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Los cojones y las legañas
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Javier Caraballo

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Los cojones y las legañas

Nunca otro delincuente alcanzará la sutileza de un político delincuente a la hora de mentir, mentiras de partido, mentiras de gobierno, mentiras de sí mismo

Foto: El exalcalde de Valdemoro, José Miguel Moreno. (EFE)
El exalcalde de Valdemoro, José Miguel Moreno. (EFE)

Existe un código, una forma de hablar, un lenguaje específico, un abecedario de cartas marcadas, una jerga única en la que se reconocen, se reconcilian. Se identifican. El lenguaje del mangante, que es el lenguaje de las alcantarillas de la política, contiene expresiones únicas que ellos utilizan siempre pero que nosotros sólo conocemos cuando trascienden en los sumarios judiciales por los pinchazos telefónicos. Las vamos asumiendo como si las hubiera escrito un guionista para la serie de moda de los bajos fondos de la política, y a nosotros nos entusiasman en cada capítulo que conocemos, que se publica.

Como esta de ahora, del diputado del PP de la Asamblea de Madrid que llama a su benefactor para que le entregue un poco de pasta para las vacaciones; nada, un par de bolsas de billetes como esas que guardaba Julián Muñoz debajo de la cama, como contó su mujer de entonces. El caso es que lo llama y le suelta esa frase que ha salido en todos los titulares: “¿Tú qué tal, tocándote los huevos, no?”. Y el otro, el diputado del PP, con la naturalidad que aporta el conocimiento del mismo idioma, le contesta con toda naturalidad: “Tocándome los cojones, sí, que para eso me hice diputado”. La misma lógica que el comisionista del ‘caso Ollero’, una trama de sobornos para obras públicas en Andalucía, a la que la Policía le grabó una conversación en la que calculaban los ingresos por las comisiones de alguna carretera que estaban a punto de adjudicar. “De esta –decía–nos quitamos las legañas”.

Hace años, en las grabaciones del saqueo de Marbella, la que fuera concejal socialista Isabel García Marcos también le pedía dinero a un empresario, en este caso del servicio de la grúa, a cambio de unas modificaciones en las ordenanzas municipales. Y el empresario le decía, con ese tono que los identifica, “la burra no da para tanta leche”. De aquella partida de trincones marbellíes, la única que mantuvo una inusual coherencia discursiva fue la entonces alcaldesa, Marisol Yagüe.

Poco antes de que la Policía entrara a saco en el Ayuntamiento para llenar los furgones de concejales detenidos, la alcaldesa de Marbella se explayó en un discurso institucional, con motivo del día de la Constitución. Estaba la mujer irritada porque la Junta de Andalucía, que tantos años llevaba contemplando la mangancia sin hacer nada, cambió de criterio, quizá para sacudirse la implicación futura, y amenazó con retirarle al municipio las competencias urbanísticas. Fue entonces cuando la alcaldesa dijo enfadada: “¡Vienen a quitarnos la manteca!”.

'Esto para mí es muy desagradable, pero es que no tengo otra salida', dice el tipo. 'Luego, esas críticas... En fin, que si coges, malo y si no coges, peor...'

¿Y el ‘caso Ohanes’? Quizá lo recuerde alguien porque existen pocos precedentes de casos de corrupción tan claros, tan flagrantes, que luego se quedan en nada por algún defecto formal que aparece en la instrucción, en este caso la prescripción de los delitos. Pero aunque no tuviese repercusión penal, en aquel caso, grabado en vídeo por un empresario que le entregaba dinero al alcalde de la localidad de Ohanes, encontramos un diálogo perfecto de ese cinismo que se contiene en el lenguaje trincón. El alcalde que coge el dinero se compadece al mismo tiempo que cuenta los billetes: “Esto para mí es muy desagradable, pero es que no tengo otra salida”, dice el tipo. “Luego, esas críticas... En fin, que si coges, malo y si no coges, peor...”

Lo dice así, cabizbajo, mientras sigue contando billetes, veinticinco mil, veintiséis mil, y se oyen de fondo cómo se sueltan las gomillas del sobre anaranjado del empresario. Con la misma naturalidad que el empresario Marjaliza entiende que el diputado del PP esté tocándose los huevos, este de Almería le ofrece al alcalde toda su comprensión: “Pues me parece muy bien, el tiempo que estés aprovecha y llévate lo que puedas”.

Claro que el empresario aquel, como todos los empresarios que se prestan a esas extorsiones, son los primeros que aprenden el lenguaje, el modus operandi, las reglas de las alcantarillas. De hecho, la frase emblemática de ese vídeo era la que pronunciaba el empresario que se presta a la extorsión y luego lleva el vídeo al fiscal: “Juanico –le dice al alcalde–, que no te digo na, en tus manos me encomiendo, ahí lo llevas, 28 o 29 [mil], tú los cuentas (…) Y ten cuidado por si le has pedido a alguien más, lo digo porque mi primo me lo ha dicho: me parece que a este alcalde le pasa como al otro, a este le gusta el cazo”.

¿Puede haber una expresión mejor, más propia de la jerga del político mangante? “A este le gusta el cazo”. Porque es ese aspecto primario, de pesebre, el que es fundamental para entender el delito político. Un buen colega lo vio claro desde el principio y desde el principio lo tituló ‘el cazo Ohanes’.

Lo interesante de todo esto, si lo miramos sólo desde un punto de vista científico, académico, es doble. Por un lado, el tono soez de cuanto dicen en sus charlas de mangancia, en sus conversaciones de extorsión y mangazos. Y por otro lado, el esfuerzo de doble lenguaje y de doble moral de esos hombres que, en los actos públicos, se esfuerzan en que cada frase se inscriba en la corrección política y luego, cuando descuelgan el teléfono, dicen lo que dicen. En público, el lenguaje políticamente correcto y en privado, la jerga del mangante.

Puede que un narco o un capo de la mafia también se creen una apariencia falsa ante la sociedad pero, a diferencia del político delincuente, no están obligados a construir discursos ni a ganar elecciones. Nunca otro delincuente alcanzará la sutileza de un político delincuente a la hora de mentir, mentiras de partido, mentiras de gobierno, mentiras de sí mismo. Lo que tiene de vaporoso el lenguaje políticamente correcto, circunloquios y frases hechas para no decir nadase condensa luego en el lenguaje de la corrupción y desciende a lo primario. Subsistencia cutre, como de plato de lentejas. Las legañas, el cazo, la burra, la manteca, los huevos, las bolsas de basura…

Existe un código, una forma de hablar, un lenguaje específico, un abecedario de cartas marcadas, una jerga única en la que se reconocen, se reconcilian. Se identifican. El lenguaje del mangante, que es el lenguaje de las alcantarillas de la política, contiene expresiones únicas que ellos utilizan siempre pero que nosotros sólo conocemos cuando trascienden en los sumarios judiciales por los pinchazos telefónicos. Las vamos asumiendo como si las hubiera escrito un guionista para la serie de moda de los bajos fondos de la política, y a nosotros nos entusiasman en cada capítulo que conocemos, que se publica.

Operación Púnica Marbella Julián Muñoz Francisco Granados