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En Cataluña no pasa nada
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Javier Caraballo

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En Cataluña no pasa nada

El aspecto más desconcertante de todos los que confluyen en el avispero catalán es éste del no pasa nada

Foto: Banderas independentistas en la Meridiana de Barcelona. (EFE)
Banderas independentistas en la Meridiana de Barcelona. (EFE)

No pasa nada. En determinadas etapas de la vida española, el ‘no pasa nada’ se convierte en ideología política dominante; una especie de pasotismo social, de desconsideración general de todo. Ocurra lo que ocurra, no pasa nada. Como ahora en Cataluña. El aspecto más desconcertante de todos los que confluyen en el avispero catalán es éste del no pasa nada. Todavía ayer, cuando se reunió el Parlamento de Cataluña para aprobar la declaración formal de independencia, muchos seguían diciendo que, en realidad, “no pasa nada”, que todo depende de la importancia que se le quiera otorgar al documento aprobado. Hablan y se refieren a todo lo que está ocurriendo como si estuvieran sentados en una mesa de camilla, moviendo fichas y tarjetas de algún juego de estrategia. Con la grosera jerga de eufemismos que se utiliza desde el principio, como ahora con la “desconexión” de Cataluña, como si fuera Artur Mas el comandante de Star Trek anunciando la desconexión de la nave orbital de la estación base.

‘Desconexión’ por ‘independencia’, trueque de palabras para seguir pensando que en realidad no pasa nada. Y claro, una cosa es que no vaya a pasar nada porque, necesariamente, el imperio de la Ley debe cegar la escapada independentista, y otra cosa muy distinta es que no pase nada ni social, ni legal ni políticamente. Claro que pasa, un estruendo descomunal; por eso es tan llamativa esa pose displicente de tantos intelectuales catalanes, tantos empresarios, tantos periodistas, tantos miles y miles; gente que va por las aceras como si tal cosa porque piensan que, en realidad, “no pasa nada”.

Unos y otros se refieren a la enorme ilegalidad que se cometió ayer en el Parlamento de Cataluña, la vulneración de todas las leyes por las que se han regido los catalanes en los últimos cuarenta años, empezando por el propio Estatut y acabando por la Constitución, como si fuera un trámite parlamentario más que ya se revolverá más adelante con negociación. Ya se ha aprobado la declaración de independencia, y en muchas crónicas políticas se especula todavía con el día en el que “destacados representantes” de las empresas o de la burguesía catalana, disconformes con el proceso independentistas, acaben manifestándose. Cuatro, cinco años, llevan esperando a la mayoría silenciosa que, si existe, no es silenciosa, es sordomuda, y piensa eso, que “no pasa nada”.

¿Por qué en Cataluña tantos cientos de miles han abrazado la independencia y tantos cientos de miles se callan porque piensan que ‘no pasa nada’?

Desde aquel primer libro de Adam Smith sobre ‘La riqueza de las naciones’, otros economistas e historiadores han querido profundizar en el porqué de las cosas; países que teniéndolo todo acaban hundiéndose o no consiguen despegar y otros que, sin nada especial, adquieren un desarrollo espectacular. Hace un par de años, dos economistas firmaron el último de estos libros que tanto emocionan: ‘Por qué fracasan los países. Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza’, de Daron Acemoglu y James A. Robinson. Una de las aportaciones más celebradas de ese libro es la que se refiere a las distintas clases de élites dirigentes, y por extensión de las instituciones que gobiernan esos países, las extractivas y las inclusivas.

Las primeras, las élites extractivas, disfrazan el bien común, que nunca persiguen, y tienden a la concentración de la riqueza y el poder en manos de un reducido grupo, mientras que las segundas, las élites inclusivas, persiguen la desconcentración de la riqueza y el poder, generando una amplia y potente clase social media. Las élites inclusivas respetan la legalidad y el Estado de Derecho, mientras que las exclusivas suponen la desconsideración de toda legalidad. Las primera conducen a la riqueza de los países y al desarrollo de las sociedades y las segundas a la pobreza y al fracaso social. Lo que queda claro, en todo caso, es que, al final, son los pueblos, la gente, sobre todo en un sistema democrático como el nuestro, los que deciden su propia evolución. ¿Por qué en Cataluña tantos cientos de miles han abrazado la independencia y tantos cientos de miles se callan porque piensan que ‘no pasa nada’? Esa es la única pregunta que nadie responde; a qué obedecen estos movimientos sociales que deciden seguir a una élite que les perjudica y pueden acabar modificando bruscamente la historia de un país.

Manuel Vicent, uno de los más brillantes valencianos del ‘No pasa Nada’, dejó escrito hace unos meses que el cerebro de Oriol Junqueras, el líder de los independentistas, que ahora parece aletargado, a la espera de un tiempo mejor, era un cerebro binario, con sólo dos posiciones, como una tecla de encendido, 'off' y 'on', cero y uno, sí y no, menos y más. Hasta el motor y la caja de cambios de Junqueras son simples, según Vicent, con una palanca de sólo dos posiciones, punto muerto y avance, nunca marcha atrás. “El motor de Oriol Junqueras es tan simple que incluso podría funcionar bajo el agua”, remata Vicent.

Pues eso es lo paradójico de todo esto, que por muchas vueltas que se le dé no se entiende cómo tantos catalanes, cientos de miles de catalanes, han acabado o ilusionados o pasotas frente a unos tipos que les prometen seguir los pasos de Kosovo, elegido como modelo por la Generalitat, como si fuera una referencia positiva de desarrollo. Por parecerse a Kosovo arriesgan el papel privilegiado de Cataluña en España y en Europa. Han convertido a tipos como Junqueras en los nuevos gurús del futuro de Cataluña y se han montado felices en el tractor, o se dejan remolcar, porque piensan que, aunque los conduzcan debajo del agua, no pasa nada.

No pasa nada. En determinadas etapas de la vida española, el ‘no pasa nada’ se convierte en ideología política dominante; una especie de pasotismo social, de desconsideración general de todo. Ocurra lo que ocurra, no pasa nada. Como ahora en Cataluña. El aspecto más desconcertante de todos los que confluyen en el avispero catalán es éste del no pasa nada. Todavía ayer, cuando se reunió el Parlamento de Cataluña para aprobar la declaración formal de independencia, muchos seguían diciendo que, en realidad, “no pasa nada”, que todo depende de la importancia que se le quiera otorgar al documento aprobado. Hablan y se refieren a todo lo que está ocurriendo como si estuvieran sentados en una mesa de camilla, moviendo fichas y tarjetas de algún juego de estrategia. Con la grosera jerga de eufemismos que se utiliza desde el principio, como ahora con la “desconexión” de Cataluña, como si fuera Artur Mas el comandante de Star Trek anunciando la desconexión de la nave orbital de la estación base.

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