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País de mentirosos
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Javier Caraballo

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País de mentirosos

No ha habido comentario o análisis sobre el debate que no haya girado sobre la mentira

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Es curioso. Ninguna palabra se ha usado más en el debate del estado de la nación que la mentira. Y no deberíamos pasar por alto esta coincidencia letal, este fuego cruzado. Todos han acusado a todos de mentir en el Congreso, pero fuera, exactamente igual: no ha habido comentario o análisis sobre el debate que no haya girado sobre la mentira. Y es una justa crítica si se repasan algunas de las frases estelares del debate. Mentía, por ejemplo, el presidente Rajoy cuando afirmaba que la realidad de España es la de “una nación que ha salido de la pesadilla, que se ha rescatado a sí misma”. ¿Cómo que se ha rescatado a sí misma? ¿Hubiera sido posible salir de la crisis sin el rescate financiero, sin los recortes impuestos por la troika?

Mentía Pedro Sánchez cuando decía que todo lo ocurrido en estos últimos cuatro años es “precariedad, impuestos y Bárcenas; ese es el resumen de su legislatura”. ¿De verdad cree que no se ha avanzado nada? ¿Es que no recuerda el dirigente del PSOE en el estado en el que estaba España cuando la dejó su partido, cuando el presidente Zapatero adelantó las elecciones con el país hundido?

Mentía Rosa Díez cuando hablaba de mentir y afirmaba que “España ha sido rescatada por Europa; ha sido un rescate completo”. ¿Es que no encuentra diferencias entre el rescate completo de Portugal o Grecia y el rescate financiero de España? Y, por supuesto, mentía con brocha gorda Alberto Garzón cuando se subió a la tribuna para afirmar que “Rajoy está saqueando España para vendérsela a sus amiguetes”. ¿Hace falta rebatir también esta zafiedad?

Ni uno sólo de ellos es capaz de pronunciar un discurso sin sucumbir a la tentación de engordarlo con una mentira

Uno a uno, frase a frase, sólo tendríamos que pensar en el tipo que se sienta en el sofá, después de salir del curro, y contempla desolado que ni uno sólo de ellos es capaz de pronunciar un discurso sin sucumbir a la tentación de engordarlo con una mentira. La política es lo que es, ya sabemos, “una casa de putas”, que dijo Napoleón para no enredarse con más metáforas, pero hasta en el concepto prefijado y viciado que se tiene de la política, resulta preocupante lo que ocurre en España. Quizá porque entre las tolerancias equivocadas, perniciosas y enquistadas de la propia sociedad española se encuentra la mentira. Se le concede tan poca gravedad que hasta se valora el refinamiento del mentiroso como una virtud. Sinónimo de astucia. Se justifica, se valora y, finalmente, se asume como una excelencia por parte de algunos.

Podríamos abrir un debate interesante al respecto sobre si la consideración de la mentira nos viene de herencia romana o por tradición árabe, pero parece claro que en los países anglosajones la percepción de la mentira es distinta. Y allí, como socialmente a esta no se le concede ningún plus de ingenio, como no se le otorga ningún justificante de inteligencia añadida, cuando se descubre a un político mentiroso no existe debate: se desprestigia. En España, cuando un político noruego o alemán dimite por haber mentido en su currículum, la noticia se incluye en las secciones de extravagancia, como rarezas de la naturaleza. Aquí, ya ven, no sólo no ocurre sino que, cuando pasa, cuando se pilla a alguno con una mentira, el debate se resuelve de un plumazo con un lapidario callejero: “Todos mienten”. Y en paz.

De todas formas, que este sea el paisaje no presupone que se tenga que aceptar que la mentira se incluya entre los derechos constitucionales de los españoles, mucho menos de la clase política. Más bien al contrario, es necesario declararle la guerra abiertamente a la mentira y repetir, hasta la saciedad, que un mentiroso no puede permanecer en responsabilidades públicas. Porque una cosa es el error, la equivocación o la torpeza, y otra muy distinta es la mentira, deliberada, consciente. Esos son los límites, el respeto de las reglas del juego de una democracia. Lo expuso bien Julián Marías hace años, apuntando a la política: “El único remedio conocido para esta lacra, que perturba y corrompe una parte considerable de la vida pública, muy especialmente de la política, es detectar, reconocer, retener la mentira allí donde aparezca. La mentira deliberada y comprobable no puede aceptarse, porque vicia toda la discusión, pervierte el uso legítimo, absolutamente necesario, de la palabra”.

Sabemos que en política, como acabamos de ver en este debate del estado de la nación, no existe un discurso sin mentiras

Cuanto un dirigente político miente y persiste en el engaño, la desolación es un sentimiento de proximidad porque las mentiras del poder, difundidas y reiteradas con fuerza imparable, provocan impotencia y hasta miedo. Una vez superados esos sentimientos, ya sólo queda la duda de por qué sucede. Vayamos a Juan de Mairena: “Se encargan de mantener en el mundo el culto de todas las mentiras porque piensan que, fuera de ellas, no podrían vivir”. Sabemos que en política, como acabamos de ver en este debate del estado de la nación, no existe un discurso sin mentiras.

Y entre los ciudadanos que han contemplado el debate, los habrá que pongan el acento de la mentira en el político rival, mientras que exculpan, justifican o ignoran las mentiras del político o del partido que sienten próximo. Pero convendremos que esa purga es, de la misma forma, falsa y mentirosa. Si de verdad nos repugna la mentira, debemos hacer tabla rasa; detestar la mentira incluso cuando alguien piense que le beneficia. Porque otra conclusión nos incluye a todos: una clase política mentirosa sólo se concibe en un país de mentirosos.

Es curioso. Ninguna palabra se ha usado más en el debate del estado de la nación que la mentira. Y no deberíamos pasar por alto esta coincidencia letal, este fuego cruzado. Todos han acusado a todos de mentir en el Congreso, pero fuera, exactamente igual: no ha habido comentario o análisis sobre el debate que no haya girado sobre la mentira. Y es una justa crítica si se repasan algunas de las frases estelares del debate. Mentía, por ejemplo, el presidente Rajoy cuando afirmaba que la realidad de España es la de “una nación que ha salido de la pesadilla, que se ha rescatado a sí misma”. ¿Cómo que se ha rescatado a sí misma? ¿Hubiera sido posible salir de la crisis sin el rescate financiero, sin los recortes impuestos por la troika?

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