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Cataluña, receta contra un pelmazo
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Javier Caraballo

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Cataluña, receta contra un pelmazo

“Deja de tener razón, y sé por una vez inteligente”. Pude oírselo hace años a un padre israelí al que le habían matado un hijo en

“Deja de tener razón, y sé por una vez inteligente”. Pude oírselo hace años a un padre israelí al que le habían matado un hijo en un atentado terrorista y que, después de llorarlo frente al retrato hasta que se le secaron las lágrimas, se incorporó decidido a una asociación de palestinos e israelíes que buscaba el entendimiento entre los dos pueblos y el fin del conflicto. Toda su pena, todo el dolor, la pérdida de su vida entera la puso al servicio de lo contrario.

Qué se hubiera esperado de él. ¿Tendría razones ese tipo para odiar de por vida a los palestinos? Sin embargo, entendió que la espiral de odio que alimentaba sus entrañas era, precisamente, la que había matado a su hijo y, aunque tenía razón, aunque tenía la mayor de las razones, buscó en la inteligencia el camino contrario: el entendimiento.

Lo decía hace años aquel padre herido por la muerte de un hijo, que es la mayor herida, y desde entonces he pensado que no tendría que existir en política, acaso también en la vida, otra máxima que esa, de la que emanaran todas las demás. Desterrar la soberbia, la prepotencia, el odio, la revancha, el sectarismo. Sobre todo cuando los asuntos se enquistan, cuando las posiciones se vician y se atrofian en la reafirmación permanente de los discursos de uno y otro lado, hace falta la amplitud de miras de quien, por encima de la razón, de su razón en la que cree firmemente, es capaz de buscar una vía de entendimiento. Inteligencia.

La estrategia del Gobierno se asemeja a esas carreras de las películas en las que los dos jefes rivales de bandas adolescentes conducen sus coches a toda velocidad hacia el precipicio y pierde quien se tira primero del vehículo

El conflicto político y social de Cataluña se mueve desde hace bastante tiempo en esos parámetros de enquistamiento en los que sólo una posición que se levante sobre las razones de unos y de otros es capaz de sacarnos de la inercia cansina en la que nos encontramos. El independentismo de Cataluña, en lo que a mí respecta, es un movimiento rencoroso e injusto, nacido de la mediocridad de una clase dirigente que ha arruinado a su región en treinta años de autonomía. En comparación con otras regiones, con otros pueblos de España, Cataluña no sólo no se puede sentir agraviada, sino que ha sido claramente beneficiada y privilegiada a lo largo de la historia reciente. Todos los análisis, todos, conducen a la misma conclusión y desembocan en la única explicación posible que tiene el supuesto ‘agravio’ de la Cataluña autonómica, que no es otro que tener que compartir con otras regiones a las que considera inferiores el mismo nivel competencial y el mismo rango autonómico.

Lo que ocurre es que, por muy asentadas que podamos tener estas creencias, por muy firmes que sean las convicciones, lo que no se puede ignorar es que en Cataluña existen muchos cientos de miles de ciudadanos que piensan justo lo contrario. A mi juicio, no tienen razón; pero de la misma forma ellos consideran que yo no tengo razón. Y en esas andamos, desde hace ya demasiado tiempo, demasiados años. El debate no sale de ahí, un partido de ping-pong.

Políticamente estancada y, socialmente, cada vez más radicalizada. En Cataluña, porque el independentismo se nutre de esa dialéctica de enfrentamientos, no tiene otra razón de ser, y en el resto de España porque el personal está cada día más cansado, más hastiado, más cabreado. Todo se ha dicho ya, hasta los insultos resultan ya repetidos, y las razones históricas, económicas o fiscales están gastadas de tanto usarlas. El pelmazo catalán ha tocado fondo en el debate. Tal y como se desarrolla en estos momentos, nada nuevo puede esperarse.

La prospección del próximo año y medio, que todo el mundo comparte también, nos aventura unos meses de tensión en aumento, con idas y venidas de discursos enfrentados, hasta llegar a la propuesta de referéndum de la independencia, en noviembre del año que viene, y el rechazo en el Congreso de los Diputados. Luego, elecciones anticipadas en Cataluña y triunfo previsible de la fuerza política más radicalizada, Esquerra Republicana. Todo esto, y está bien recordarlo, con el apoyo mayoritario de los ciudadanos catalanes, que son los únicos que pueden frenar esta deriva pero que, como se está viendo, no están por esa misión. La mayoría silenciosa de la que tanto se habla, la ‘españolista’, digamos, no existe. Finalmente, con el nuevo Parlament constituido, declaración unilateral de independencia. Y ahí se detiene el relato.

