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¿Quién le pone el cascabel a Sánchez?
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Gonzalo López Alba

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¿Quién le pone el cascabel a Sánchez?

Los oficialistas tendrán que decidir si apuestan el resto a Susana Díaz o abren paso a una tercera vía integradora

Foto: Pedro Sánchez, durante su breve comparecencia ante los medios, a los que anunció la renuncia de su escaño en el Congreso, este 29 de octubre. (EFE)
Pedro Sánchez, durante su breve comparecencia ante los medios, a los que anunció la renuncia de su escaño en el Congreso, este 29 de octubre. (EFE)

Y ahora, ¿quién le pone el cascabel al gato? A Pedro Sánchez, que llegó a la secretaría general del PSOE con la apariencia de un minino casero, lo dejaron engordar hasta que le salieron garras de gato montés, de carácter más fiero y constitución más robusta que sus parientes domésticos. Pensaban quienes lo apartaron del liderazgo del partido que se consumiría rápidamente entre las brasas del aquelarre, pero, aunque con el pelaje abrasado, el sábado dejó claro que su renuncia al escaño de diputado solo es un “momentáneo paso a un lado” para tener las manos libres en su propósito de seguir atizando la hoguera socialista con la leña de una militancia desconcertada, a cuyo voto ha confiado su futuro.

Las semanas transcurridas desde el ‘golpe de los coroneles’ del 1 de octubre han venido a confirmar lo que ya se pudo observar en los prolegómenos del comité federal que forzó la renuncia de Sánchez a la secretaría general y en el discurrir del mismo cónclave: los entonces críticos y ahora oficialistas no tenían más plan diseñado ni estrategia compartida que tumbarlo como fuera, antes de que hiciera más estragos. Y ahora que Sánchez ha dejado clara su intención de demostrar que tiene siete vidas políticas, los nuevos oficialistas tendrán que decidir si apuestan el resto con Susana Díazque no tiene asegurada la victoria en una elección por el voto directo de los militantes, según reconocen incluso algunos de sus partidarios— o si abren paso a una tercera vía integradora que tenga capacidad de penetración en los territorios que son hostiles a la presidenta de Andalucía, como Cataluña, Baleares, Euskadi o Madrid.

Sánchez renuncia al acta de diputado con un discurso personalista y sin un ápice de autocrítica para reconquistar Ferraz

Ni el sanchismo ni el oficialismo son bloques compactos. Entre los nuevos oficialistas que han tomado el control de Ferraz hay, al menos, dos grandes grupos cuyas dinámicas y planteamientos no siempre son concordantes: los susanistas y los rubalcabistas, con el añadido de Eduardo Madina, que tiene un pie en cada grupo, y Javier Fernández haciendo cuanto puede por ejercer de árbitro.

Pero tampoco es un bloque compacto el sanchismo, como se puso de manifiesto en el diferente comportamiento que en la segunda votación para la investidura de Rajoy tuvieron Patxi López, Rafael Simancas, María González Veracruz o Adriana Lastra (se abstuvieron, aunque las dos últimas acompañaron su voto con la coletilla “por imperativo”) y Susana Sumelzo, Odón Elorza o las independientes Margarita Robles y Zaida Cantera (que votaron en contra, como los siete diputados del PSC, hasta sumar quince casos de ruptura de la disciplina del grupo parlamentario). Y los diputados del PSC no quieren que su voto se identifique como un alineamiento con el sanchismo sino como consecuencia de las especificidades políticas de Cataluña.

El PSOE no puede volver a incurrir en el error de elegir al líder antes de definir su proyecto político

Pero, más allá de cuántos sean, Sánchez parece tener garantizada una quinta columna dentro del grupo parlamentario dispuesta a recordar a la gestora que “se equivoca de rumbo” y, sobre todo, como él mismo anunció, mañana mismo se pondrá en ruta para predicar por todos los rincones su relato del “no es no” mientras que los oficialistas siguen sin candidato declarado ni relato que oponer en un contexto muy emocional.

Sánchez y su 'me voy para volver'

Cuando las emociones están a flor de piel, como ocurre en el PSOE, la línea que separa la tragedia del melodrama es tan tenue que resulta muy fácil de cruzar. Algo de eso le pasó a Pedro Sánchez en la comparecencia sin preguntas en la que anunció su renuncia al escaño de diputado para volver a competir por el liderazgo del partido como “el candidato de las bases” al que tumbó la “oligarquía” del partido. Hubo momentos que no habrían desentonado en una telenovela, con Sánchez en el papel del galán narcisista que, despechado, solemniza su salida del hogar conyugal con el propósito declarado de recuperar la propiedad porque, aunque vestida con el manto de la coherencia, su renuncia al acta de diputado es puramente táctica, un mal remedo de la que hizo Felipe González a la secretaría general para forzar al PSOE a abandonar el marxismo.

A Sánchez se le quebró la voz cuando se refirió a lo “dolorosa” que le resulta esta decisión, pero nada dijo del dolor provocado por el desgarro del partido del que ha sido cuando menos corresponsable, ni del dolor de los ciudadanos que han sufrido las consecuencias directas de la falta de Gobierno a causa del bloqueo provocado por la quimera de una alternativa inexistente por inviable. No hubo en su declaración leída ni una sola palabra de autocrítica por haber perforado todos los suelos electorales del PSOE y tampoco, salvo para pedir que no se les expulse, una sola palabra de acompañamiento para los diputados que mantuvieron hasta el final el “no es no” que ahora se propone rentabilizar como su único capital político.

Todo fue un ejercicio de ‘yoísmo’ victimista que sirvió de resalte al carácter personalista de su proyecto. Eso y una carga de profundidad contra la gestora, de la que falsamente dijo que su mandato venció con la investidura de Mariano Rajoy, cuando los estatutos no prevén ningún plazo concreto, como tampoco para la convocatoria del congreso. Pero Sánchez quiere que este se celebre cuanto antes, sabedor de que sus opciones serán mayores mientras esté candente el fervor-furor de las bases al que muchos cuadros intermedios no han querido enfrentarse en estas semanas, dejando huérfana de apostolado a la abstención.

Es legítima la causa que invoca Sánchez, la de un partido “autónomo” en el que “la militancia decida”, pero el mal causado por quien la abandera deslegitima su propósito de liderar la “refundación” porque si alguien ha llevado al PSOE al borde del cisma han sido sus dirigentes y entre estos, la mayor responsabilidad corresponde a quien ha sido su último secretario general. El PSOE no puede volver a repetir el error de elegir al líder antes de definir su proyecto político, que es el problema de fondo.

Y ahora, ¿quién le pone el cascabel al gato? A Pedro Sánchez, que llegó a la secretaría general del PSOE con la apariencia de un minino casero, lo dejaron engordar hasta que le salieron garras de gato montés, de carácter más fiero y constitución más robusta que sus parientes domésticos. Pensaban quienes lo apartaron del liderazgo del partido que se consumiría rápidamente entre las brasas del aquelarre, pero, aunque con el pelaje abrasado, el sábado dejó claro que su renuncia al escaño de diputado solo es un “momentáneo paso a un lado” para tener las manos libres en su propósito de seguir atizando la hoguera socialista con la leña de una militancia desconcertada, a cuyo voto ha confiado su futuro.

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