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Fui a Gibraltar y les hice un 'simpa'
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Javier Caraballo

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Fui a Gibraltar y les hice un 'simpa'

Quizá lo que nos conviene es mantener Gibraltar como está, como una putada histórica que lo que se merece es un 'simpa' cuando lo visitemos

Foto: (Ilustración: Raúl Arias)
(Ilustración: Raúl Arias)

Los españoles tenemos un problema mental con Gibraltar. Lo sé bien porque hace poco me fui con unos colegas al Peñón y les hice un ‘simpa’ que celebré como si les hubiera arrebatado el Tratado de Utrecht en una partida de cartas. Llegamos al puerto deportivo, Ocean Village, que es como una miniatura de los que hay en la Costa Azul o en la Costa del Sol, lleno de colores, azules, verdes y rojos, reflejándose en el mar, y su casino flotante, sobre uno de esos buques que se utilizan para los cruceros, porque aquí de lo que se trata de ganar espacio, metro a metro. Y bares, restaurantes y terrazas llenas de turistas ingleses, disfrutando del exotismo de su colonia. Hamburguesas, cervezas y whisky. Así que era la oportunidad, a la menor nos dimos la vuelta, chúpate ese 'simpa', y en la esquina de la siguiente calle se instaló en la cara una sonrisa como de venganza histórica consumada. Faltó salir corriendo después de irnos sin pagar y celebrarlo como Michel en la selección española, “me lo merezco, me lo merezco”.

Fue algo patético, lo reconozco, sobre todo por la estúpida carga emocional que podía deducirse de aquel acto compulsivo, como si me doliera aquel pedazo de tierra más de lo que a un español que se asoma a su historia debería dolerle la pérdida de las Filipinas y de Cuba, que ha sido mucho más reciente y, sin embargo, nadie en España se indigna por la traición y los engaños con los que Estados Unidos provocó la pérdida de las últimas colonias.

Los ingleses se apropiaron por la cara de Gibraltar, atraco a mano armada, a principios del siglo XVIII, y los norteamericanos nos jodieron Cuba y Filipinas a finales del siglo XIX. Dos siglos de diferencia y lo único que nos sigue pesando, como si se hubiera producido ayer, es Gibraltar, acaso por lo visible de ese promontorio rocoso, que ya en sí mismo es una provocación. Incluso cuando se visita Gibraltar, la incitación es una constante: el Peñón, completamente horadado por un laberinto de túneles en su interior, todavía recrea las batallas con maniquíes en posición de firmes, ataviados como los soldados de la época, junto a los cañones que apuntan hacia España. Los túneles del interior del Peñón son la mejor metáfora de Gibraltar, de todo lo que no se ve, lo que se esconde en menos de cinco kilómetros cuadrados de terreno ‘prodigiosos’ en los que las empresas, en torno a ochenta mil, casi triplican a los habitantes, sobre treinta mil.

Hemos de reconocer, de todas formas, que de las pocas afirmaciones incuestionables que han hecho los primeros ministros gibraltareños, siempre tan altaneros, desafiantes y chulescos, la que no se pueden discutir es, precisamente, la que se refiere a la pertenencia real de Gibraltar a España en el contexto amplio de la historia. “Los españoles aseguran que ese territorio es suyo, pero España tuvo el Peñón durante mucho menos tiempo que los ingleses. Y, desde luego, mucho menos tiempo que los musulmanes”, dijo uno de los primeros ministros llanitos más carismáticos, Peter Caruana.

La web de Exteriores española: “El Istmo no fue cedido por España a UK a través del Tratado de Utrecht, quedando siempre bajo soberanía española

Si repasamos las fechas, salen las cuentas de Caruana: la Reconquista cristiana ganó la plaza de Gibraltar en 1462 y se mantuvo hasta 1704. Pero eso tiene poco que ver porque lo único que cuenta es la legalidad: esos dos siglos consagran la soberanía española, el Derecho Internacional afirma que Gibraltar es una colonia y la ONU la incluyó en 1963 en los territorios pendientes de descolonización. La página del Ministerio de Asuntos Exteriores de España no parte peras con nadie y se agarra a lo establecido legalmente: “El Istmo no fue cedido por España al Reino Unido a través del Tratado de Utrecht, quedando siempre bajo soberanía española. España ha señalado que la mera ocupación continuada por los británicos no cumple los requisitos del Derecho Internacional para la adquisición de soberanía”.

