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Javier Caraballo

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La piel de Montoro

Lo que le ha ocurrido a Montoro es que ya ni siquiera lo disimula, sino que exhibe su antipatía como un enorme valor en política, su gran virtud

Foto: El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro. (EFE)
El ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro. (EFE)

El ministro Montoro anda enredado con un imposible metafísico: quiere hacer de su antipatía virtud. Y como los políticos que llegan tan alto, tan lejos, y no respiran el aire de la calle sino el perfume dulce de la nube de asesores que los rodea, lo que le ha ocurrido a Montoro es que ya ni siquiera lo disimula, sino que exhibe su antipatía como un enorme valor en política, su gran virtud. Por las noches, se puede imaginar a Montoro, besándose la piel, como los gatos, en el tejado del Ministerio de Hacienda, mirándonos a todos con ojos felinos, que unas veces son de desconfianza y otras de compasión. Y mascullando entre tanto: “Yo no estoy aquí para ser simpático”.

Ya se le había visto la tendencia malaje hace mucho tiempo, pero fue nada más madrugar esta legislatura cuando Montoro desplegó toda la antipatía de la que lo ha dotado Dios. La desarrolló a conciencia, como si la hubieran incluido en el programa electoral. El mismo programa electoral que incumplió el Partido Popular y que Montoro transformó con la saliva agria de los discursos. “Montoro trata a los ciudadanos como si fueran la oposición”, se le dijo aquí entonces. Podía pensarse que ese mal carácter era consecuencia del estreñimiento de la prima de riesgo, de la tensión elevada de los primeros momentos de incertidumbre, del estrés de tantos meses de cuesta arriba y números rojos. Pero no se trataba de nada coyuntural; la antipatía del ministro de Hacienda en esta legislatura ha sido una estrategia política que ahora él mismo exhibe como uno de sus principales logros.

“Ministro –le pregunté hace unos días–, ¿le preocupa a usted la falta de empatía con los ciudadanos? ¿Que la economía haya mejorado y que, sin embargo, no lo sepan ustedes transmitir a los ciudadanos? ¿Es usted de los que piensa, como en su partido, que ha faltado ‘piel’?”.Si hay respuestas que llevan incluida en el tono una carcajada corrosiva, mordaz, esa fue la del ministro Montoro. Dijo: “Esto de la piel, el cariño, la empatía, y tal... lo dejo para otros… Entenderá usted que yo llevo muchos años haciendo política y la verdad, es que, cuando empiezan a decir, ‘ministro, le ha faltado cariño’… ¡Venga, ya, hombre! Yo no… Que yo no estoy aquí para ser simpático; mi compromiso es salir de la crisis y creo firmemente que lo estamos consiguiendo”.

La antipatía del ministro de Hacienda en esta legislatura ha sido una estrategia política que ahora él mismo exhibe como uno de sus principales logros

Lo de los Gobiernos del Partido Popular con la comunicación, salvo algunas excepciones, acaso la primera legislatura de Aznar, siempre ha sido un camino de espinas, pero, entre unas cosas y otras, esta legislatura de Mariano Rajoy como presidente puede batir todos los récords precedentes. Sobre todo porque se trata del Gobierno que ha tenido que afrontar la coyuntura más difícil de los últimos 30 años y, cuando comienza a superarla, lo único que se percibe como mensaje político es una estela de antipatía y displicencia. Todo el mundo puede entender que durante momentos tan críticos como los vividos por la crisis económica, la tarea del Gobierno para superarla ha sido muy ingrata. Sin paliativos ni medios para ofrecer otra sensación. Pero incluso en esos momentos, un gobernante debe saber mirar a los ojos de los ciudadanos, contarles la verdad y contagiarles la necesidad de realizar un esfuerzo colectivo.

Numerosos politólogos y asesores de comunicación tienen trillado el campo de las emociones en los discursos políticos y el papel fundamental que juegan en el triunfo o la derrota de los partidos políticos. En esencia, porque quizá estamos hablando de los principios elementales de la retórica y del arte de la política, todos los expertos en comunicación le dan vuelta en sus análisis a la misma ecuación: “No se trata de lo que tú digas, sino de lo que la gente escucha”. La forma de decir las cosas, de transmitirlas,es tan importante como el contenido de lo que se quiere transmitir. Quizá el ideal debería estar en un equilibro entre las dos, el contenido y la forma, para alejarnos así de los demagogos y los vendedores de humo, que tan mal acaban siempre para las sociedades.

''Yo mido la empatía de otra manera. Lo que necesito son datos que reafirmen que mi país está creciendo, que la economía mejora. Lo demás me sobra''

El problema fundamental de este Gobierno, plasmado crudamente en un ministro como Montoro, es que jamás ha encontrado ese equilibrio y que se ha regodeado en una antipatía que, ahora, al final de la legislatura, incluso intenta convertirla en virtud. La esperanza de Montoro es que funcione su imposible metafísico, que la antipatía se vuelva virtud. “Yo sé que algunos dicen ‘al Partido Popular le falta empatía’. ¡Venga! A mí me faltan datos. Yo mido la empatía de otra manera. Lo que necesito son datos que reafirmen que mi país está creciendo, que la economía mejora y que se crea empleo. Lo demás me sobra. Y, además, pido que me hagan esa valoración. Por eso estoy seguro de que los españoles van a volver a darle la confianza a este Gobierno por la mejora económica y la creación de empleo, que es de lo que se trataba; aquello que parecía imposible al comienzo de esta legislatura: lideramos el crecimiento económico en Europa”, sostiene Montoro.

Antonio Gutiérrez-Rubí, consultor político y experto en comunicación, es una de las personas que ha destacado la importancia de las emociones en política para dirigirse a la sociedad actual, al mismo nivel que la seducción, la ideología o la propia gestión. En un artículo en el que lo analiza, dice así: “Aceptada la ‘inteligencia emocional’, los políticos comienzan a valorar la gestión de las emociones como vehículo decisivo para generar los sentimientos que les permitirán transmitir –de manera que se perciba–un determinado mensaje en las mejores condiciones. Ya no se juzga a los políticos solamente por sus palabras y sus promesas, sino que su aspecto y su actitud también juegan un papel decisivo. Un gesto fuera de lugar o un comportamiento equívoco pueden minar la confianza de los ciudadanos. Muchos ya saben el carácter letal de una risita nerviosa en un momento equivocado”. Está claro que el Gobierno de Rajoy acudió a otros especialistas cuando comenzó a gobernar. A los dermatólogos de Montoro, se diría.

El ministro Montoro anda enredado con un imposible metafísico: quiere hacer de su antipatía virtud. Y como los políticos que llegan tan alto, tan lejos, y no respiran el aire de la calle sino el perfume dulce de la nube de asesores que los rodea, lo que le ha ocurrido a Montoro es que ya ni siquiera lo disimula, sino que exhibe su antipatía como un enorme valor en política, su gran virtud. Por las noches, se puede imaginar a Montoro, besándose la piel, como los gatos, en el tejado del Ministerio de Hacienda, mirándonos a todos con ojos felinos, que unas veces son de desconfianza y otras de compasión. Y mascullando entre tanto: “Yo no estoy aquí para ser simpático”.

Cristóbal Montoro