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Navidad en la Moncloa: no sólo de canapés vive el hombre
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Jorge Bustos

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Navidad en la Moncloa: no sólo de canapés vive el hombre

Cantarán más afinados después de la revolución”, ironizaba en el baile zarista el Komarovsky de Doctor Zhivago cuando hasta el salón suntuoso subió la protesta de

Foto: El presidente del Gobierno y del Partido Popular, Mariano Rajoy (EFE)
El presidente del Gobierno y del Partido Popular, Mariano Rajoy (EFE)

"Cantarán más afinados después de la revolución”, ironizaba en el baile zarista el Komarovsky de Doctor Zhivago cuando hasta el salón suntuoso subió la protesta de los desheredados, que se manifestaban sobre la nieve pidiendo pan. No vamos a decir que la copa de prensa celebradaen Moncloa se parezca por muchas razones: porque allí a ojo había tantos capitanes como marineros, porque Pablo Iglesias va abandonando su amable leninismo y porque los canapés no daban fe de la recuperación que el Gobierno vende con matices de última hora. Tabla de quesos, lomo escasamente salmantino, medias noches de salmón, empanada gallega y una quiche de espinacas con jamón y tomate que no saciaron el hambre de los reporteros, cuyo alimento es espiritual –no sólo de pan vive el hombre– y se llama corrillo.

–¿Dándole al fumeque?

Al volverse, cigarro en mano, este cronista se encontró con un presidente del Gobierno viniendo hacia él solo y de frente, recién salido de nombrar portavoz parlamentario. Al profano le parecerá lógico toparse con Rajoy si se va a la Moncloa, pero uno no lo esperaba tan rápido: aquello es mucho más grande de lo que ustedes imaginan. Tendí el cigarro y tiré la mano, o al revés, y entré en palacio tras don Mariano, a quien le tenían dispuesta la emboscada mediática de recibo. En toda la mañana no pudo progresar más allá de tres metros del hall monclovita, retenido por corrillos de periodistas ávidos. Más allá de vender su libro, el presidente dejó una confesión entrañable, para desazón de conspiradores: “¿Que si voy a presentarme a las elecciones? Miro en el partido y no encuentro mejor candidato que yo”. Mira, eso es algo que podría decir perfectamente. Cosas de la partidocracia.

Varios ministros, cada cual con su corrillo. Uno se dirige a la fuente del queso y se encuentra con Soraya Sáenz de Santamaría.

–¿Acusa el jet lag de Afganistán?

Nos cuenta que en absoluto, que son siete horas de vuelo que se pasan volando y que en Herat no hace frío alguno. Para lucir fresca y descansada la vice tiene un secreto cosmético que confiesa en presencia de María González Pico y de mi querida Cristina de la Hoz: ampollas de soja. Le pregunto si eso no es lo que se le echa al sushi. Ella se ríe y dice que la soja admite usos variopintos. Sabíamos lo de las rodajas de pepino, pero ya la soja nos parece demasiado. ¿Será el wasabi lo que explique el carácter de Cristóbal Montoro?

Se dibujaba en el salón una geometría de corrillos. Precisamente a Montoro lo rodeaba un círculo impenetrable, correoso, perfectamente consciente de quién es el tipo que guarda la hucha. Hay que decir que el ministro de Hacienda exhibía un magnífico humor macroeconómico. A Guindos lo cercaban los llamados “sectoriales”. Soria, en cambio, vagaba más libre, menos reclamado, quizá por la escasez de canarios en la sala. Moragas era el preferido por la demanda femenina de información off the record: llegué a contabilizar a seis reporteras en formación envolvente junto al jefe de gabinete. Fátima Báñez sonreía, pensando seguramente en el acuerdo con los sindicatos de ayer.

