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Rajoy, vetos ad hominem
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Javier Caraballo

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Rajoy, vetos ad hominem

Las ‘líneas rojas’ son una derivación de aquellos ‘cordones sanitarios’ y se han puesto de moda en la política justo en el momento en el que las urnas exigen más entendimiento

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)

En realidad, la mayoría de los dirigentes políticos españoles no creen en la democracia. No, en su sentido amplio, estricto. Por eso el país se empantana en atascos como en el que estamos. Tal y como la entienden, la democracia es un medio, no es un fin. Un medio para llegar al poder, pero no un fin en sí mismo para que sean los ciudadanos quienes realmente decidan sobre su gobierno.

Por esa visión sesgada de la democracia, se han instalado en el ideario político español barbaridades como aquella tan antigua de que los programas electorales están hechos para incumplirlos, o esta tupida red de ‘líneas rojas’ –palabras de moda en esta temporada política- que se parece a los bancos que salen en las películas; delante de la caja fuerte, una antesala atravesada por cientos de rayos láser que hacen saltar la alarma en cuanto alguien intenta cruzarla.

La última incorporación son los vetos ad hominem, como el que se ha establecido sobre Mariano Rajoy y todas las personas de su entorno más inmediato, como si estuvieran infectadas y hubiera que ponerlas en cuarentena. Cordones sanitarios, líneas rojas y vetos ad hominem. Tan espeso es el ambiente que se crea, denso como una niebla, que lo único que no aparece es lo que piensan los ciudadanos. Por eso se afirmaba antes que la mayoría de los dirigentes políticos españoles no creen en la democracia; creen en el poder.

Se han instalado en el ideario político español barbaridades como aquella tan antigua de que los programas electorales están hechos para incumplirlos

Descendamos por un momento a los orígenes teóricos de la democracia. Hace dos siglos, John Stuart Mill (1806-1873) escribió un tratado breve 'Sobre la libertad' en el que profundiza, en uno de los capítulos, sobre la importancia que tiene la discusión y la confrontación de ideas como pilares del progreso y de la civilización. Decía: “Negarse a oír una opinión porque se está seguro de que es falsa, equivale a pensar que la verdad que se posee es la verdad absoluta". Toda negativa a una discusión implica una "presunción de infalibilidad”. Y luego añadía: “Hay una cualidad de la mente humana, fuente de todo lo que hay de respetable en el hombre, tanto como ser intelectual como ser moral, que es, a saber, que sus errores son corregibles. El hombre es capaz de rectificar sus equivocaciones por medio de la discusión y la experiencia”.

¿Habrá algún fundamento más elemental en una democracia que la certeza de que no existen seres infalibles, ni opiniones infalibles, ni posiciones infalibles? ¿Habrá alguna práctica más elemental en una democracia que la discusión, la tolerancia para oír opiniones distintas, incluso dispares, y confrontar experiencias? Pues en lo que se ha instalado la política española es en lo contrario, bien es cierto que con el aplauso de una buena parte de la sociedad española que hace encantada del clan del sectarismo.

Lo primero que se establecieron fueron los ‘cordones sanitarios’, con el tufo totalitario que tiene la expresión misma al considerar contagioso y maligno a alguien que no tiene la misma ideología política. En el país en el que vivimos, en la sociedad global en la que estamos, en la economía globalizada de la que dependemos, es del todo imposible que no haya, por lo menos, una docena de asuntos de Estado en los que pueden ponerse de acuerdo todos los partidos políticos. Desde el terrorismo hasta las pensiones. Si no ocurre así es porque lo que interesa, lo que se potencia, es la diferencia, en vez del acuerdo, para agitar electorados, en una permanente campaña electoral.

Los ‘cordones sanitarios’ son una invención y sólo obedecen a las estrategias de poder de la izquierda española, que necesita esa referencia visual para sostener su esqueleto ideológico. Que el PSOE estableciera un ‘cordón sanitario’ en torno al Partido Popular, por ejemplo, cuando se trata de dos partidos que se han ido turnando en todas las instituciones del Estado con muchas políticas intercambiables, es, además de falaz, un insulto a la inteligencia.

Las llamadas ‘líneas rojas’ son una derivación de aquellos ‘cordones sanitarios’ y se han puesto de moda en la política española justo en el momento en el que las urnas exigen más entendimiento, otra prueba más del escaso respeto democrático de las élites políticas. Sobre todo porque muchas veces las líneas rojas no se aplican sobre políticas concretas, sino sobre partidos enteros.

Los vetos ad hominem, ante personas que ni siquiera están en procesos judiciales, suponen para quien los dicta una muestra insuperable de soberbia intelectual

Las líneas rojas del Partido Popular o de Ciudadanos, por ejemplo, son pactar cualquier cosa con Podemos, de la misma forma que los de Podemos trazan otra línea roja hacia esos dos partidos. En el centro del atasco, está el PSOE, que es el atasco mismo, y que traza línea rojas hacia unos y hacia otros. Aunque esto último es muy curioso: para el PSOE desaparecerían todas las línea rojas si de lo que se trata es de hacer presidente a un socialista. Entonces, si es en beneficio propio, ya no hay ni líneas rojas ni cordones sanitarios que valgan. ¿Cuáles eran entonces las diferencias políticas reales? No existen porque son diferencias de poder.

El colmo de los vetos, que han convertido en irrespirable la política española, lo ha incorporado Ciudadanos en esta campaña electoral: el veto ad hominem. Ya no importan las políticas sino las personas. Aunque quien gane las elecciones sea Mariano Rajoy, no puede ser presidente del Gobierno porque Ciudadanos considera que es un político indigno, manchado por la corrupción de su partido y marcado por los recortes sociales. Por el mismo razonamiento, debe pensar Albert Rivera que los cinco o seis millones de personas que voten a Mariano Rajoy son, igualmente indignos.

Pero, ¿cómo encaja eso con la democracia y la aceptación de los resultados? Dice más el líder de Ciudadanos: “Votar a Rajoy hoy es bloquear el país”. ¿Tienen la culpa, por tanto, los votantes del Partido Popular de que no haya acuerdos de gobierno en el Congreso? De lo antidemocrático se pasa a lo estrafalario. Los vetos ad hominem en una democracia, ante personas que ni siquiera están incursas en procesos judiciales, suponen para quien los dicta una muestra insuperable de soberbia intelectual. Con independencia de lo que se opine de Rajoy, no es admisible. “Haz como querrías que hicieran contigo y ama a tu prójimo como a ti mismo”. También lo dijo Stuart Mill.

En realidad, la mayoría de los dirigentes políticos españoles no creen en la democracia. No, en su sentido amplio, estricto. Por eso el país se empantana en atascos como en el que estamos. Tal y como la entienden, la democracia es un medio, no es un fin. Un medio para llegar al poder, pero no un fin en sí mismo para que sean los ciudadanos quienes realmente decidan sobre su gobierno.

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