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Javier Caraballo

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Cómo matar a Pedro Sánchez

Desde la noche de las elecciones no existe más debate en el PSOE que el que se establece entre los que quieren acabar con Sánchez y los que arriman argumentos para consolidarlo

Foto:  El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez (c), durante la reunión del comité federal. (EFE)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez (c), durante la reunión del comité federal. (EFE)

Fue en una venta de León. Al lado de una gasolinera. Un restaurante de carretera, a la entrada de un pueblo, La Bañeza. Unas alubias estofadas, chorizo picante ahumado, un festival de cecina y, en la mesa de al lado, Pepe Blanco, el eterno Pepe Blanco, martirio de herejes durante todo el zapaterismo, el ‘número dos’ más estable y eficaz del PSOE desde los tiempos de Alfonso Guerra. La cosa fue entrar y toparse con Pepe Blanco, en una venta, junto a una gasolinera...

¿Pepe Blanco en una gasolinera? Sí, pero en la mesa no estaban más que Pepe Blanco y su familia, de tránsito hacia Galicia por las navidades; allí estaba el tipo, afable, amable, solo conservaba la sonrisa de pícaro gallego de aquella otra época de las gasolineras en las que se citaba con empresarios que le pedían favores. El poder después del poder, que conserva el halo, pero solo eso. Más cerca del morbo por el encuentro inesperado que cualquier otra sensación.

Desde aquel día hasta hoy, hay algo que no ha cambiado. A ver, la gran particularidad de estas elecciones es que, 'grosso modo', en el ambiente político se mantienen intactas las mismas especulaciones que se suscitaron a las pocas horas de conocerse los resultados de las elecciones del 20 de diciembre. Nada, en lo sustancial, ha avanzado.

Para el PSOE, estaba claro que las urnas lo habían colocado en la peor tesitura de su historia en democracia: ninguna de las alternativas le era favorable. Y solo eran tres. Primera, facilitar con la abstención un Gobierno de Mariano Rajoy. Pero esa salida no se contemplaba ni como hipótesis. Segunda, un Gobierno con Podemos. Pero eso supondría abrazarse con el enemigo, para los socialistas gente ‘poco fiable’ que tiene como único afán merendarse los 100 años de historia del PSOE. Y la tercera salida, nuevas elecciones. Pero tampoco esa era una buena opción, porque Pablo Iglesias, desde el mismo día de las elecciones, ya presumía de que “con un debate y una semana más de campaña electoral”, Podemos le podría haber ganado al Partido Socialista. Con otra campaña electoral y nuevos debates, objetivo cumplido.

Sin ese debate interno por el liderazgo, el PSOE no presentaría el cuadro clínico de la actualidad, próximo al colapso político multiorgánico

En esas, lo que, sorprendentemente, sostenía Pepe Blanco, aquel día junto a la gasolinera, en el restaurante de alubias estofas y cecina, es que la única salida viable para el PSOE eran unas nuevas elecciones. A su juicio, cualquiera de las otras dos alternativas, Rajoy o Podemos, suponía una trampa letal para los socialistas, mientras que en unas nuevas elecciones el electorado volvería a confiar en el esquema clásico del bipartidismo, los votos repartidos entre el PSOE y el PP.

¿En serio?, le pregunté. ¿Ese es el diagnóstico político de un veterano de la política española, que el anhelo de la sociedad española en la actualidad es la vuelta del bipartidismo? Blanco asentía y, días después, para explicarlo hubo quien aclaró que, en realidad, el número dos de Zapatero respiraba por la herida: “Blanco no le perdona a César Luena, el dóberman de Pedro Sánchez, que lo arrojara a la basura y le exigiera devolver el dinero que el partido pagó en abogados para lo suyo”, decían en el entorno del secretario general.

Tantos días después de aquel encuentro casual junto a una gasolinera de León, lo relevante del PSOE es que sigue enmarañado en lo mismo. Y la única explicación posible es que, en realidad, como le ocurría a Pepe Blanco, nadie está pensando en el futuro del PSOE sino en el futuro inmediato de cada cual dentro del Partido Socialista. Desde la noche de las elecciones, no existe más debate en el seno del PSOE que el que se establece entre los que quieren acabar con Pedro Sánchez y los que arriman argumentos y estratagemas para consolidarlo como secretario general. ¿Cómo matar a Pedro Sánchez? Sin ese debate interno por el liderazgo, acuciado por el acoso persistente de Podemos, el PSOE no presentaría el cuadro clínico de la actualidad, próximo al colapso político multiorgánico.

Las líneas rojas que han ido marcando los barones del PSOE desde que se cerraron las urnas constituyen, en realidad, muros que se van construyendo en torno a Pedro Sánchez para aislarlo. Facilitar un Gobierno de Rajoy es una línea roja; negociar un Gobierno de izquierdas con Podemos es otra línea roja, y abocar la legislatura a unas elecciones anticipadas es un fracaso que se achaca también a Pedro Sánchez, una oportunidad para sustituirlo. Taponar todas las salidas no es ninguna salida, pero se sigue insistiendo en lo mismo.

Las líneas rojas que han marcado los ‘barones’ desde que se cerraron las urnas constituyen, muros que se van construyendo en torno a Sánchez para aislarlo

Como hace unos días, el grupo de veteranos del PSOE que ni siquiera en los postres fue capaz de iluminar otra salida distinta a la disolución de las Cortes y las nuevas elecciones, aun a sabiendas de que todas las encuestas vaticinan un nuevo batacazo. En la lógica política de lo que dicen esos veteranos socialistas, todo les conduciría a facilitar un Gobierno del Partido Popular, pero en su patetismo de amagar y no dar, ninguno de ellos se atrevió, siquiera, a pronunciar el nombre de Rajoy, porque los hubiera condenado en el mundo político de limitaciones y cordones sanitarios que ellos mismos construyeron cuando se sentaban en las mesas de camilla de las ejecutivas y los gobiernos.

España es un país de enredos buscados, como zancadillas de uno mismo. Y en la coyuntura histórica en que nos encontramos, la degeneración habitual ha decidido enmarañar al único partido centenario en un debate de coyuntura, de inmediatez, en el que no figura la palabra España. El tránsito de la investidura presidencial ha devenido en un trasunto de congreso federal del PSOE en el que todo se juega a una cabeza, la de Pedro Sánchez acosado por los suyos.

Fue en una venta de León. Al lado de una gasolinera. Un restaurante de carretera, a la entrada de un pueblo, La Bañeza. Unas alubias estofadas, chorizo picante ahumado, un festival de cecina y, en la mesa de al lado, Pepe Blanco, el eterno Pepe Blanco, martirio de herejes durante todo el zapaterismo, el ‘número dos’ más estable y eficaz del PSOE desde los tiempos de Alfonso Guerra. La cosa fue entrar y toparse con Pepe Blanco, en una venta, junto a una gasolinera...

Pedro Sánchez