Pero en saraos así importan tanto los políticos como los periodistas. Allí estaban Paco García Caridad y Roberto Gómez, quien tiene la dulce costumbre de palmearte el cuello si te pilla desprevenido cogiendo un canapé. Yo no estoy seguro de que Roberto Gómez no esté esculpido en el Monte Rushmore. Allí estaba Ana Rosa, erguida sobre elegantes botines negros de empeine abierto. Y junto a ella Arcadi Espada, que sigue luciendo la melena más indómita del articulismo español, desbancando la ilustre cortinilla capilar de Pepe Oneto, también presente. Arsenio y Nacho Escolar se filtraban en corrillos distintos, y uno siempre duda en estos casos si compartirán luego las informaciones para sus respectivos medios o si la primicia está por encima hasta de la familia. Miguel Ángel Aguilar se abría paso con aire constituyente, y no hay más remedio que abrirle hueco. Vi a Sergio Martín, la penúltima víctima de la fatua podemista, asunto que pude tratar con dos expertos en linchamientos mediáticos: Hermann Tertsch y Alfredo Urdaci. Hice cábalas electorales con Lucía Méndez, abracé a Pablo Montesinos y a Cristina Pardo y vi tomar apuntes a María Jesús Güemes.

Estaba Carmen Rigalt, que sabe mantener esa mirada curiosa y punzante que se fija en todo y a la vez revolotea como un colibrí. Susanna Griso, de sport, y la ‘cuadra’ de El Confidencial con su director, Nacho Cardero, y los Carlos Sánchez, José Antonio Navas, Antonio Casado, Ángel Collado y Daniel Forcada. También Raúl del Pozo, de quien cada vez que le suena el móvil se teme que sea Bárcenas. Raúl, que tuvo generosas palabras con este plumilla, me desmintió rotundamente lo suyo con la duquesa de Alba que aireara el malvado Umbral, pero a cambio me confirmó su frase gloriosa a la salida del velatorio de Ruano: “Ya no nos divertiremos tanto hasta que se muera Azorín”. Hablamos un poco de añejo y nuevo periodismo, y me dijo que Pedro J. no va a montar un periódico, sino una máquina de matar. Veremos.

Y allí, con traje negro de grandes cuadros, alta y altanera como solo ella puede, comparecía Mariló Montero, con quien tuvo que vérselas Rajoy en una de las estampas más impresionantes de la matinal. No quise poner la antena por respeto, pero luego Mariló se acercó a nuestro corrillo y dijo que me leía, lo cual aunque sea mentira justificó sobradamente la mañana. También felicité a Ignacio Camacho por el premio Miguel Delibes de periodismo, que tiene intención de recoger, en contra del uso dominante.

Lo peor de Moncloa es cómo salir, y no lo decimos sólo por la urnas, sino por la falta de taxis. Alfredo Menéndez tuvo la gentileza de acercarnos a Graciano Palomo y servidor; con Graciano no hace falta poner la radio porque se sabe anécdotas que no salen en Google News, ni ahora ni antes.

En ningún momento se avistó al pequeño Nicolás, éxito que hay que poner en el haber del CNI. En cambio se especuló en abundancia sobre la concurrencia al mismo evento en las navidades futuras, celebradas ya las generales, aunque según la ley pueden retrasarse hasta marzo. Mentiríamos si dijésemos que la copa de prensa de 2014 estuvo presidida por la inquietud, el nerviosismo o la nostalgia del bipartidismo previa a la madre de todos los vuelcos. Nadie ha desvelado aún si en Caracas se ofrece copa de Navidad a la prensa. Que los tertulianos, incluyendo a Monedero, también comen.

"Cantarán más afinados después de la revolución”, ironizaba en el baile zarista el Komarovsky de Doctor Zhivago cuando hasta el salón suntuoso subió la protesta de los desheredados, que se manifestaban sobre la nieve pidiendo pan. No vamos a decir que la copa de prensa celebradaen Moncloa se parezca por muchas razones: porque allí a ojo había tantos capitanes como marineros, porque Pablo Iglesias va abandonando su amable leninismo y porque los canapés no daban fe de la recuperación que el Gobierno vende con matices de última hora. Tabla de quesos, lomo escasamente salmantino, medias noches de salmón, empanada gallega y una quiche de espinacas con jamón y tomate que no saciaron el hambre de los reporteros, cuyo alimento es espiritual –no sólo de pan vive el hombre– y se llama corrillo.

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