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Pedro Sánchez o la voluntad del ser
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Gonzalo López Alba

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Pedro Sánchez o la voluntad del ser

Sánchez intenta neutralizar la acusación de 'radicalismo' envolviéndose en la bandera de España y afirmando 'la autonomía' del PSOE frente a Podemos

Foto: Pedro Sánchez junto a su esposa. (Reuters)
Pedro Sánchez junto a su esposa. (Reuters)

“Si me implico, será para protagonizar algo histórico”. Esto fue lo que Pedro Sánchez dijo a este cronista meses antes de postularse como candidato a secretario general del PSOE, cuando en los créditos socialistas sólo aparecían los nombres de Eduardo Madina y Susana Díaz, y él apenas había empezado a verificar sobre el terreno si había espacio para una tercera vía.

Si un atributo ha demostrado tener Sánchez es la voluntad de ser, que resultó determinante para su triunfo en las primarias frente al diputado vasco. Mientras que Madina condicionaba su candidatura a que le convencieran de que era la mejor opción para sacar al PSOE del hoyo, él se pateaba el territorio intentando convencer. Y, frente a una actitud similar de la presidenta de Andalucía, lo mismo ha hecho desde que fue elegido secretario general para obtener la nominación como candidato presidencial, formalizada este domingo por aclamación ante la incomparecencia de sus detractores.

Sánchez ya ha inscrito su nombre en la pequeña historia del PSOE como el primer secretario general elegido por sufragio universal de sus militantes. Pero, ahora que ya luce un mechón blanco en el pelo, ambiciona más. Aspira a compartir con José Luis Rodríguez Zapatero el récord de pasar en una sola legislatura –en su caso incompleta– de líder de la oposición a presidente del Gobierno y, sobre todo, a que su nombre quede registrado en la Historia de España como el presidente que restañó las profundas heridas de la Gran Recesión y arregló la economía superando el modelo productivo del turismo y el ladrillo, un cambio sin el que ningún país puede aspirar seriamente a figurar en la primera división mundial. “Erradicar el paro y la corrupción” son los dos grandes compromisos que asumió el domingo.

Entregados a la tele-política

El desafío que se ha impuesto es, según sus palabras, conseguir que España deje de ser sólo “un territorio” para convertirse en “una idea”: la de “un país de las oportunidades, libre de corrupción, laico y federal”. Una música que suena bien, evocadora del socialismo ético de Fernando de los Ríos –al que invocó como referencia–, pero a la que sigue faltando la letra por más que el coro repita que “la política puede si la política quiere”.

Rodeado de asesores que no ven más allá de la tele-política, la puesta de largo de Sánchez como candidato presidencial del PSOE fue, de principio a fin, un acto al más puro estilo made in USA, en el que sólo faltó el confeti. Los pantalones vaqueros y la camisa remangada quedaron en el armario para ser sustituidos por un presidencial traje –con corbata roja– y, cuando terminó de interpretar el discurso leído en un doble teleprompter (pantalla transparente en la que se refleja el texto), en el proscenio sólo hubo espacio para el candidato y su esposa –también vestida de rojo–.

El secretario general se enfunda el traje presidencial en un acto 'made in USA', en el que la imagen y la música apenas disimularon la falta de letra

Tanta fue la primacía de la imagen –el mensaje es el medio– que al final no se hablaba de otra cosa que del “revolucionario” protagonismo otorgado a la bandera de España, proyectada a todo trapo en la gran pantalla que sirvió de telón de fondo para el escenario, desplazando al inicial con la simbología socialista y su lema de pre-precampaña electoral: “El cambio que une”.

Un gesto realmente revolucionario y sometido a férreo control porque, desde la recuperación de la democracia, la tradición en todo acto del PSOE ha sido que, aunque de modo aislado y espontáneo, siempre ondeara alguna bandera republicana. El domingo, de éstas, ni una. Y, a tenor de los comentarios que podían escucharse a la salida, el mensaje de las banderas será objeto de controversia interna.

Con el gesto de envolverse en la bandera Sánchez pretende frenar la campaña del PP que intenta presentarlo a él como a “un radical” y a la izquierda en su conjunto como “bolivarianos”. “Lo que hemos dicho es que somos España, subrayando el 'español' de PSOE”, explican fuentes próximas al secretario general. Además, se quiso marcar distancias con Podemos, como explicitó Sánchez al reafirmar “la autonomía de nuestro proyecto político, sin subordinación a ninguna otra fuerza”.

