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¿Quién mató a la estrella de ‘El Correo’?
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Javier Caraballo

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¿Quién mató a la estrella de ‘El Correo’?

Si se mira de cerca, si sólo se contempla a los trabajadores con los brazos cruzados, apiñados en corro, en torno a un megáfono y algunas

Si se mira de cerca, si sólo se contempla a los trabajadores con los brazos cruzados, apiñados en corro, en torno a un megáfono y algunas pancartas, no habrá nada que distinga este conflicto laboral de los otros muchos, cientos o miles, que han seguido el mismo camino hacia la nada. La angustia de las malas noticias y de los rumores que va aumentando hasta que un mes ya no llega la nómina al banco; luego vienen las jornadas de protesta, la emoción de la solidaridad, la esperanza de tiempos nuevos, los recortes que se aceptan y, finalmente, el cierre de la empresa. Ese recorrido es de sobra conocido, sí, y en nada se diferencia el conflicto laboral de un periódico, aunque sea decano y centenario como El Correo de Andalucía, de los conflictos laborales que por cientos, o por miles, han estallado en los últimos años en España.

Pero todo esto es así sólo si contemplamos de cerca la huelga de los trabajadores de El Correo de Andalucía porque, si nos distanciamos, si la miramos desde lejos, veremos entonces que no se trata de un conflicto laboral más; que en ese periódico se puede encontrar una síntesis perfecta del desastre andaluz. Abusos políticos, comisiones ilegales, desfalco de las cajas de ahorro, enriquecimientos indecentes, alianzas mediáticas vergonzosas, empresarios interesados, especuladores rampantes… Que no, que esta no es la historia de un conflicto laboral, ni siquiera es la historia sólo de un periódico; este es el porqué de tantas cosas en Andalucía.

El Correo de Andalucía lo fundó un arzobispo de Sevilla, Marcelo Spínola, en 1899, lo que lo convierte en uno de los dos o tres periódicos más antiguos de España junto a La Vanguardia, fundado en 1881, y ABC, que nació en 1903, y, desde luego, junto al Faro de Vigo, el decano de la prensa española, fundado en 1853. Con ese pedigrí de periódico veterano y la aureola de profesionalidad que se había ganado en los últimos años del franquismo y los primeros de la democracia, el PSOE puso sus ojos en él en cuanto llegó al poder en Andalucía, a principios de los años 80.

En ese periódico se puede encontrar una síntesis perfecta del desastre andaluz. Abusos políticos, comisiones ilegales, desfalco de las cajas de ahorro, enriquecimientos indecentes, alianzas mediáticas vergonzosas, empresarios interesados, especuladores rampantes…

El objetivo era el de hacerse con una potente red de medios de comunicación para controlar la información y gestionarla a través de una sociedad fiduciaria, al frente de la cual se colocó a un buen amigo de Gaspar Zarrías, que ya entonces realizaba las labores de gran fontanero de las estructuras del PSOE. La Iglesia, siempre tan adaptable al aire de los tiempos que corren, alcanzó pronto un acuerdo con el Partido Socialista y El Correo pasó a formar parte, junto a otros repartidos por casi todas las provincias andaluzas, de una cadena nueva llamada Prensa Sur. Emilio Martín, el amigo de Zarrías, era que el que estaba al frente de todo.

Clandestinamente, el PSOE fue nutriendo a Prensa Sur del dinero necesario para comprar medios de comunicación; fondos que procedían de las cajas de ahorro o de comisiones ilegales, como la que quedó reflejada en el caso Intelhorce, que fue a parar directamente a El Correo de Andalucía. Conviene detenerse en esto un solo segundo, por algo que se decía antes: el desastre de El Correo como síntesis del desastre andaluz. Interlhorce era una empresa pública saneada con sede en Málaga que el Gobierno de Felipe González decidió privatizar. El tipo al que se la vendieron acabó procesado porque su único objetivo era saquearla y en el proceso judicial, que acabó en prácticamente nada, comenzaron a atisbarse los grandes escándalos de corrupción del felipismo. Resultado, una empresa menos en Andalucía y dinero a espuertas en unos cuantos bolsillos.

