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Je suis Judas
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Javier Caraballo

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Je suis Judas

El mensaje fundamental que, a mi juicio, transmiten cada año fenómenos sociales como la Semana Santa de Sevilla es justamente ése: la tolerancia

Foto: Jesús de la Redención en El beso de Judas (Lobillo, Wikimedia)
Jesús de la Redención en El beso de Judas (Lobillo, Wikimedia)

Hace unos años, de cofradías por Sevilla, una amiga me sorprendió al paso de un Cristo del Lunes Santo, conocido popularmente como El beso de Judas. Pasaba la procesión, envuelta en una nube de incienso, pespunteada por el azahar de los naranjos, cuando mi amiga, en su éxtasis, estalló: “¡Judas es la caña!”. En Sevilla, a ver, la relación de la progresía con la Semana Santa es compleja, y aquella amiga es de las que considera la progresía como una parte fundamental de su currículum vitae.

La Semana Santa en esta ciudad trasciende de los cánones; trasciende de la propia jerarquía eclesiástica para convertirse en un fenómeno social cuya definición sólo es errada cuando se intenta simplificar. Es fácil ver en la Semana Santa de Sevilla, y seguramente en la de otras muchas otras ciudades, tipos que no encuentran ninguna contradicción entre ser ateos y devotos de la Semana Santa.

Recuerdo una conversación, hace años, con un pintor sevillano, Paco Cuadrado, troskista y amante de la Semana Santa. No recuerdo a nadie defender con más pasión la vivencia de un nazareno, la experiencia introspectiva del penitente, la fabulosa sensación de observar el mundo con antifaz; recorrer la vida, verla y oírla, sin ser visto ni oído, espíritu invisible que recorre su ciudad con un cirio en la mano. Horas y horas de reflexión con uno mismo, en silencio. Cansados, reconfortados. Tal era su pasión, tan convencido estaba de que no había contradicción alguna entre su ideología, su ateísmo y la Semana Santa, que zanjó la charla con una frase sublime: “Si Carlos Marx viviera, se vestiría de nazareno”. ¿Confusión? Pues claro, bendita confusión. Sólo se equivoca quien intenta reducir el fenómeno a una frase, a una sentencia. No vale el blanco o negro.

La labor esencial de la Iglesia católica no es cerrarse, sino abrirse y darse, ofrecerse de ejemplo de convivencia

El mensaje fundamental que, a mi juicio, transmiten cada año fenómenos sociales como la Semana Santa de Sevilla es justamente ese. La tolerancia, que es quizá una de las muchas y fundamentales aportaciones de la Iglesia católica. Tolerancia, integración. La Iglesia más inteligente de estos dos mil años de historia ha sido la que, frente al no creyente, ha abierto los brazos y los ha integrado en su comunidad. La equivocación está en pensar que, después de lo logrado, después de haber asentado tanta apertura, la defensa de los valores y principios de la Iglesia católica se realiza con una vuelta de tuerca hacia la intransigencia.

Porque ese riesgo existe, está latente. Confundir la defensa de principios y valores con la cerrazón. Sobre todo en los tiempos que vivimos, con la mayor amenaza contra la Humanidad que han conocido muchas generaciones, que es el terrorismo islámico y el fundamentalismo, la labor esencial de la Iglesia católica no es cerrarse, sino abrirse y darse, ofrecerse de ejemplo de convivencia. La Semana Santa, en fin, como ejemplo de tolerancia. En vez de aventar los peligros, de asustar con las amenazas. Y decir a laicos y fundamentalistas, “este es el camino”.

Judas pasa en esa perspectiva de ser un miserable traidor al más disciplinado y sacrificado de los discípulos de Cristo.

Aquel año del “Judas es la caña”, conocí después que acababan de certificar la autenticidad de unos papiros que llamaron ‘El evangelio de Judas’, y quizá por eso lo decía mi amiga. En ese manuscrito, supuestamente escrito por una secta herética hace mil setecientos años, se presenta a Judasno como el símbolo de la traición, sino como el discípulo favorito de Jesucristo. Y si hizo lo que hizo, no fue por treinta denarios, sino porque cumplía una misión divina. Y si lo besó en la mejilla, no fue por envidia o avaricia, sino porque sólo a Judas le reveló Jesús toda la grandeza de su divinidad. “Serás mejor que todos los demás porque sacrificarás el cuerpo de hombre del que estoy revestido”, le explicó Jesús para que lo ayudara en su trance hacia la resurrección. “Sepárate de los otros y te mostraré los misterios del reino. Los alcanzarás, pero sufrirás porque serás maldecido durante generaciones”, dicen los misteriosos papiros.

Judas, es decir, pasa en esa perspectiva de ser un miserable traidor al más disciplinado y sacrificado de los discípulos de Cristo. En fin, que si mi amiga progre, en su mundo insulso, hubiera conocido la historia del papiro se hubiera lanzado a diseñar camisetas con el “Je suis Judas”, que hubieran vendido como rosquillas. Y aun así, no hubiera temido por nadie que, al verlas, la hubiera amenazado de muerte, como sí ocurre con la barbarie del terrorismo islámico. Tolerancia. Es eso, el principio de todo.

Hace unos años, de cofradías por Sevilla, una amiga me sorprendió al paso de un Cristo del Lunes Santo, conocido popularmente como El beso de Judas. Pasaba la procesión, envuelta en una nube de incienso, pespunteada por el azahar de los naranjos, cuando mi amiga, en su éxtasis, estalló: “¡Judas es la caña!”. En Sevilla, a ver, la relación de la progresía con la Semana Santa es compleja, y aquella amiga es de las que considera la progresía como una parte fundamental de su currículum vitae.

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