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El psiquiatra y la hipocresía sevillana
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Javier Caraballo

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El psiquiatra y la hipocresía sevillana

La Sevilla sin sevillanos de Machado, la Sevilla que templando repele, fuego con nieve, que Cernuda extendió al andaluz, la Sevilla que censuró la esquela de Chaves Nogales… Sevilla, en fin

Foto: Procesión de Semana Santa en Sevilla. (EFE)
Procesión de Semana Santa en Sevilla. (EFE)

La hipocresía no nació en Sevilla, pero cuando llegó aquí se quedó a vivir en la calle Sierpes, a la que la historia atribuye de forma equivocada la leyenda de una serpiente que vivía en las alcantarillas y se tragaba a los niños, cuando en realidad el nombre debe venirle a la calle por la lengua de serpiente que todavía pasea por las aceras, cada día, con burlas ácidas, crueles silencios y desprecios cínicos. La hipocresía no nació en Sevilla, pero en esta ciudad se pasea y siempre ocurre igual con sus hijos, que nunca sabe distinguirlos, ni apreciarlos, ni diferenciarlos. Sevilla, sí, pero ¿qué Sevilla? Pues una Sevilla eterna y persistente, a veces casposa y siempre oficial, que representa a la ciudad sin ser la ciudad. La Sevilla que estos días calla y otorga cuando a uno de los suyos lo señalan con el dedo acusador. La Sevilla sin sevillanos de Machado, la Sevilla que templando repele, fuego con nieve, que Cernuda extendió al andaluz, la Sevilla que censuró la esquela de Chaves Nogales… Sevilla, en fin.

Ocurre estos días en la ciudad que un escándalo mayúsculo se ha desatado cuando, al cabo de muchos años, han ido apareciendo mujeres por todas partes para denunciar los abusos a los que las sometía un reconocido psiquiatra de la ciudad. Primero fue una mujer la que entendió que, para librarse de ella misma, para espantar los demonios de su conciencia, tenía que liberar las sombras que la atormentaban en su cabeza, día y noche. Lo hizo y, tras esa mujer, vinieron después muchas más, todas con párrafos de desahogo calcados de la misma experiencia sufrida. Se trata, sí, de la denuncia contra el psiquiatra sevillano Javier Criado, uno de los pertenecientes a esa Sevilla que la Sevilla clásica considera que hay que proteger. O disimular. O silenciar.

La hipocresía no nació en Sevilla, pero en esta ciudad se pasea y siempre ocurre igual con sus hijos, que nunca sabe distinguirlos, ni apreciarlos

Nada en ese asunto, que todavía tiene que ser juzgado, tendría otra relevancia que una de tantas denuncias por supuestos abusos sexuales si no fuera por el comportamiento de la ciudad. Sería la denuncia contra un profesional con todo el derecho a la presunción de inocencia. Lo mismo que las mujeres, tantas mujeres, tienen derecho a que se oigan sus denuncias, sus lamentos, su sufrimiento callado, su vergüenza escondida porque también ellas forman parte de la llamada ‘alta sociedad’ sevillana. Si abominables son los cargos de los que se acusa al psiquiatra, más despreciable es la indiferencia. Y esa es la crueldad con la que la Sevilla clásica ha recibido las denuncias de esas mujeres. Lo silencios de la prensa local, los eufemismos, la alambicada manera de no decir las cosas para tapar con un guiño al denunciado.

Volvamos a insistir en lo fundamental. De lo que se trata es de que un grupo de mujeres de la alta sociedad sevillana ha acusado al psiquiatra que las ha asistido en estos años atrás de haberse aprovechado de su débil estado mental para abusar de ellas. El psiquiatra, en su defensa, afirma que todo es “falso de toda falsedad”, que se trata de asuntos juzgados hace diez años y archivados entonces por falta de la más mínima prueba.

Las mujeres, que van creciendo en número, que se van agigantando en fuerza, contestan que hace diez años se trataba sólo de un testimonio que quedó en nada cuando se confrontó, palabra contra palabra, contra la versión del psiquiatra. Pero que ahora son muchas las que afirman lo mismo. Ese es el pleito que queda pendiente de resolver, el que la Justicia aclarará. Pero, hasta entonces, lo que no puede existir es una disculpa soterrada por el silencio esquivo de las portadas de los periódicos de la ciudad. Porque si ese psiquiatra no fuera hermano mayor de una hermandad de pasión, no existirían silencios. La Semana Santa, ni sus cofradías, la Iglesia, ni su jerarquía, pueden desplegar un tratamiento distinto al que le hubieran dispensado a alguien que no fuera de los suyos. Que la presunción de inocencia del psiquiatra, por ser quien es, no puede imponerse a la denuncia de las mujeres que lo acusan.

