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Javier Caraballo

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Aznar, consejos vendo...

Se le olvida el detalle fundamental de que buena parte de lo que le ocurre al Partido Popular se debe a decisiones que ha tomado él cuando estaba en la presidencia del partido

Foto: El expresidente del Gobierno José María Aznar. (EFE)
El expresidente del Gobierno José María Aznar. (EFE)

José María Aznar dice algo que no se le puede discutir: le ha hecho a Rajoy la misma pregunta mil veces y siempre con el mismo gesto torcido. “¿Aspira el PP realmente a ganar las elecciones? ¿Dónde está el PP?”. Tiene razón en eso, esa pregunta la ha repetido todas las veces que ha podido, con cualquier motivo, porque presentaba un libro, porque lo invitaban a una conferencia, porque le hacían una entrevista, porque acudía a la FAES, porque le daban un hueco en un congreso o porque le daba la gana.

Aznar sostiene que han sido “cinco avisos”, pero desde que Rajoy llegó al Gobierno, y antes también, no ha parado de zarandear al Partido Popular porque nunca han sido de su gusto las decisiones que se tomaban. Con lo cual, tiene razón; solo que se le olvida el detalle fundamental de que buena parte de lo que le ocurre al Partido Popular, de esta deriva que tanto le preocupa, se debe a decisiones que ha tomado él cuando estaba en la presidencia del partido, como la designación de Rajoy como sustituto, o a corruptelas que comenzaron a amasarse cuando él era presidente del Gobierno.

Quiere decirse, en definitiva, que la delicada situación electoral que atraviesa el Partido Popular tiene tras de sí un listado de causas que, de una u otra forma, están relacionadas con el expresidente Aznar, que ahora se sitúa por encima del bien y del mal como si nada de lo que le pasa a su partido fuera de su responsabilidad.

¿Podemos coincidir, por ejemplo, en que la corrupción ha deteriorado sustancialmente al Partido Popular en toda España? Por supuesto, y si existe alguna fotografía que plasme mejor que cualquier otra aquellos tiempos de corruptelas bajo gobiernos del Partido Popular, no es otra que el desfile de invitados para asistir a la boda de la hija de José María Aznar, en el Escorial, como una grande de España, en septiembre de 2002.

La Gürtel, sí, la Gürtel, y todo lo que se ha desprendido de esa trama en los tribunales de justicia como ramificaciones de una misma forma de actuar, se gestó cuando Aznar era presidente. Francisco Correa, Jaume Matas o Luis Bárcenas no hubieran existido sin el beneplácito de Aznar, y afirmarlo así no supone, ni más ni menos, que las responsabilidades políticas por este tipo de decisiones van más allá del conocimiento o la participación concreta que haya tenido el expresidente en esas practicas que luego se demuestran ilegales.

Lo que no puede admitirse es que, ante esa evidencia, Aznar hable de la corrupción, como hizo en enero pasado, en una de sus famosas advertencias a Mariano Rajoy, como si nada tuviera que ver con su etapa de presidente del Gobierno: “La corrupción es un cáncer que no podemos tolerar. Cada uno tiene que responder de sus actos. Yo respondo de los míos. Del primero hasta el último. Y lo digo mirando a los ojos”. ¿A los ojos de quién? ¿De qué caso de corrupción del PP ha respondido Aznar, como responsable de aquel tiempo de sobresueldos, facturas falsas, maletines a Suiza y contabilidades dobles?

En fin, que si el deterioro y el enorme desprestigio del Partido Popular entre muchos de sus votantes empiezan en la corrupción; si la decepción se ha acuñado cada vez que saltaban titulares que desvelaban miserias de los que en otro tiempo eran referencia para los militantes; si todo eso ha ocurrido, Aznar no es ajeno a la deriva. Desde luego, no menos que Rajoy.

