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La herencia corrupta de Aznar
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Javier Caraballo

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La herencia corrupta de Aznar

El entorno más personal del expresidente Aznar se ha visto salpicado por los grandes escándalos que han afectado al Partido Popular

Foto: El presidente de honor del PP, José María Aznar. (EFE)
El presidente de honor del PP, José María Aznar. (EFE)

Le preguntaron y puso la mano en el fuego con disimulo. Claro que de eso hace más diez años y, tal y como van las cosas en la política española, dos meses modifican el futuro y un solo año cambia la historia. La cuestión, de todas formas, es que Aznar estaba en 2005 recién salido de la presidencia del Gobierno y le preguntaron si ponía la mano en el fuego por los que fueron sus colaboradores. Habría quien, en las crónicas de aquel día, hablase de un breve silencio del expresidente del PP antes de responder; mi compañero Graciano Palomo detalló un poco más el instante y lo describió así: “Mirando desdeñosamente, como si le hubieran lanzado un escupitajo al rostro, respondió con voz apenas perceptible”. Lo que hizo Aznar con esa voz susurrante, con ese gesto displicente, fueasentir, aunque le dejase abierta la puerta a la duda. “Sí, creo que sí…”

Lo que ha ocurrido en España en los años siguientes, en estos diez últimos años, es que ha sido el entorno más personal del expresidente Aznar el que se ha visto salpicado por los grandes escándalos que han afectado al Partido Popular. El último del que tenemos noticias es de Rodrigo Rato, doblemente afectado por las tarjetas black y el dinero oculto en el extranjero, y por el escándalo mayúsculo de Caja Madrid, al igual que Miguel Blesa.

Antes que ellos, han pasado por los tribunales los responsables de la finanzas del PP durante su etapa de presidente del partido, Luis Bárcenas y Álvaro Lapuerta, alguno de sus ministros de confianza, como Jaume Matas, y otros personajes de más difícil definición, como Francisco Correa y el entorno al que siempre se recordará desfilando de chaqué y gomina, camino de la boda ampulosa y frívola de la hija de Aznar en El Escorial, convertida en asunto de Estado.

Aznar pasa por todos estos asuntos como si nada fuera con él; mira hacia otro lado, como si jamás hubiese pisado ni la Moncloa ni Génova

También habría que incluir en el entorno de Aznar, obviamente, a Juan Villalonga, su amigo de la adolescencia, aunque en su caso quedó exculpado de toda responsabilidad penal en el ‘caso Sintel’. De Villalonga lo único que podría reprochársele a Aznar es el ascenso meteórico de su amigo, gracias a que “Juan y yo entramos en el colegio el mismo día, nos pusieron en la misma clase y los dos vivíamos para jugar al fútbol”.

La cuestión es que, sumados todos ellos, y contemplando el panorama que ahora conocemos con la perspectiva que dan los años, lo único que resulta extraño es que José María Aznar pase por todos estos asuntos como si nada fuera con él; mira hacia otro lado, desde la acera de enfrente, como si jamás hubiese pisado ni la Moncloa ni Génova en aquellos años en los que la bonanza de España degeneró en merienda de gaviotas.

Si nadie puede negarle a Aznar el mérito de la prosperidad económica de aquellos años, acaso el mejor periodo económico que hemos conocido en democracia, el que asentó a España en Europa, lo lógico sería exigirle a continuación su responsabilidad por la podredumbre que se fue acumulado en las alcantarillas. Responsabilidad política, incluso por el mero ejercicio de completar la memoria de nuestros dirigentes, lo que realmente fueron, aunque haya pasado ya más de una década desde que Aznar dejó la presidencia del Gobierno. De la misma que nunca deben confundirse las responsabilidades penales con las políticas, tampoco en los asuntos de la memoria conviene mezclar juzgados y política, con lo que habremos de concluir que las responsabilidades políticas, a esos efectos, no prescriben jamás.

Con dos legislaturas más en el Gobierno, no contemplaríamos a Aznar con los mismos ojos, porque la corrupción que le sucedió habría caído sobre él

Podríamos, por ejemplo, realizar el interesante ejercicio mental de intentar calcular cuál sería la imagen de Aznar si hubiera continuado en el poder dos o tres legislaturas más. Como Felipe González, que ganó cuatro veces seguidas. La ‘trama Gürtel’, por ejemplo, y todo lo que judicialmente se ha desprendido de ella, se comenzó a investigar en 2007, tres años después de haber salido Aznar de la Presidencia del Gobierno. Cronológicamente, podría decirse que es un escándalo político que no le corresponde, que eso le pertenece a quienes le sucedieron, pero esa trampa mental no se sostiene.

Hasta Luis Bárcenas, una vez que le preguntaron cuando estaba en Soto del Real, se mostró convencido de que nunca habría dado con sus huesos en la cárcel si Aznar hubiera seguido de presidente del Gobierno. Que le habría mandado menos mensajitos de apoyo, ‘Luis, sé fuerte’, pero le habría quitado de encima a las dos fiscales que lo atosigaban.

La decisión de Aznar de limitar a dos legislaturas su mandato ha tenido un efecto inesperado, que igual a quien más sorprende gratamente es al propio interesado. Con dos legislaturas más en el Gobierno, no contemplaríamos a Aznar con los mismos ojos que ahora, porque la corrupción que le sucedió habríacaído sobre élno como una lluvia fina, sino como un aguacero. Nadie al que se le pregunte en la actualidad, incluso con los años que han pasado, desligará la figura política de Felipe González de los enormes escándalos de corrupción que acabaron con el felipismo. Y tampoco Felipe González se vio afectado en los tribunales por ninguno de aquellos casos. Si aceptamos la tesis de antes, que la responsabilidad política de un gobernante no prescribe, a Aznar acaso habría que volver a formularle la misma pregunta. “De verdad que sigue usted poniendo la mano en el fuego por sus colaboradores?”. Y que Graciano se fije otra vez en su cara y en su tono.

Le preguntaron y puso la mano en el fuego con disimulo. Claro que de eso hace más diez años y, tal y como van las cosas en la política española, dos meses modifican el futuro y un solo año cambia la historia. La cuestión, de todas formas, es que Aznar estaba en 2005 recién salido de la presidencia del Gobierno y le preguntaron si ponía la mano en el fuego por los que fueron sus colaboradores. Habría quien, en las crónicas de aquel día, hablase de un breve silencio del expresidente del PP antes de responder; mi compañero Graciano Palomo detalló un poco más el instante y lo describió así: “Mirando desdeñosamente, como si le hubieran lanzado un escupitajo al rostro, respondió con voz apenas perceptible”. Lo que hizo Aznar con esa voz susurrante, con ese gesto displicente, fueasentir, aunque le dejase abierta la puerta a la duda. “Sí, creo que sí…”

José María Aznar Rodrigo Rato