino que directamente “se les invita a preparar el examen”, condenándolos a “una repetición obsesiva de pruebas” y reforzando los vicios que se debían erradicar: “El temor ante cualquier iniciativa, tanto por parte de los maestros como de los estudiantes; la negación de la curiosidad; el culto del éxito, que ha suplantado al gusto por el conocimiento”. Con su política educativa, como ya ocurrió en la Francia de la primera mitad del siglo pasado, formaremos “a jefes de empresa que, pese a ser buenos técnicos, no conocen realmente los problemas humanos; a políticos que ignoran el mundo; a administradores que aborrecen las novedades”.

Bloch no se limitó a hacer el diagnóstico, sino que propuso una primera cura de urgencia, que cinco años después del primer estallido de la crisis actual en España todavía no se ha afrontado con la suficiente valentía y sinceridad: “Todas las desgracias nacionales claman, primero, por un examen de conciencia; después (porque el examen de conciencia, si no propicia un esfuerzo por mejorar, no es más que una suerte de complacencia taciturna) por la elaboración de un plan de renovación”. Pero el plan de renovación no puede ser el plan Wert, porque “desgracias nacionales” exigen de “soluciones nacionales” y no pueden serlo ni los regresos a fórmulas que marginan a una parte de la sociedad ni las leyes que se aprueban en solitario por un Gobierno que, como todos, dejará de tener mayoría absoluta antes de darse cuenta.

Alguien tan poco sospecho de heterodoxia como Raghuram G. Rajan, execonomista jefe del Fondo Monetario Internacional antes de su reciente nombramiento como presidente del Banco Central de la India, advirtió (Grietas del sistema, Deusto): “Cuando el gobierno del momento aprovecha la oportunidad de imponer sus políticas a largo plazo, naturalmente se centra en hacer pagos iniciales en las políticas que probablemente habrían sido cercenadas en un debate más largo y meditado. (…) Como la legislación partidista suele ser revocada por las siguientes administraciones de signo contrario, la falta de una red de seguridad efectiva puede conducir no sólo al despilfarro, sino también a más fluctuaciones políticas e inseguridad”.

“El espíritu del 45”

Como dijo Bloch refiriéndose a los franceses de 1940,nos habían informado lo suficiente para infundirnos miedo, pero no lo suficiente, ni en los términos necesarios para que el sentido común (…) consintiera en remodelar la moral civil a las condiciones nuevas”.

Por eso se vuelve imprescindible ver El espíritu del 45, el documental en el que Ken Loach retrata lo mucho que costó conquistar los derechos del Estado del bienestar, que tiene su origen en una Gran Bretaña que tenía “la determinación de construir un mundo mejor”, en el que no sólo las guerras, sino también la pobreza y el desempleo “nunca más volverían a desfigurar nuestras vidas”. Si no se revive aquel espíritu, sólo quedarán ruinas y nostalgias.

“¿Quién cree aún en el examen final de bachiller, en su capacidad de selección, en la eficacia intelectual de esta compresión didáctica aleatoria?”. ¡José Ignacio Wert, 73 años después! La España de 2013 camina a marchas forzadas hacia la Francia de 1940 de la mano de uno de los personajes más dañinos del Gobierno, junto con la ministra de Sanidad, Ana Mato, por los efectos duraderos de sus políticas, que se proyectarán sobre generaciones de españoles.

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