Ya en los 90, con el PSOE plenamente asentado en la Junta de Andalucía, se pone en marcha una operación de venta de Prensa Sur para ‘blanquear’ el dinero invertido durante tantos años. En dos fases, primero las cajas de ahorro –otra vez las cajas de ahorro– le conceden un préstamo millonario a Emilio Martín, que se repartirá con el PSOE, para hacerse con la totalidad de la empresa, ya como propietario, y posteriormente el Grupo Prisa se prestará a redondear la operación con la compra completa del paquete.

Tantos años después, es necesario restregarse los ojos al repasar los datos de aquella operación con la que el PSOE hizo aflorar Prensa Sur. Con sólo 10 millones de pesetas creó una sociedad nueva, llamada Nuevo Grupo de Comunicación Andaluza, que iba a adquirir Prensa Sur por 1.800 millones de pesetas, también financiados por las cajas de ahorro controladas por el PSOE. Un año más tarde, y esto es lo extraordinario, antes de que vencieran los créditos, el Grupo Prisa llega en auxilio de los fontaneros y fiduciarios del PSOE andaluz y adquiere sus periódicos por 3.300 millones de pesetas. Es decir, inexplicablemente, paga 1.500 millones de pesetas más… Cualquiera podría entender que, quizá, la compensación llegaría posteriormente, con el generoso trato de favor que recibiría el Grupo Prisa en la publicidad institucional de todas y cada una de las Administraciones bajo control del PSOE en Andalucía.

La cuestión es que así es cómo El Correo de Andalucía acaba engullido, sin interés alguno, por uno de los grandes imperios de comunicación de España y completa un periplo histórico que lo hace pasar de referente de las libertades en los últimos años de la dictadura a las alcantarillas del poder durante la democracia. Pero la historia continúa aún. La gestión desangelada de Prisa conduce a una nueva venta de El Correo de Andalucía, y otra vez entran en acción los juegos de despacho.

El empresario más mimado por el Gobierno socialista de Rodríguez Ibarra, el industrial Alfonso Gallardo, decide adquirir varios periódicos andaluces para fortalecer su campaña de presión pública a favor de un oleoducto que quiere construir, con plena oposición ecologista, desde las puertas de Doñana hasta el corazón de Extremadura. Y compra en 2008 El Correo de Andalucía. Ahora que el proyecto de oleoducto es plenamente inviable, Gallardo se ha deshecho del periódico: en una carambola sospechosa, lo ha vendido por un euro a un tipo condenado por estafa. La situación de El Correo de Andalucía es crítica, un millón y medio de euros de deuda, no llegan a seis mil los ejemplares diarios que se venden y hay 53 trabajadores en plantilla.

Si miramos el drama de El Correo de Andalucía de cerca sólo nos parecerá un conflicto laboral más, pero no es eso. Ni siquiera el dolor que produce ver cómo un periódico se muere, ni siquiera la pena de cómo la historia ha acabado maltratando esas páginas legendarias, ni siquiera el dolor y la memoria de tantos grandes periodistas que han pasado por allí. No es eso, la historia de El Correo de Andalucía, su desastre, es la explicación de mucho más. El Correo explica Andalucía.

Si se mira de cerca, si sólo se contempla a los trabajadores con los brazos cruzados, apiñados en corro, en torno a un megáfono y algunas pancartas, no habrá nada que distinga este conflicto laboral de los otros muchos, cientos o miles, que han seguido el mismo camino hacia la nada. La angustia de las malas noticias y de los rumores que va aumentando hasta que un mes ya no llega la nómina al banco; luego vienen las jornadas de protesta, la emoción de la solidaridad, la esperanza de tiempos nuevos, los recortes que se aceptan y, finalmente, el cierre de la empresa. Ese recorrido es de sobra conocido, sí, y en nada se diferencia el conflicto laboral de un periódico, aunque sea decano y centenario como El Correo de Andalucía, de los conflictos laborales que por cientos, o por miles, han estallado en los últimos años en España.

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