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Javier Caraballo

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El activismo contra Pedro Sánchez precipita a muchos a adjudicarle todos los males del universo, la consagración del mal, prescindiendo de la realidad

Foto: El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante la reunión de la nueva ejecutiva federal del PSOE elegida en el 39º Congreso del partido. (EFE)
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, durante la reunión de la nueva ejecutiva federal del PSOE elegida en el 39º Congreso del partido. (EFE)

Contra Pedro Sánchez, flamante secretario general reconstituido del Partido Socialista, existe un activismo que está inaugurando en la izquierda una aversión militante, sectaria, que jamás se había producido con sus predecesores, siempre más disciplinados. Entre ellos, muchos colegas de prensa que se han tomado la vuelta de Pedro Sánchez al liderazgo, y su apabullante triunfo en la primarias, como algo personal, como si ellos mismos fueran en las listas de Susana Díaz o, peor aún, como si les hubieran encargado la guardia y custodia de las esencias del PSOE, que por supuesto solo ellos conocen y defienden.

A ver, que tampoco es que se trate de nada nuevo, extraordinario, porque las debilidades y las miserias de la prensa española, tan proclive a la trinchera partidaria para garantizarse el sustento institucional, vienen de atrás; lo nuevo es que eso ocurra en la propia izquierda, que siempre se había arropado; entre periodistas y medios que se definen de izquierdas y que ahora están engarzados en una lucha fratricida. Pero, bueno, que la cuestión es que el activismo contra Pedro Sánchez precipita a muchos a adjudicarle todos los males del universo, la consagración del mal, prescindiendo de la realidad. Y eso es lo pernicioso, esa exageración impostada. Ya ocurría, y sigue ocurriendo, con Podemos, que se les critica muchas veces de acuerdo a lo que se piensa que piensan, descartando lo que se dice o lo que se hace porque, en esa literalidad, se estropea el guion. Es como si se hubiera llegado a la conclusión de que los planteamientos políticos radicales solo deben analizarse con interpretaciones políticas radicales, lo cual encierra una llamativa contradicción.

Pero, bueno, que la cuestión es que el activismo contra Pedro Sánchez precipita a muchos a adjudicarle todos los males del universo

Contra Pedro Sánchez, por ejemplo, se mantiene intacta la crítica de que “ha roto el pacto constitucional del 78” por su peligrosa deriva secesionista. ¿Cuándo ha ocurrido tal cosa? Jamás, desde luego, pero se mantiene la retahíla con absoluto desprecio a la realidad. Ya se comenzó a decir en la campaña electoral de las primarias del PSOE, cuando incluso se afirmó que el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) tenia en su poder un informe sobre las reuniones de Pedro Sánchez en las que se había comprometido con los independentistas al referéndum de Cataluña. En cada sobremesa, no faltaba quien, con voz de confidente, acabase diciendo que él mismo conocía a quien había leído personalmente el informe. Pero era mentira. José Félix Tezanos, que algunas batallas internas ha vivido en el PSOE, llegó a saltar indignado en la revista de la Fundación Sistemas: “Es una patraña de tal magnitud que recuerda otros casos muy sonados que se utilizaron en los años de entreguerras, cuando se pensaba que todo valía para conseguir determinados objetivos".

Pasaron las primarias por encima y, con posterioridad, Pedro Sánchez ha llamado al presidente del Gobierno para ofrecerle el apoyo socialista en defensa de la Constitución frente al desafío independentista, y en el congreso federal ha puesto especial énfasis en dejarlo muy claro: “En España hay un solo Estado y una sola soberanía. Nunca apoyaremos un referéndum de autodeterminación”. ¿Conclusión para el activismo? Que su concepto de España como país plurinacional no encaja en la Constitución española y que se trata de una cesión a la deriva soberanista que existe en muchos socialistas catalanes. Es la propia Constitución la que habla de España como un país compuesto por “nacionalidades y regiones” y son algunos estatutos de autonomía, como el andaluz, los que mencionan a esas comunidades autónomas como “una realidad nacional”. Antes que Pedro Sánchez, ya se hablaba en el PSOE, desde Alfonso Guerra a Zapatero, de España como una “nación de naciones”, pero por lo visto el término plurinacional es el más grave de todos. Pero no por lo que signifique o por lo que suponga legalmente, que es nada, sino porque se interpreta de acuerdo a lo que se sospecha que piensa Pedro Sánchez, que nunca será bueno.

Antes que Pedro Sánchez, ya se hablaba en el PSOE, desde Alfonso Guerra a Zapatero, de España como una “nación de naciones”

Contra Pedro Sánchez se podría argumentar la escasa consistencia ideológica de su discurso, repleto de citas comunes, más eslóganes que ideas, más generalidades que propuestas, alternados con momentos extremos de demagogia, como la descripción que hizo de la España de Mariano Rajoy, un país donde hay “gente buscando en los contenedores de basura mientras el Gobierno aprueba amnistías fiscales”. Se le puede censurar la vacuidad, pero parece que ni siquiera eso es suficiente. Sin embargo, eso es lo deseable, que se le exija algo más que un puñado de palabras. Ni la España plurinacional ni la nación de naciones ni el Estado federal solucionan el problema secesionista de Cataluña, pero son los tres conceptos sobre los que bascula el ideario socialista desde hace 30 años, siempre al son de sus propios intereses políticos y electorales. Todo eso se le puede censurar a Pedro Sánchez, que inaugure una etapa política nueva en el PSOE con la reiteración de las mismas ideas, gastadas y trilladas.

Aunque a los activistas contra Pedro Sánchez les parezca poca munición contra el líder, el problema de fondo de Pedro Sánchez es que, despojados de etiquetas y prejuicios, no es muy distinto de Susana Díaz en las cosas que dice, ese argumentario que comienza por la ‘revelación inesperada’ de que quieren ganar las elecciones, “poner rumbo a La Moncloa”, para desalojar a la derecha del poder, la derecha que tanto daño y tantas injusticias provoca; el ogro de la derecha, en fin, que es el talismán de todos los discursos de dirigentes socialistas. El único problema es que reconocerlo así sería tanto como admitir que lo ocurrido en el PSOE, esa convulsión inmensa que todavía no ha finalizado, se debía fundamentalmente a una guerra de poder interna que muchos han disfrazado falsamente de guerra ideológica que, para colmo de sus contradicciones, al único que ha beneficiado ha sido a Pedro Sánchez porque lo ha dotado de un cuerpo ideológico y de un liderazgo de los que carecía.

Contra Pedro Sánchez, flamante secretario general reconstituido del Partido Socialista, existe un activismo que está inaugurando en la izquierda una aversión militante, sectaria, que jamás se había producido con sus predecesores, siempre más disciplinados. Entre ellos, muchos colegas de prensa que se han tomado la vuelta de Pedro Sánchez al liderazgo, y su apabullante triunfo en la primarias, como algo personal, como si ellos mismos fueran en las listas de Susana Díaz o, peor aún, como si les hubieran encargado la guardia y custodia de las esencias del PSOE, que por supuesto solo ellos conocen y defienden.

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