Fue mi ‘simpa’ una clara muestra de cómo late la pérdida de Gibraltar en la conciencia de los españoles? Claramente, sí. De hecho, el grito de “Gibraltar español” se asocia al franquismo, pero solo es por una más de las deformaciones sociológicas sobre la identidad de España que se han derivado de la dictadura.

En las dos etapas de la República, entre las fuerzas políticas había consenso sobre la recuperación del Peñón. Francisco Pi i Margall, presidente de la Primera República, decía que “la patria está encogida porque está cercenada con la exclusión de Gibraltar”, lo mismo que en la Segunda República proclamó con más ímpetu aun Manuel Azaña: “Examiné la cuestión de Gibraltar y dije al Consejo mi propósito de preparar desde el Ministerio de la Guerra los planes necesarios para tener aquel dominio”. Liberales, socialistas, conservadores, anarquistas y comunistas… Todos estaban de acuerdo cuando se trataba de Gibraltar; desde la defensa de Federica Montseny, icono de las izquierdas, hasta la certeza de Salvador de Madariaga, representante de una España imposible, una España conciliadora, no sectaria, la Tercera España de la Guerra Civil: “Nadie cree hoy en Inglaterra que sea posible negarle Gibraltar a España”.

Gibraltar nos une como españoles. La contribución de Gibraltar al espíritu español es equiparable a muy pocas otras causas patrias

Tanto es así, que hasta se podría afirmar que Gibraltar nos une como españoles. Se repasa la historia, se constata la unanimidad, y se llega a la conclusión de que, en realidad, la contribución de Gibraltar al espíritu español es equiparable a muy pocas otras causas patrias. Será que por el complicado carácter español, impetuoso siempre, nos unen más las pérdidas que las ganancias; la nostalgia, la frustración y el agravio son siempre sentimientos más potentes que el placentero disfrute de lo que se posee. De forma que, vistas las cosas así, quizá lo que nos conviene es mantener Gibraltar como está, como una putada histórica que lo que se merece es un 'simpa' cuando lo visitemos. ¿Se imagina alguien el enorme follón interno que se generaría en España si Gibraltar regresa a la soberanía española? ¿Cómo se encajaría eso en el Estado de las Autonomías? ¿Otro conflicto territorial más? Que se queden con el Brexit y, ya si eso, que con el paso del tiempo nos imploren la cosoberanía como puerta de permanencia en Europa. Pero nadie prudente en España debería dar ni un solo paso más allá.

Los españoles tenemos un problema mental con Gibraltar. Lo sé bien porque hace poco me fui con unos colegas al Peñón y les hice un ‘simpa’ que celebré como si les hubiera arrebatado el Tratado de Utrecht en una partida de cartas. Llegamos al puerto deportivo, Ocean Village, que es como una miniatura de los que hay en la Costa Azul o en la Costa del Sol, lleno de colores, azules, verdes y rojos, reflejándose en el mar, y su casino flotante, sobre uno de esos buques que se utilizan para los cruceros, porque aquí de lo que se trata de ganar espacio, metro a metro. Y bares, restaurantes y terrazas llenas de turistas ingleses, disfrutando del exotismo de su colonia. Hamburguesas, cervezas y whisky. Así que era la oportunidad, a la menor nos dimos la vuelta, chúpate ese 'simpa', y en la esquina de la siguiente calle se instaló en la cara una sonrisa como de venganza histórica consumada. Faltó salir corriendo después de irnos sin pagar y celebrarlo como Michel en la selección española, “me lo merezco, me lo merezco”.

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