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España, quemar después de leer
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Javier Caraballo

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España, quemar después de leer

John Malkovich, qué tipo tan grande, repetía en las entrevistas de presentación de una de sus últimas películas, aquella de los hermanos Coen ‘Quemar después de

John Malkovich, qué tipo tan grande, repetía en las entrevistas de presentación de una de sus últimas películas, aquella de los hermanos Coen ‘Quemar después de leer’, que la mejor síntesis del filme era que “todos los personajes son idiotas; aunque yo creo que todo el mundo lleva un idiota dentro que va creciendo y prosperando”. Luego, uno veía la película y, en efecto, la idiotez proliferaba en todas las capas sociales, se extendía por toda la cadena de mando de cualquier empresa o institución y no hacía distinción alguna de sexo. Idiotas por todas partes, tomando toda clase de decisiones idiotas. ¿Será verdad que todo el mundo lleva un idiota dentro? Bueno, de momento, lo que está asentado desde hace mucho tiempo es que la idiotez humana no es cosa que haya que tomarse a la ligera.

El mejor Tratado sobre la idiotez se lo debemos al historiador italiano Carlo María Cipolla, para quien la estupidez humana es una realidad y una amenaza más peligrosa que la mafia o que cualquier potencia industrial o militar. Por eso, su primera ley fundamental ya advierte que “cada uno de nosotros subestima el número de individuos estúpidos que circula por el mundo”.

Igual que el Parlamento andaluz, que ha aplazado el pleno que tenía previsto celebrar el día de la huelga para que las señorías que lo decidan puedan ir a los piquetes y a las manifas sin perder las dietas que les correspondenEs tan cierto todo lo que se dice en ese Tratado que alguna vez, incluso, he llegado a proponer un profundo cambio de los planes educativos para que la historia en las escuelas se comience a enseñar desde la perspectiva del idiota. Cada acontecimiento histórico tendría su idiota detrás; a veces un solitario gobernante, a veces toda una dinastía, a veces un pueblo entero. “Mirad, niños, esta guerra devastadora, ocurrió por este idiota, que la provocó, asesorado por esta otra corte de idiotas”; “mirad niños, este pueblo desapareció porque sus ciudadanos demostraron un especial empecinamiento en la estupidez, y destruyeron cualquier capacidad de progreso”… En este plan, hasta completar los acontecimientos principales de los últimos dos o tres mil años de historia.

Lo único inquietante de este planteamiento es que podemos tener la certeza de que también nosotros, nuestra generación, convive con sus idiotas alrededor sin que, como pronosticaba el historiador en su Tratado, sepamos distinguirlos. Sólo lo sabremos mañana, cuando sean irreparables las consecuencias de sus actos porque los idiotas siempre actúan con la fuerza de los hechos consumados. Basta con hacer un rápido ejercicio de memoria: si miramos levemente hacia atrás, seguro que cualquier de nosotros sería capaz de señalar a algún idiota y las consecuencias nefastas de sus decisiones en la paz mundial o en la economía internacional. Y, si en vez de mirar al mundo, nos fijamos exclusivamente en España, podríamos incluso comenzar a relacionar con una flecha, como en los pasatiempos, cada uno de los desastres actuales con su idiota correspondiente. Éste con éste, éste con éste…

Vivimos presos de la idiotez, sí señor. Y en España, hay semanas como ésta en la que los idiotas se suman a los caraduras y logran dibujar un cuadro surrealista. Una tonadillera que se sienta en el banquillo acusada de colaborar en el blanqueo de más de tres millones de euros y le suelta al tribunal, con el mayor de los descaros, una secuencia amorosa de su relación con el alcalde, al que llaman del Cachuli. Un Gobierno, como el andaluz, que anuncia que se suma a la huelga general que hay convocada contra los recortes presupuestarios que él mismo aplica en la región que gobierna. Igual que el Parlamento andaluz, que ha aplazado el pleno que tenía previsto celebrar el día de la huelga para que las señorías que lo decidan puedan ir a los piquetes y a las manifas sin perder las dietas que les corresponden. Un ministro, como el de Hacienda, que se pone bravo en el Congreso y anuncia presto los brotes verdes para los presupuestos del año que viene, prescindiendo de todos los informes y previsiones que se hacen sobre España. Brotes verdes y casi seis millones de parados… Y los eurodiputados catalanes, que esos sí que son de nota. Maniobras militares que se presentan ante el mundo como un conato de invasión de Cataluña. No va más, como en la ruleta.

John Malkovich, qué tipo tan grande, repetía en las entrevistas de presentación de una de sus últimas películas, aquella de los hermanos Coen ‘Quemar después de leer’, que la mejor síntesis del filme era que “todos los personajes son idiotas; aunque yo creo que todo el mundo lleva un idiota dentro que va creciendo y prosperando”. Luego, uno veía la película y, en efecto, la idiotez proliferaba en todas las capas sociales, se extendía por toda la cadena de mando de cualquier empresa o institución y no hacía distinción alguna de sexo. Idiotas por todas partes, tomando toda clase de decisiones idiotas. ¿Será verdad que todo el mundo lleva un idiota dentro? Bueno, de momento, lo que está asentado desde hace mucho tiempo es que la idiotez humana no es cosa que haya que tomarse a la ligera.

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