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Un país de ignorantes
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Javier Caraballo

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Un país de ignorantes

El problema principal de España no es la burbuja financiera, ni el descontrol de un modelo de Estado excesivo, ni el desastre educativo, ni las deficiencias

El problema principal de España no es la burbuja financiera, ni el descontrol de un modelo de Estado excesivo, ni el desastre educativo, ni las deficiencias de la Justicia; todo eso son consecuencias de nuestro mal mayor, que es la ignorancia. Si hemos de ser pesimistas por algo, tendríamos que serlo por ese mal de fondo, la ignorancia, empezando, eso sí, por los propios medios de comunicación, por mí mismo, y acabando por la propia sociedad, con el estamento superior de la clase dirigente. La ignorancia que es osada, como se sabe, y que nos lleva a diario a atropellar cualquier debate, todos los debates, y convertirlos en el mismo círculo vicioso de palabras gastadas y conclusiones imposibles. Economía, educación, modelo de Estado o Justicia. Da igual. Es como una inercia histórica de la que somos incapaces de librarnos: la ignorancia impide los análisis sensatos sobre los problemas, que se eternizan, y provocan el pesimismo generalizado y la desconfianza, otras de nuestras características más señaladas.

La última muestra, apenas un botón, se produce por una noticia difundida en nuestro país en la que hemos caído todos. El titular era impactante: “El mejor científico joven de Europa no tiene sitio en España”. Lo que se daba cuenta en la noticia es que a un joven científico español, proclamado mejor científico joven de Europa, se le había denegado una beca en España y lo que se añadía en todos los comentarios recalcaba la arbitrariedad de este país, la ceguera de este país o las envidias de este país. ¿Puede haber mayor prueba de la degeneración de España? Esa era la noticia, esa era la crítica, y lo que no ha trascendido después ha sido la desolación de un gran número de físicos españoles, escandalizados con la manipulación de la noticia y la ausencia de toda rectificación: sencillamente, casi nada de lo que se afirmaba era cierto. Ni se trata del mejor científico joven de Europa ni la denegación de la beca está injustificada, de acuerdo con criterios estrictamente científicos.

Para empezar, el joven científico, Diego Martínez-Santos, lo que recibió no fue la condecoración de ser el mejor joven científico de Europa, sino que obtuvo uno de los cinco premios que otorgan cada una de las diez divisiones de la European Physical Society, en concreto el de Física de Altas Energías y de Partículas, dotado con 1.000 euros. ¿Y por qué no le dieron la beca? Pues sencillamente porque los 175 científicos que sí la consiguieron el programa Ramón y Cajal reunían mayores méritos que Diego Martínez-Barrios, teniendo el cuenta el índice habitual que se obtiene por el número de publicaciones de cada científico y el número de citas que genera. En definitiva, que Diego Martínez-Santos es, con toda probabilidad, uno de los mejores jóvenes científicos de Europa en la rama experimental de la Física de Altas Energías, pero si se ha quedado fuera de la beca ha sido porque, por suerte, hay en España muchos otros científicos, casi 200, que, en la actualidad, reúnen más méritos que él.

Esta historia viene muy bien para mirarnos en el espejo de nuestras vergüenzas, este atropello diario de la realidad, de la razón y del sentido común, y compararlo con casi todo lo que nos ocurre en España¿Una mera anécdota? Sí, ya se decía antes, es sólo un botón de muestra que ha irritado a buena parte de la comunidad científica española, sobre todo a los científicos que sí han conseguido esa beca y que se sienten maltratados, sospechosos de un pasteleo inventado sobre el que nadie les pide opinión. Pero viene muy bien para mirarnos en el espejo de nuestras vergüenzas, este atropello diario de la realidad, de la razón y del sentido común, y compararlo con casi todo lo que nos ocurre en España. La reforma de la educación, por ejemplo. Cada vez que se aborda, lo de menos es la realidad de las aulas, la opinión de los profesionales o el acuerdo político permanente sobre tres o cuatro conceptos básicos del modelo educativo, como los temarios de las asignaturas troncales o el sistema de evaluación. Imposible. El PSOE ya ha dicho que en cuanto llegue al Gobierno derogará la nueva reforma y en el debate de lo único que se oye hablar es de la asignatura de Religión y de los colegios concertados. Religión y concertados en el debate de la Escuela Pública.

¿Y el modelo de Estado? Ya nos podemos ahogar porque nos hundamos con el peso de la burocracia política, pero aquí será  imposible sacar el debate del interés sectario de los partidos políticos, de la radicalización de muchos colectivos aledaños y del triunfo absoluto de los discursos localistas. ¿Y la Justicia? Imposible pretender un debate sensato sobre los males de la Justicia y las soluciones. O se politiza o se vulgariza. Ahí están los aplausos que reciben algunos jueces estrella, los ‘jueces tsunamis’ como el que ha encarcelado a Blesa, a quienes se ensalza como héroes cuando no son más que ejemplos flagrantes de endogamia.

Lo del joven científico es sólo un botón, sí, y afecta sobre todo al prestigio de los medios de comunicación, pero precisamente por eso se debe coger de ejemplo en una columna de opinión para proyectarlo a otros colectivos, a cualquier debate, porque ahí está el virus principal que nos enferma. Ortega y Gasset acuñó un término al que convendría darle muchas vueltas, el ‘pretérito amontonado’. Decía: “Éste es el tesoro único del hombre, su privilegio y su señal. Lo importante es la memoria de los errores, que nos permite no cometer los mismos siempre”.

Es verdad. Cuando no tenemos memoria de los errores cometidos, cuando no se posee ese pretérito amontonado de nuestra propia existencia, no queda más que ignorancia. Es como un eterno volver a empezar en el que nada se resuelve. Y es ahí donde los demagogos levantan cada día su tienda ante la muchedumbre, con la certeza de que no serán reconocidos por aquellos a los que defraudaron ayer. También advertía sobre todo esto Ortega: “Los demagogos han sido los grandes estranguladores de civilizaciones. La griega y la romana cayeron a manos de esta fauna repugnante. (…) La demagogia es una forma de degeneración intelectual”.

El problema principal de España no es la burbuja financiera, ni el descontrol de un modelo de Estado excesivo, ni el desastre educativo, ni las deficiencias de la Justicia; todo eso son consecuencias de nuestro mal mayor, que es la ignorancia. Si hemos de ser pesimistas por algo, tendríamos que serlo por ese mal de fondo, la ignorancia, empezando, eso sí, por los propios medios de comunicación, por mí mismo, y acabando por la propia sociedad, con el estamento superior de la clase dirigente. La ignorancia que es osada, como se sabe, y que nos lleva a diario a atropellar cualquier debate, todos los debates, y convertirlos en el mismo círculo vicioso de palabras gastadas y conclusiones imposibles. Economía, educación, modelo de Estado o Justicia. Da igual. Es como una inercia histórica de la que somos incapaces de librarnos: la ignorancia impide los análisis sensatos sobre los problemas, que se eternizan, y provocan el pesimismo generalizado y la desconfianza, otras de nuestras características más señaladas.