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La invasión musulmana
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Javier Caraballo

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La invasión musulmana

Confieso que pocos temas como el islamismo provocan en mí tanto desconcierto, quizá por la imposibilidad de digerir tanta impotencia. Este último atentado de Francia, por

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Confieso que pocos temas como el islamismo provocan en mí tanto desconcierto, quizá por la imposibilidad de digerir tanta impotencia. Este último atentado de Francia, por ejemplo, la barbarie de tres asesinos islamistas contra el diario satírico que hace unos años publicó unas viñetas de Mahoma.

Justo un día antes de producirse el atentado, el martes, hojeando la prensa del día ya me había decidido a escribir un artículo sobre la amenaza islamista en Francia, pero no porque tuviera ningún presentimiento sobre el terror que estaba a punto de llegar, sino porque ayer, precisamente ayer miércoles, estaba previsto que llegara a las librerías de toda Francia el último libro de Michel Houellebecq, tituladoSoumission ('Sumisión'), un relato que el autor presenta como ‘futurista’, no como ficción, en el que retrata a Francia en el año 2022, convertida en República Islámica, después de que un nuevopartido político, Fraternidad Musulmana, haya obtenido la victoria en las elecciones presidenciales. En las entrevistas que ha concedido estos días atrás, el escritor, reconocido como unenfant terrible de la literatura francesa, insiste mucho en la idea de que su novela sólo anticipa los tiempos que llegarán en Francia, aunque admite con naturalidad que utiliza el ‘recurso de asustar’.

Unos años antes, entre 2002 y 2004, como probablemente recordarán muchos, Oriana Fallaci se despidió de este mundo con textos similares en los que alertaba también del peligro de Eurabia. Y lo hacía con la crudeza de sus escritos, con frases apocalípticas que removían del sillón a cualquiera. Cosas así: “Para conquistarnos no necesitan pulverizar nuestros rascacielos o nuestros monumentos: les basta nuestra debilidad y su fertilidad. Paren demasiado, esos hijos de Alá. Los europeos y particularmente los italianos ya no paren: estúpidos. Sus huéspedes, al contrario, no hacen más que parir. Se multiplican como ratones”.

Y en el fondo de todo, su profunda decepción con Europa y con la clase política europea, la Unión Europea que ella llamaba “un Club Financiero que roba mi parmesano y mi gorgonzola, que sacrifica mi bella lengua y mi identidad nacional, que me irrita con el Politically Correct y con sus ridículas demagogias populistas, ‘todos los perros son iguales’, ‘todos los culos son iguales’, esta mentira que facilita la invasión islámica y hablando de Identidad Cultural fornica con los enemigos de la civilización, no es la Europa que yo soñaba. No es Europa, es el suicidio de Europa”.

No pasaron ni dos horas del terrible atentado de Francia cuando un amigo, al que suelo censurar por sus análisis derrotistas, en extremo pesimistas de la realidad, me puso un mensaje de móvil: “¿Acordarse hoy de Oriana Fallaci es también apocalíptico e incorrecto?”. La impotencia viene justo de ahí, de ese fuego cruzado en el que parece imposible razonar nada en cuanto se habla del islam. Empezando, obviamente, por los propios islamistas, todos aquellos millones de personas que profesan esa religión y que están tan alejados de la barbarie terrorista como cualquiera de nosotros, que las condenamos y que la sentimos como una amenaza. Hablamos de esos islamistas, porque de los otros no será necesario extenderse más allá de la consideración de que esa yihad de asesinos es, en la actualidad, la principal amenaza contra el progreso y la civilización que ha logrado el hombre desde que es hombre. Es la principal guerra del siglo XXI, y todavía nos falta lo esencial, quizá, que es entenderla y combatirla como tal.

Pero si en el primer lugar del recuento de impotencias están los millones y millones de islamistas que repudian el terrorismo islámico, es sólo por la evidencia de que tendría que ser el mundo islámico el más feroz combatiente contra el yihadismo. Y eso no sucede. Se producen, claro, comunicados de condena de los atentados, pero eso no basta. Quizá la batalla del islam contra los terroristas que actúan en su nombre tendría que comenzar por lo más simple, el reconocimiento sincero de que la barbarie fundamentalista es un cáncer que ha nacido en esa religión, que es un problema propio, una prioridad en todos aquellos estados que se confiesan islámicos y defienden la paz.

Cuando eso suceda, cuando el islam le declare la guerra al terrorismo, se habrá dado el primer paso. Y necesariamente esa guerra del islam contra su propio cáncer debería conllevar el progreso propio de esa religión y, por ejemplo, dejar de considerar como signos culturales aquello que no supone más que la postergación y el sometimiento de las mujeres. Esa evidencia que se niega con naturalidad, y que incluso se asume fuera del islam como un gesto de tolerancia y multiculturalismo, tendría que ser el primer paso. Y ya se puede ver lo alejados que estamos. Tan alejados como del día en el que el islam abrace la democracia, sin tentaciones teocráticas.

De todas formas, para que algún día podamos celebrar que el islam se ha convencido de la yihad como una amenaza de muerte contra su propia religión, y que lo combate con todas sus fuerzas, para que llegue ese día que hoy es sólo un sueño, lo que desde luego no va a contribuir en nada son los análisis apocalípticos, insultones, temerarios, provocativos o incendiarios. Ni la estulticia de lo políticamente correcto ni el peligroso tremendismo de quienes hablan de los musulmanes como hordas invasoras. Contesto, así, a mi amigo, por aquel mensaje que me puso: “¿Acordarse hoy de Oriana Fallaci es también apocalíptico e incorrecto?”. Le contesto con una frase genial que utilizaba la propia Fallaci, de un escritor y periodista italiano, Ennio Flaiano. Decía así: “En Italia, los fascistas se dividen en dos categorías: los fascistas y los antifascistas”. No podemos permitir que en la lucha contra la sinrazón ocurra lo mismo.

Confieso que pocos temas como el islamismo provocan en mí tanto desconcierto, quizá por la imposibilidad de digerir tanta impotencia. Este último atentado de Francia, por ejemplo, la barbarie de tres asesinos islamistas contra el diario satírico que hace unos años publicó unas viñetas de Mahoma.

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