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Tres motivos para pensar que sí habrá Gobierno
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Javier Caraballo

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Tres motivos para pensar que sí habrá Gobierno

La apatía electoral que despierta el candidato y presidente en funciones, Mariano Rajoy, se la ha resuelto la posibilidad cierta de que Podemos pudiera llegar al Gobierno

Foto: La sombra del líder del Partido Popular, Mariano Rajoy. (Reuters)
La sombra del líder del Partido Popular, Mariano Rajoy. (Reuters)

No hay dos elecciones iguales. Esta es la primera enseñanza ante un fracaso histórico, inédito en nuestra democracia: aunque unas elecciones se repitan con tan solo seis meses de distancia, y aunque el resultado de las urnas no varíe sustancialmente, el ambiente político que se genera es radicalmente distinto. De hecho, esta ha sido, acaso, la primera gran equivocación de todos los análisis previos a este 26-J. Por eso, porque no hay dos elecciones iguales, podría vaticinarse ya que, en esta ocasión, sí habrá Gobierno, a pesar de que existan las mismas dificultades para el partido que ha ganado las elecciones. Y tiene todo que ver con el ambiente político distinto, radicalmente distinto, con el que se interpretan hoy los resultados. Mariano Rajoy, por ejemplo, aparece como triunfador absoluto, abrumador, y a su victoria se le conceden connotaciones plebiscitarias, como si hubiera logrado una mayoría absoluta que nadie pronosticó y que ha conseguido luchando contra los elementos. No es así, claro: por importante que haya sido la victoria de Rajoy en las urnas -algo que nadie puede discutir-, la realidad es que el PP sigue sin poder conformar un bloque estable de centro derecha. Visto desde otro ángulo: si el resultado del PP en las elecciones de diciembre hubieran sido los 137 escaños de ahora, el criterio político que se le aplicaría sería el contrario: un severo correctivo de su electorado, con más de tres millones de votos perdidos con respecto a 2011 y muy lejos de la mayoría absoluta.

[Consulte aquí los resultados de las elecciones generales]

Todo es distinto ahora porque ya no se compara con las elecciones de 2011 sino con las de diciembre de 2015 y, sobre todo, con las encuestas previas a la jornada electoral, que han pasado a ocupar un papel central en el juego político. Justo lo contrario les ha ocurrido a Unidos Podemos y, sobre todo, al partido socialista. Pedro Sánchez ha recibido el peor resultado de la historia del PSOE como un triunfo contundente, inesperado, definitivo. Y tenía razón en su euforia porque el principal reto del Partido Socialista en estas elecciones no era conquistar La Moncloa sino reconquistar la izquierda; retener su condición de fuerza hegemónica de la izquierda ante la mayor ‘opa política’ que ha tenido que afrontar en cuatro décadas de democracia. El PSOE luchaba por su supervivencia, luchaba contra el ‘sorpasso’ que todo el mundo vaticinaba, que parecía respirarse en la calle, y ha logrado salvar ese tremendo escollo con más diputados y más votantes. Ese era el motivo de la cara de felicidad de Pedro Sánchez y, por eso, en su discurso obvió completamente al candidato del Partido Popular y centró todo sus mensajes, todos sus ataques, hacia Unidos Podemos y, en especial, hacia Pablo Iglesias, su principal objetivo en esta campaña.

Obviamente, también Pablo Iglesias sabe que esa era la principal pelea de Unidos Podemos en estas elecciones, lo que hubiera marcado un futuro político completamente distinto en la izquierda española. Y como no lo ha conseguido, aunque haya obtenido los mismos escaños que hace seis meses se consideraron un éxito, ahora se interpretan como un fracaso, un enorme fiasco. Podría decirse que, con respecto a hace seis meses, la coalición Unidos Podemos ha perdido casi un millón de votos, y es cierto, pero no varía el criterio anterior. Que un partido se presente por primera vez a unas elecciones generales, que logre 71 diputados y ponga en jaque al PSOE es un éxito incontestable. Pero al cambiar el entorno, en solo seis meses, ha cambiado la percepción. Es más, podría decirse incluso que lo que le ha sucedido a Podemos es consecuencia de su propio éxito.

Tan evidente era que podía conseguir superar al PSOE y formar un Gobierno de izquierdas en España, que el partido de Pablo Iglesias es el único que ha logrado movilizar al electorado en esta campaña electoral. Solo que no ha sido a su electorado al que ha movilizado, sino al del Partido Popular. La apatía electoral que despierta el candidato y presidente en funciones, Mariano Rajoy, se la ha resuelto la posibilidad cierta de que Podemos pudiera llegar al Gobierno. Los votantes de centro derecha se han movilizado por esa amenaza, mientras que en la izquierda no se ha conseguido el mismo efecto. Decía Pablo Iglesias en las elecciones de diciembre pasado que le había faltado una semana de campaña; esta vez le ha sobrado.