Pero lo que para unos fue un acierto –dejar que la derecha patrimonializara la bandera y el nombre de España han sido uno de los errores históricos de la izquierda–, para otros fue un síntoma de “acomplejamiento” que levantará ampollas entre aquella parte de la militancia –sobre todo– y del electorado socialista que sigue identificando la bandera rojigualda con el franquismo.

La sustancia del discurso socialista la puso Javier Fernández, que ejerció de telonero único confirmando el menguante poder interno de Susana Díaz

En todo caso, tan entregados como están sus asesores a la video-política, que sólo presta atención a los primeros planos y las imágenes de impacto inmediato, los responsables de organizar el acto pasaron por alto muchos pequeños detalles, esos que hicieron un éxito de la estrategia de los afectos, la complicidad social, la lluvia fina y los relatos consecuenciales.

Dos muestras para un botón: a José Blanco, exnúmero dos del partido y primer mentor de Sánchez, lo arrinconaron en un esquina de anónimos; y, en lugar de cursar invitaciones a representantes significados de la sociedad civil, se enviaron a tertulianos y directores de medios de comunicación, para los que se reservó asiento en el anfiteatro mientras que los periodistas que hacen el seguimiento habitual del PSOE eran estabulados en una sala aneja o tenían que pelearse con los guardias de seguridad del Price para encontrar un lugar desde el que poder tomar notas.

Javier Fernández, el nexo intergeneracional

La letra del discurso socialista la puso el asturiano Javier Fernández, elegido para actuar de telonero único como símbolo de engarce entre las generaciones de la Transición y el socialismo renovado desde su continuidad histórica que quiere protagonizar Sánchez.

placeholder Pedro Sánchez junto al expresidente Rodríguez Zapatero. (Reuters)
Pedro Sánchez junto al expresidente Rodríguez Zapatero. (Reuters)

Fue el presidente en funciones de Asturias quien, mucho más que Sánchez, empatizó con el auditorio, al que levantó de sus asientos con un discurso vibrante de orgullo y reivindicación socialista.

Fernández, que reivindicó la validez del eje izquierda-derecha para distinguir, por ejemplo, “entre los que queremos un Estado regulador de los mercados y los que quieren un Estado controlador de los trabajadores que se manifiestan en defensa de sus derechos”, enfatizó que la única forma de combatir con éxito el “discurso del miedo” de la derecha es con “un programa para aplicar”, que conjugue “esperanza” –para los millones de españoles a los que se les ha arrebatado– y “realidad” –sin promesas vanas que conviertan la ilusión del “podemos” en la depresión de las expectativas incumplidas–.

El protagonismo de Javier Fernández tuvo el efecto colateral de recordar el poder menguante de Susana Díaz, cuya presencia quedó diluida entre la hornada de nuevos barones que han salido de las elecciones del 24-M. Díaz asistió sin hacerse notar a la proclamación oficial de Sánchez como candidato presidencial y nadie del PSOE andaluz quiso transmitir malestar por su falta de papel en el libreto de la representación, aunque ella no sólo es a día de hoy la única socialista investida como presidenta de un gobierno autonómico sino también la del Consejo Territorial que agrupa a todos los barones socialistas.

La forma en que desde Andalucía se justifica el silente acatamiento a la relegación formal de Díaz confirma que la paz en el PSOE no es otra cosa que un armisticio: “No íbamos a venir ahora aquí a montar un lío”. Después de las elecciones generales, ya se verá. Hubo un tiempo en que ser secretario general del PSOE era una credencial que casi garantizaba la presidencia del Gobierno, pero ya no.

“Si me implico, será para protagonizar algo histórico”. Esto fue lo que Pedro Sánchez dijo a este cronista meses antes de postularse como candidato a secretario general del PSOE, cuando en los créditos socialistas sólo aparecían los nombres de Eduardo Madina y Susana Díaz, y él apenas había empezado a verificar sobre el terreno si había espacio para una tercera vía.

Pedro Sánchez Eduardo Madina