Las mujeres, que van creciendo en número, contestan que hace diez años se trataba sólo de un testimonio que quedó en nada

Hace unos meses, la cándida portavoz de Podemos en la ciudad le dio por bromear con la Semana Santa de Sevilla. En una entrevista, contestó a la pregunta, también bromista, de un periodista de la ciudad y le dio por decir que, cuando gobernase Podemos someterían a referéndum la Semana Santa. La afectada, afligida, y el periodista, impotente, desmintieron la seriedad de aquella polémica, pero la Sevilla clásica se volcó encima como un resorte indignado. “Si en Sevilla, que es la madre de María Santísima, van a preguntar algo tan importante como esto, todos sabremos dónde estamos. Me parece una barbaridad sólo el pensarlo”, dijo entonces el presidente del Consejo de Hermandades y Cofradías al frente de otros muchos que se incendiaron con aquella nadería.

¿No sería lógico que ahora, ante acusaciones tan graves, se muestre, al menos, un respeto por las denunciantes? Y respeto significa, al menos, no contestar con el silencio esquivo de los titulares y las declaraciones. Respeto significa no contestar con hipocresía. Respeto significa que ese hermano mayor tendría ya que haber dejado su puesto a la espera de una resolución judicial. Tendría que haberlo solicitado el propio psiquiatra, que defiende su inocencia, y tendría que haberlo solicitado así desde el arzobispo hasta el último cofrade sevillano.

En marzo del pasado año, otro ilustre apellido de la ciudad, el notario Pedro Romero Candau decidió poner fin a su vida de un tiro, debajo de un puente. Fue un suceso trágico, desgraciado, que cerraba con un suicidio la vida de un hombre al que nadie que lo conoció pudo decir otra cosa que era una mente privilegiada, un hombre espectacular. Número uno de su promoción, referencia entre los notarios de toda España, emprendedor y referente de la Sevilla clásica por su vinculación con la Real Maestranza de Caballería.

Todavía pueden visitarse en la hemeroteca alunas páginas de periódicos locales de aquellos días, a excepción de los nacionales, como sucede ahora, que trataban el suceso como si al notario lo hubieran asaltado en su coche unos desalmados. La verdad era que aquel hombre no pudo más ni con su vida ni con su fama ni con su prestigio social después de haber defraudado en torno a cincuenta millones de euros a todo aquel que había confiado en su notaría. De no haber pertenecido a esa Sevilla que se llama así misma eterna, las crónicas no lo hubieran ocultado, simulado, silenciado. Ahora, un psiquiatra, hermano mayor de una hermandad señera en Sevilla, se refleja en ese espejo de aguas estancadas, como la dársena del Guadalquivir. Pero toda Sevilla no es igual. Justicia y respeto.

La hipocresía no nació en Sevilla, pero cuando llegó aquí se quedó a vivir en la calle Sierpes, a la que la historia atribuye de forma equivocada la leyenda de una serpiente que vivía en las alcantarillas y se tragaba a los niños, cuando en realidad el nombre debe venirle a la calle por la lengua de serpiente que todavía pasea por las aceras, cada día, con burlas ácidas, crueles silencios y desprecios cínicos. La hipocresía no nació en Sevilla, pero en esta ciudad se pasea y siempre ocurre igual con sus hijos, que nunca sabe distinguirlos, ni apreciarlos, ni diferenciarlos. Sevilla, sí, pero ¿qué Sevilla? Pues una Sevilla eterna y persistente, a veces casposa y siempre oficial, que representa a la ciudad sin ser la ciudad. La Sevilla que estos días calla y otorga cuando a uno de los suyos lo señalan con el dedo acusador. La Sevilla sin sevillanos de Machado, la Sevilla que templando repele, fuego con nieve, que Cernuda extendió al andaluz, la Sevilla que censuró la esquela de Chaves Nogales… Sevilla, en fin.

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