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Javier Caraballo

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Podemos no existe

Podemos no existe o no existe aún. Antes tiene que demostrar un suelo electoral sólido con el que acudir a las urnas con la garantía de un mínimo básico de representación

Foto: El líder de Unidos Podemos, Pablo Iglesias (c), acompañado por Alberto Garzón (i) e Íñigo Errejón. (EFE)
El líder de Unidos Podemos, Pablo Iglesias (c), acompañado por Alberto Garzón (i) e Íñigo Errejón. (EFE)

Podemos no existe. A ver, como este es un partido que parieron en un laboratorio un grupo de politólogos y filósofos, lo que dirían ellos, con mucha más precisión académica, es que en política el término ‘existencia’ es un concepto sincategoremático. Voluble, diría yo, para entendernos; hoy estás y mañana desapareces. Y si desapareces, pasado mañana todo el mundo se ha olvidado de ti. Es decir, que la ‘existencia absoluta’ en política no existe para un partido; esa categoría se le podría reservar, en todo caso, a la ideología, la izquierda o la derecha, pero no a un partido político y mucho menos a un partido político que está empezando.

Ahí es justo donde se puede engarzar la afirmación de antes: Podemos no existe o, por lo menos, no existe aún. Antes de que podamos afirmar que existe, tiene que transcurrir un ciclo político más prolongado y, sobre todo, que se haya demostrado que tiene un suelo electoral sólido con el que puede acudir a las urnas con la garantía de un mínimo básico de representación. Como Podemos no cuenta con ese suelo electoral, Podemos no existe.

El gran acierto de Podemos fue saber ocupar un espacio que se abrió en el panorama político por “el desmoronamiento del sistema de partidos”

Quien mejor ha formulado esta teoría sobre Podemos ha sido Javier Pérez Royo, un catedrático de Derecho Constitucional que estuvo a punto de vestirse de morado y que, si no lo hizo finalmente, debió ser porque en el PSOE andaluz le recordaron los muchos lazos que les unían. Lazos, nudos y amarres. Pero, bueno, a lo que íbamos. Sostiene Pérez Royo, con razón, que el gran acierto de Podemos fue saber ocupar un espacio que, de repente, se abrió en el panorama político español por “el desmoronamiento intenso del sistema de partidos”, el bipartidismo preexistente, y, sobre todo, añado yo, porque una gran parte del electorado de izquierda se quedó huérfano de referencias por la crisis gorda del Partido Socialista, que es mucho más compleja que una mera crisis de liderazgo.

"Podemos es un espacio. Ese fue su acierto”, afirma Pérez Royo, y añade luego que, una vez conquistado ese espacio, “ahora deben decidir qué quieren ser, hacia dentro y hacia afuera". Hacia afuera porque, a su juicio, “el espacio que han ocupado, no lo han ocupado aún como un partido”, y hacia dentro porque todavía “deben decidir cómo se articulan como partido”.

Foto: Las redes sociales se han convertido en el último campo de batalla de cara a Vistalegre II (Efe).

Esa idea de ‘espacio’ es buena porque, como tal, describe bien la volatilidad constante de la política, como se decía antes, en la que la existencia es siempre un valor resbaladizo. Ese interregno de falta de definición en el que se encuentra Podemos es el que hace tan relevantes las batallas cruentas de poder que se han desatado en la organización y que, como ya han advertido algunos de sus dirigentes más sensatos, pueden acabar pasándole una factura demasiado cara en un futuro inmediato.

La mayoría de los que han formado Podemos son nuevos en política, pero la bisoñez se les nota solo en la torpeza en las estrategias y en los movimientos, la absoluta ausencia de tacto y de discreción, pero en todo lo demás lo que han demostrado es que son jóvenes cachorros que llegan resabiados de otros partidos políticos. Las luchas de poder y los ajustes de cuentas internos que han corroído, por ejemplo, al Partido Comunista y a Izquierda Unida en tantas ocasiones ha sido la enseñanza que los dirigentes de Podemos traían aprendida, interiorizada, cuando se decidieron a formar un nuevo partido político. Y a la menor, esa mala leche, ese sectarismo, ha aflorado. Han sido bisoños solo en la incapacidad para disimularlo, como hacen los demás.

Foto: Los diputados de Podemos, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón durante un pleno del Congreso de los Diputados. (Efe)

Un ejercicio de canibalismo que es especialmente pernicioso para esta formación, si volvemos a la teoría principal: peleas descarnadas de poder para disputarse algo que todavía no tiene asegurada la existencia. Sin un suelo electoral consolidado, con la misma fugacidad con la que irrumpió Podemos, puede desaparecer en unas elecciones y ya nunca más lograrán levantarse porque del extraparlamentarismo no se repone nadie; ese recorrido solo se realiza con éxito una vez, de abajo hacia arriba, pero nunca al contrario.

El espectáculo ofrecido no ayuda en nada a la consolidación de Podemos, como ha advertido hasta el propio Pablo Iglesias, que no se ha cansado de admitir que “la gente está harta de que en Podemos solo hablemos de nuestro ombligo”. Lo dice una y otra vez y, sin embargo, jamás ha hecho nada como secretario general para evitarlo. En la asamblea fundacional de Podemos, en octubre de 2014, soltó Pablo Iglesias lo de que “el cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”, y lo que no supimos intuir entonces es que bajo la frase lapidaria se escondía su incapacidad como líder para sumar y multiplicar con el necesario equilibro de las corrientes internas en el aparato de un partido político. Sin consenso, sin acuerdos, sin integración, no hay cielo en política. Un líder de verdad lo sabe.

De todas formas, según han explicado levemente los protagonistas del enfrentamiento, el mencionado Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, lo que subyace en esas disputas es el modelo de partido del futuro, que se debate entre mantenerse en el ‘populismo callejero’ y radical de los primeros tiempos o si debe evolucionar hacia un ‘populismo institucional’, que abarque a más sectores de los que ya apoyan a Podemos. Iglesias, que también dijo aquello de que “con la política de mayorías me pasa lo mismo que con el sexo de mayorías, que no me pone", defiende una formación más radical, y Errejón mantiene lo contrario, que Podemos debe extenderse hacia posiciones más moderadas de la izquierda para intentar conquistar a los cinco millones de votantes que siguen fieles al PSOE.

Eso dicen, pero ciertamente, ni uno ni otro han conseguido explicar hasta ahora en qué consistiría concretamente el giro ideológico que proponen. Acaso porque solo se trata de justificaciones intelectuales para adornar un enfrentamiento primario, tribal. Cuando salgan de esta asamblea de Vistalegre II, lo sabremos. Si el “partido de ping pong”, como dice Bescansa, acaba a raquetazos, Podemos, que ya es un laberinto de mareas, puede comenzar a contemplar cómo el espacio que ocuparon con tanta fuerza se desvanece y no queda más que una sombra de lo que pudo ser.

Podemos no existe. A ver, como este es un partido que parieron en un laboratorio un grupo de politólogos y filósofos, lo que dirían ellos, con mucha más precisión académica, es que en política el término ‘existencia’ es un concepto sincategoremático. Voluble, diría yo, para entendernos; hoy estás y mañana desapareces. Y si desapareces, pasado mañana todo el mundo se ha olvidado de ti. Es decir, que la ‘existencia absoluta’ en política no existe para un partido; esa categoría se le podría reservar, en todo caso, a la ideología, la izquierda o la derecha, pero no a un partido político y mucho menos a un partido político que está empezando.

Vistalegre II