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La enfermedad de Suárez como metáfora de España
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Javier Caraballo

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La enfermedad de Suárez como metáfora de España

La sonrisa. Dicen sus familiares que en todos estos años de enfermedad, agotado por la ceguera blanca del alzhéimer, lo único que no ha perdido jamás

Foto: Adolfo Suárez y Carrillo se saludan en presencia de Jesús de Polanco.
Adolfo Suárez y Carrillo se saludan en presencia de Jesús de Polanco.

La sonrisa. Dicen sus familiares que en todos estos años de enfermedad, agotado por la ceguera blanca del alzhéimer, lo único que no ha perdido jamás Adolfo Suárez ha sido la sonrisa. Lo dice así su hijo Adolfo Suárez Illana y esa imagen, que hilvana la vida y la muerte de una persona fundamental en nuestra historia reciente, nos recuerda que fue esa misma sonrisa la que hizo posible que España transitara, venciendo todos los obstáculos, de una dictadura a una democracia. Esa sí que fue una 'marca de España', la transición política pacífica y el asentamiento de la democracia en un país acostumbrado a castigarse con la división, el cainismo, la ira, la soberbia. Decían los viejos que este país necesitaba palo largo y mano dura para evitar lo peor, que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas, y la sonrisa de Suárez nos convenció de un Libertad sin ira que hizo posible el milagro.

Por eso, por la dimensión hercúlea de lo conseguido aquellos años, es inevitable que, mirado el tiempo transcurrido con perspectiva, el alzhéimer de Suárez se muestre como una metáfora misma de la España actual, de lo que hemos olvidado, del regreso a las dudas sobre la identidad misma, a los enfrentamientos cainitas, al deterioro institucional. La memoria de la Transición se ha plegado en la mente de su principal valedor, junto al rey Don Juan Carlos, y parece que todos nos hemos olvidado de la simple evidencia de que nunca jamás los españoles han gozado de un periodo de democracia en toda su historia, que es la historia de una de las naciones más viejas de Europa. A menudo, se repetirá con intensidad estos días, se repasan los valores políticos y cívicos que hibernó posible la Transición, encarnada en la figura de Adolfo Suárez, y se mencionará la disposición para el diálogo y el entendimiento, la capacidad de renuncia de postulados propios para alcanzar un acuerdo con el adversario, la firme convicción en la España como fuerza irresistible que superaba cualquier adversidad. Lo que parecía imposible acababa imponiéndose porque todo el mundo creía que podía hacerse. Y si puede hacerse, se acabara haciendo por muchas que sean las dificultades.

El miedo fue el auténtico motor de la Transición. Si fue posible ese acuerdo que ahora celebramos con nostalgia en el que todos los partidos políticos y todos los agentes sociales eran capaces de ponerse de acuerdo en algunos asuntos de Estado, fue porque todo el mundo era consciente del peligro de regresión en el que podía caer el país

Diálogo, entendimiento, renuncia... Es verdad, esos son los valores esenciales de la Transición, sí, pero por encima de ellos hay algo más que siempre se olvida. Si fue posible todo aquello fue por el miedo. El miedo fue el auténtico motor de la Transición política en España. Veníamos de una dictadura, veníamos de una guerra civil, y en los momentos determinantes de la Transición en los que el riesgo de involución era una amenaza cierta y generalizada, ese vértigo logro allanar el camino. Si fue posible el espíritu de la Transición, ese acuerdo que ahora celebramos con nostalgia en el que todos los partidos políticos y todos los agentes sociales eran capaces de ponerse de acuerdo en algunos asuntos de Estado, fue precisamente porque todo el mundo era consciente del peligro de regresión en el que podía caer el país. Sólo el miedo es capaz de promover los grandes acuerdos, como aquellos Pactos de la Moncloa que ahora son imposibles. Sólo es miedo fuerza la lealtad y el interés común. Y sólo el miedo es capaz de llevar a un líder político a presentar la dimisión, como hizo Suárez, para salvar a un país.

Sin miedo no ha disposición de acuerdo, sin miedo no hay capacidad de diálogo, sin miedo no hay renuncias porque todo el mundo piensa que, cuanto más se fuerce la maquinaria, más fácil será imponer su posición. "Cuanto peor mejor", como se reprochan a veces los dirigentes políticos para denunciar las estrategias políticas mezquinas de sus rivales, cuando zarandean los gobiernos y el prestigio mismo de las instituciones. Sin miedo, no hubiera sido posible Santiago Carrillo, ni Felipe González, ni Fraga. Sin miedo, Tarradellas desaparece y surge Artur Mas. Sin miedo, Suárez no hubiera resultado convincente.

Una vez me contó Adolfo Suárez Illana que su padre comenzó a escalar en política el día en el que, siendo gobernador civil de Segovia, se fue a ver a Franco para intentar resolver algunos problemas enquistados en la provincia. Le solicitó audiencia y, cuando el dictador lo recibió, Adolfo Suárez, con el desparpajo y la resolución que le acompañaron siempre, se limitó a decir: "Excelencia, lo único que quiero pedirle es que me deje utilizar su nombre por un día". Ni inversiones para hospitales o carreteras, ni ayuda para ascensos políticos; nada concreto porque era todo y era nada. Franco se le quedó mirando y, contaba Suárez Illana, su padre se fue de la audiencia con el dictador con el permiso para usar su nombre durante un día. Quizá lo que le hace falta a España ahora es eso mismo. Soñar con que alguien en España pudiera utilizar por un día el nombre de Adolfo Suárez para rescatar el espíritu de la Transición de allí donde se quedó olvidado un día.      

 

La sonrisa. Dicen sus familiares que en todos estos años de enfermedad, agotado por la ceguera blanca del alzhéimer, lo único que no ha perdido jamás Adolfo Suárez ha sido la sonrisa. Lo dice así su hijo Adolfo Suárez Illana y esa imagen, que hilvana la vida y la muerte de una persona fundamental en nuestra historia reciente, nos recuerda que fue esa misma sonrisa la que hizo posible que España transitara, venciendo todos los obstáculos, de una dictadura a una democracia. Esa sí que fue una 'marca de España', la transición política pacífica y el asentamiento de la democracia en un país acostumbrado a castigarse con la división, el cainismo, la ira, la soberbia. Decían los viejos que este país necesitaba palo largo y mano dura para evitar lo peor, que hay dos Españas que guardan aún el rencor de viejas deudas, y la sonrisa de Suárez nos convenció de un Libertad sin ira que hizo posible el milagro.

Adolfo Suárez