El principal problema del PP se llama Rajoy, su incapacidad demostrada para ejercer de líder político

Otra cosa distinta es pensar que el deterioro electoral del Partido Popular se debe solo a los casos de corrupción, porque es muy probable que la razón fundamental de sus problemas de hoy no sean esos, como demuestran sobradamente otros partidos que se han visto envueltos en casos de corrupción y que apenas se han resentido luego en las urnas. El principal problema del Partido Popular se llama Mariano Rajoy, su incapacidad demostrada para ejercer de líder político. Las elecciones catalanas, la amenaza de ruptura, constituían la mayor ‘prueba de fuego’ a la que se puede enfrentar el presidente de un país para exhibir su liderazgo. El ‘minuto de oro’ en el que todo un país, toda España, se coloca atenta ante el discurso del presidente del Gobierno para disipar dudas, para alejar miedos, para fortalecer su confianza, para cimentar sus esperanzas. Es decir, lo que nunca ha significado Mariano Rajoy desde que es presidente del Gobierno. Y las elecciones catalanas solo han supuesto la eclosión de una impotencia larvada durante cuatro años.

Sin liderazgo, no hay proyecto político posible. Sin liderazgo, la gestión, incluso la buena gestión, se convierte en una mera excusa. Sin liderazgo, los sacrificios que conlleva todo Gobierno en un momento de crisis se convierten en agravios insoportables. Sin liderazgo, no hay motivación en las bases ni ilusión en el electorado. Sin liderazgo, no hay partido.

La ausencia de un líder lo único que puede explicar es el batacazo electoral del Partido Popular que, en cuatro años, ha despilfarrado la mayor cuota de poder institucional lograda en más de tres décadas. La ausencia de un líder lo único que explica es que los ciudadanos, desalentados, vuelvan la mirada hacia aquellos proyectos políticos nuevos que sí cuentan con un líder que transmita confianza, ilusión y credibilidad.

La diferencia entre Rajoy y Aznar está en el liderazgo. Para lo bueno y para lo malo, Aznar supo armar como líder político un discurso de Estado dentro y fuera

En contra de lo que, con insistencia, va recalcando Aznar en cada una de sus reprimendas a Mariano Rajoy, no es posible encontrar grandes diferencias en las políticas reformistas puestas en marcha por este Gobierno del PP y el que él presidió desde 1996 a 2004, a excepción hecha de las circunstancias especiales que impone una crisis como la que aún atravesamos.

Tanto a Rajoy como a Aznar se les podría aplicar el mismo análisis, el que ahora hace de él una de las personas a las que nombró el expresidente en 2001: “Se rodeaba de incondicionales que son los que le decían ‘sí, bwana’ a todo lo que él decía. Esos le condujeron a un progresivo aislamiento que condujo a que se equivocara y no tomara las decisiones que estoy seguro que si mira para atrás, él también debe pensar que debería de haber tomado”. Lo dice Jorge Dezcallar, nombrado por Aznar en 2001 al frente del Centro Nacional de Inteligencia.

La diferencia entre Rajoy y Aznar está en el liderazgo. Para lo bueno y para lo malo, Aznar supo construirlo, convertirse en referencia, hacerse oír, armar como líder político un discurso de Estado dentro y fuera de España. Y eso no lo ha logrado Rajoy, que ni siquiera ha desbancado a Aznar como símbolo en el ideario fetichista contra la derecha. Pero ¿qué dedo puso a Rajoy al frente del PP, quién vio en él la capacidad de liderazgo? ¿Quién se equivocó porque se creía por encima de lo que pudiera opinar su partido? Aznar nombró a Rajoy y lo que nunca le ha dicho es aquello que le prometió a George W. Bush, aquella declaración de fidelidad política perpetua: “Siempre tendrás un bigote cerca de ti”. De hecho, con Rajoy de presidente lo que ha hecho Aznar es rasurarse.

José María Aznar dice algo que no se le puede discutir: le ha hecho a Rajoy la misma pregunta mil veces y siempre con el mismo gesto torcido. “¿Aspira el PP realmente a ganar las elecciones? ¿Dónde está el PP?”. Tiene razón en eso, esa pregunta la ha repetido todas las veces que ha podido, con cualquier motivo, porque presentaba un libro, porque lo invitaban a una conferencia, porque le hacían una entrevista, porque acudía a la FAES, porque le daban un hueco en un congreso o porque le daba la gana.

José María Aznar Mariano Rajoy