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El ‘efecto Coyote’. Nos hundimos
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Javier Caraballo

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El ‘efecto Coyote’. Nos hundimos

Uno de los cientos de análisis, políticos o económicos, que se han  publicado sobre la crisis y que han acabado comparando el momento que vivimos con

Uno de los cientos de análisis, políticos o económicos, que se han  publicado sobre la crisis y que han acabado comparando el momento que vivimos con un abismo, tenía la peculiaridad llamativa de que lo resumía todo con una de las escenas más famosas de los dibujos animados: el instante en el que el Coyote, corre que corre tras el Correcaminos, se queda suspendido en el vacío. Se ha acabado la carretera por la que iba corriendo y de repente, zas, bajo sus pies de abre un vacío inmenso. Y el Coyote se queda suspendido en la corona de aire del precipicio, flotando desconsolado, de nuevo derrotado. Luego mira hacia abajo y se precipita al fondo. Sólo se cae cuando mira abajo. El análisis en cuestión concluía que eso es exactamente lo que nos ocurre: desde hace tiempo estamos en el vacío y no se quiere mirar hacia abajo para no comprobar la realidad, que todas las medidas contra la crisis han fracasado. Y lo llamaba el ‘efecto Coyote’.

Desde hace tiempo estamos en el vacío y no se quiere mirar hacia abajo para no comprobar la realidadEstaba bien la comparación aunque, en realidad, cuando una crisis como ésta nos golpea diariamente con angustias de Bolsa y sobresaltos de quiebras, lo difícil es concluir que no se mira la realidad; más bien al contrario, podría decirse que quizá esta sobredosis de realismo diario sólo contribuye a acelerar la depresión, a estancar el optimismo y desalentar las pocas posibilidades de progreso que se alumbran. Sin embargo, todo eso, esa retahíla diaria de malas noticias, no es la realidad, la verdadera realidad que nos estamos negando a mirar. Todo eso, el vaivén de la Bolsa o la asfixia de la prima de riesgo, sólo forma parte de las consecuencias; como en el ‘efecto Coyote’, la realidad es más profunda, la realidad, el fondo del abismo, está en la imposibilidad literal de que nada pueda solucionarse con las estructuras anquilosadas, obsoletas, de la Unión Europea y de cada uno de los países que la componen. 

Y dentro de esos países, España, presa del absurdo que se vive cada día cuando se ve obligada a afrontar la presión de dos fuerzas que tiran en sentido opuesto, la que exige más cesión de soberanía hacia la Unión Europea y la que demanda, de forma continua, más cesión de poder político hacia las autonomías. Como una de esas torturas de la Inquisición que hacía tirar de cada extremidad hasta que el cuerpo se desgarraba. Esa es la realidad que estamos viviendo, que no queremos ver y sobre la que nada nuevo se puede construir.

España es un modelo de Estado inacabado que no se puede resolver por la incapacidad de la clase política para mirar la gravedad de la situación y por la ceguera egoísta de deleites nacionalistas de hace doscientos años. Y Europa también es un modelo de unificación inacabado que no se puede resolver por los recelos soberanistas y por la inexistencia de un liderazgo político en el momento más importante de su existencia. Lo uno y lo otro, que es la única realidad que existe en el fondo del enquistamiento de la crisis, puede revelarse en los próximos meses cuando, como ya se va anunciando, cada cual exige un referéndum para ratificar sus posiciones. 

España es un modelo de Estado inacabado que no se puede resolver por la incapacidad de la clase política para mirar la gravedad de la situación y por la ceguera egoísta de deleites nacionalistas de hace doscientos años.En Alemania buscan un referéndum sobre los eurobonos aunque, en realidad, todos saben que se trata de una consulta popular para machacar cualquier avance para una mayor integración europea; sálvese el que pueda. Y en España, también referéndums. Los primeros han sido los políticos catalanes, por la independencia o por el pacto fiscal, pero no serán los únicos: cualquier intento de racionalización del modelo autonómico se topará con otras amenazas de referéndum. Como en Andalucía, donde ya se apuntan referéndums, por el fondo de rescate, en defensa del Estatuto. Se van sumando ambiciones, contrapuestas, y nada se adivina al final del camino. Se van sumando, se miran en su conjunto, y no nos llevan a ninguna parte. Lo que nadie plantea es un referéndum para sumar; todos quieren restar.

Uno de los cientos de análisis, políticos o económicos, que se han  publicado sobre la crisis y que han acabado comparando el momento que vivimos con un abismo, tenía la peculiaridad llamativa de que lo resumía todo con una de las escenas más famosas de los dibujos animados: el instante en el que el Coyote, corre que corre tras el Correcaminos, se queda suspendido en el vacío. Se ha acabado la carretera por la que iba corriendo y de repente, zas, bajo sus pies de abre un vacío inmenso. Y el Coyote se queda suspendido en la corona de aire del precipicio, flotando desconsolado, de nuevo derrotado. Luego mira hacia abajo y se precipita al fondo. Sólo se cae cuando mira abajo. El análisis en cuestión concluía que eso es exactamente lo que nos ocurre: desde hace tiempo estamos en el vacío y no se quiere mirar hacia abajo para no comprobar la realidad, que todas las medidas contra la crisis han fracasado. Y lo llamaba el ‘efecto Coyote’.