Lo que se le debe exigir al Gobierno de la nación es que, por primera vez, tome la iniciativa en el conflicto de Cataluña

Al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, le plantearon el otro día esa secuencia previsible y su única contestación fue lacónica e inquietante: “A ver a quién le da más vértigo”. Lo dijo así, y es el único elemento que faltaba para saber que la estrategia del Gobierno se asemeja a esas carreras de las películas en las que los dos jefes rivales de bandas adolescentes conducen sus coches a toda velocidad hacia el precipicio y pierde quien, preso del miedo, se tira primero del vehículo. Gana el que aguante más, el que resista más, el que se acerque más al precipicio, pero hay veces que uno de los pilotos no controla la salida y la competición acaba en tragedia, con el coche estrellado en el fondo del abismo.

Tal y como están planteadas las cosas, es probable que a lo que nos lleve el conflicto catalán sea a ese remedo de las carreras de coches frente a un barranco. Igual, a muchos, hasta les motiva el vértigo de verse cerca del despeñadero, cada vez más cerca. La frase del presidente, sin embargo, a lo que debería llevarnos es a pensar que es el momento de que la inteligencia se imponga a las razones, por muy fundadas que sean. En otras palabras, si el 74% de los catalanes se manifiesta a favor de una consulta, lo que tiene que hacer el Gobierno de la nación es atender esa demanda, pero con sus propias estrategias.

El problema fundamental del Gobierno de la nación, y por extensión de todas las fuerzas políticas contrarias a la independencia de Cataluña, es que hasta ahora quien ha marcado el ritmo de este conflicto han sido siempre los independentistas. Lo que se le debe exigir al Gobierno de la nación es que, por primera vez, tome la iniciativa en el conflicto. Por ejemplo, ideando una fórmula que, al mismo tiempo, atienda las demandas de consulta de la sociedad catalana y que garantice los límites constitucionales. Aventuro una posible salida: imaginemos un gran acuerdo entre el PP y el PSOE, decididos a encauzar el conflicto.

En primer lugar, retoman la legislación sobre referendos que regulaban en la Transición las consultas autonómicas. Aquella legislación, que nunca se debió abolir en España, ya se aplicó en Andalucía y exigía que, en una consulta como la que ahora se puede hacer en Cataluña, la propuesta que se somete a referéndum sea ratificada por más del 50 por ciento del censo, no de los votos emitidos, en cada una de las provincias que integran la comunidad autónoma. Si lo que se persigue es, nada más y nada menos, que la independencia, ¿no es lógico pensar en exigir una mayoría democrática reforzada? Una vez incorporada esa regulación a la legislación española, se atiende la demanda de Cataluña y se convoca un referéndum, no para consultar sobre la independencia, que sería ilegal, sino para que los ciudadanos catalanes ratifiquen el actual estatuto o lo rechacen, como sería el caso de los independentistas.

“A ver a quién le da más vértigo”, dice el presidente. Pero existen otras vías distintas al vértigo junto al abismo, otros caminos distintos al incremento de la tensión política y social, otras propuestas diferentes que sólo conducen al círculo vicioso en el que nos encontramos. Un Estado de Derecho se fortalece cuando es capaz de encauzar y reconducir conflictos tan agudos como el que se ha planteado en Cataluña. Todavía estamos a tiempo de frenar todos, porque ahí delante está el abismo. Ni se puede obviar la Constitución ni se puede ignorar lo que se piensa en Cataluña. Y hay recetas para acabar con este pelmazo que se está convirtiendo en pesadilla.

“Deja de tener razón, y sé por una vez inteligente”. Pude oírselo hace años a un padre israelí al que le habían matado un hijo en un atentado terrorista y que, después de llorarlo frente al retrato hasta que se le secaron las lágrimas, se incorporó decidido a una asociación de palestinos e israelíes que buscaba el entendimiento entre los dos pueblos y el fin del conflicto. Toda su pena, todo el dolor, la pérdida de su vida entera la puso al servicio de lo contrario.

Cataluña Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Mariano Rajoy