Foto: lecciones Generales 2016: Mariano Rajoy (Partido Popular), Pedro Sánchez (PSOE), Pablo Iglesias (Unidos Podemos) y Albert Rivera (Ciudadanos)
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Una a una, percepción a percepción, lo que se configura, en definitiva, es un panorama político que, siendo similar al preexistente, es muy distinto al de diciembre pasado. Tanto como que esta vez, en vez de bloqueo, se puede aventurar que habrá Gobierno. Por cuatro motivos que se deducen del análisis anterior. Son estos:

Primero:

El PSOE, que es el eje fundamental de cualquier posible investidura, puede ya justificar políticamente una abstención que permita a Mariano Rajoy ser elegido presidente del Gobierno, aunque solo sea con el voto positivo de los 137 diputados populares. Lo puede justificar porque Rajoy ha salido fortalecido de las elecciones y porque podría ofrecer el ‘sacrificio’ ante sus electores con el interés general de no empantanar el país hasta unas nuevas elecciones, las terceras consecutivas, que se celebrarían otra vez en diciembre. Lo que hace seis meses era la negativa para sentarse siquiera a dialogar con Rajoy se ha cambiado por este otro discurso que ya se puede oír a los dirigentes del PSOE: “Lo primero es la situación política e institucional del país y después, el partido”.

Segundo:

El pacto de izquierdas y nacionalismos es imposible. Ya lo era con anterioridad, pero ahora, después de que en el partido socialista se hayan visto con el agua al cuello, lo es más aún. El PSOE ha superado el escollo y lo que tienen ahora por delante es la ocasión de acabar con el ascenso de Unidos Podemos. ¿Cómo? Dejando que pase el tiempo, que afloren en Unidos Podemos las divergencias que aflorarán por el complejo equilibrio de alternativas, mareas y aparatos. Con el viento favorable, todas las diferencias desaparecen; tras el último revés electoral, puede ocurrir lo contrario: eso le puede pasar ahora a Unidos Podemos. Se trata, además, de una buena oportunidad que se le presenta al PSOE para propiciar un periodo de estabilidad institucional –aunque sea una legislatura corta- en el que pueda recomponerse internamente.

Tercero:

Ciudadanos no suma para llegar a formar un Gobierno de coalición con el Partido Popular y esta vez, tras la bajada de escaños, no va a intentar un nuevo acuerdo con el PSOE, que también ha perdido escaños. Lo que tiene de bueno para Ciudadanos no contar con diputados suficientes para formar Gobierno, ni a izquierda ni a derecha, es que puede seguir la misma estrategia que el PSOE, apoyar con la abstención la investidura de Rajoy y propugnar una legislatura reformista desde la oposición. También le vendrá bien, como a los socialistas, un periodo de serenidad institucional para afianzar bases y consolidar lo conseguido en estos dos años, en los que ha pasado de la nada a engullir a UPYD y consolidar tres millones de votos en el centro político. Además, para una abstención, e hipotéticos pactos puntuales durante la legislatura, Albert Rivera ni siquiera tendrá que justificar su veto 'ad hominem' a Mariano Rajoy como presidente.

No hay dos elecciones iguales. Esta es la primera enseñanza ante un fracaso histórico, inédito en nuestra democracia: aunque unas elecciones se repitan con tan solo seis meses de distancia, y aunque el resultado de las urnas no varíe sustancialmente, el ambiente político que se genera es radicalmente distinto. De hecho, esta ha sido, acaso, la primera gran equivocación de todos los análisis previos a este 26-J. Por eso, porque no hay dos elecciones iguales, podría vaticinarse ya que, en esta ocasión, sí habrá Gobierno, a pesar de que existan las mismas dificultades para el partido que ha ganado las elecciones. Y tiene todo que ver con el ambiente político distinto, radicalmente distinto, con el que se interpretan hoy los resultados. Mariano Rajoy, por ejemplo, aparece como triunfador absoluto, abrumador, y a su victoria se le conceden connotaciones plebiscitarias, como si hubiera logrado una mayoría absoluta que nadie pronosticó y que ha conseguido luchando contra los elementos. No es así, claro: por importante que haya sido la victoria de Rajoy en las urnas -algo que nadie puede discutir-, la realidad es que el PP sigue sin poder conformar un bloque estable de centro derecha. Visto desde otro ángulo: si el resultado del PP en las elecciones de diciembre hubieran sido los 137 escaños de ahora, el criterio político que se le aplicaría sería el contrario: un severo correctivo de su electorado, con más de tres millones de votos perdidos con respecto a 2011 y muy lejos de la mayoría absoluta.