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¿Cómo recuperar la competitividad? Krugman vs Sebastián
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Carlos Sánchez

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¿Cómo recuperar la competitividad? Krugman vs Sebastián

Si a largo plazo, todos calvos, como decía Keynes, no hay ninguna duda de que estamos ante un ataque general de alopecia. Sorprende la cortedad de

Si a largo plazo, todos calvos, como decía Keynes, no hay ninguna duda de que estamos ante un ataque general de alopecia. Sorprende la cortedad de miras de la clase política, enfrascada en polemizar sobre el último indicador macroeconómico, pero con problemas para ver más allá de sus narices. De analizar seriamente los retos que tendrá este país en los próximos 20 ó 30 años.

La utilización del término ‘clase política’ no es un intento gratuito de corresponsabilizar al PP en la desidia del Gobierno a la hora de actuar a largo plazo. Tiene que ver con un hecho incuestionable: la arquitectura institucional española hace descansar en las regiones las dos terceras partes del gasto público. Por lo tanto, las comunidades autónomas, y también los ayuntamientos (unos más que otros), son corresponsables de buena parte del desaguisado actual, en particular en lo relacionado con la debacle del mercado inmobiliario mediante esas marionetas que responden al nombre de cajas de ahorras, y que son quienes han calentado el precio de los pisos hasta límites insoportables para los bolsillos de los ciudadanos. Y lo que es peor. Haciendo posible un modelo de crecimiento a todas luces insostenible que explica las altas de desempleo existentes actualmente en España.

Se dirá que lo más urgente es apagar el incendio que se ha desatado en la economía mundial. Y desde luego que lo prioritario es evitar tanto el desplome del colapso del sistema financiero como la aparición masiva de fenómenos de exclusión social, como ocurrió tras el crack del 29, y que sólo el New Deal fue capaz de frenar. Pero la historia ha demostrado que los países capaces de caminar y comer chicle al mismo tiempo son los que avanzan.

El Gobierno, por el contrario, ha optado por actuar con un cortoplacismo de difícil justificación. Un ejemplo ilustra lo que se está hablando. En un reciente artículo publicado por Miguel Sebastián en el diario Público, el ministro de Industria reivindicaba  la ortodoxia keynesiana del presidente Obama, y se felicitaba por el hecho de que el Gobierno español haya abrazado esa estrategia. Eso de hacer paralelismos entre ZP y Obama comienza a ser cansino.

Sebastián acuña el término keynesclásico para referirse al mix de política económica desplegada por el equipo económico del vicepresidente Solbes. Estímulo de la demanda agregada mediante gasto público y compromiso con “los fundamentos a largo plazo del modelo clásico”. Desconozco a qué se refiere Sebastián con este último planteamiento. ¿A quién reivindica el titular de Industria?  ¿A Adam Smith, a David Ricardo o a Carlos Marx? Tendrá que explicarlo.

Crisis de demanda

Sebastián tiene razón, sin embargo, cuando interpreta la situación actual como una crisis de demanda originada, no  por un shock externo, sino por el mal funcionamiento del mercado debido a las desregulaciones de los ochenta y los noventa, a todas luces excesivas en lo relacionado con el sistema financiero. Como ayer lúcidamente recordó Obama. Pero se equivoca cuando entiende que el mundo saldrá de esta crisis sólo con la combinación de políticas de gasto público destinadas a sostener la actividad productiva y el mantenimiento de los salarios reales para evitar un desplome adicional del consumo.

Supongo que Sebastián habrá leído el blog de un keynesiano confeso como Krugman, que en su edición de ayer en The New York Times recordaba que sólo hay dos vías para recuperar la competitividad a corto plazo: una devaluación de la moneda, lo que es hoy imposible por razones obvias, o una reducción de los salarios. ¿Se refiere a esto Sebastián cuando habla de respetar los fundamentos de la economía clásica? 

Para que sean realmente eficaces esas políticas de estímulo de la demanda, tan necesarias, deben enmarcarse en un proyecto económico de más largo alcance. Capaz de identificar el nuevo paradigma de crecimiento en el que debe bastarse la economía en los próximos años. Hay un consenso generalizado en que sólo el sector exterior está en condiciones de sacar a España del marasmo económico, como de hecho ha sucedido en los últimos 50 años de nuestra historia económica. Pero se suele olvidar que en todos los casos siempre el motor ha comenzado a carburar tras relevantes devaluaciones de la peseta que han restaurado la pérdida de competitividad entre crisis y crisis.

Estamos, por lo tanto, ante un escenario que hoy se antoja simplemente imposible por la pertenencia al euro. De ahí que lo relevante no es sólo saber cuánto dinero está en condiciones de poner el sector público en la economía para mantener la renta disponible de las familias (en última instancia lo que se pretende cuando se deja actuar a los estabilizadores automáticos), sino qué reformas hay que hacer para que el futuro se construya sobre bases sólidas y sostenibles.

Y en este sentido no estará de más recordar que lo que hoy no se haga, habrá que sacarlo adelante dentro de unos años, pero en un contexto demográfico sustancialmente peor, lo que hará más difícil la superación de los problemas.

Un informe elaborado por la Comisión Europea hace algún tiempo sobre el horizonte de la UE a largo plazo da una idea de lo que se está hablando. Según ese estudio, el gasto total del sector público en actividades relacionadas con el envejecimiento de la población (pensiones, sanidad, dependencia, educación y desempleo) se situará  en 2050 en el 28,6% del Producto Interior Bruto.  Es decir, dos puntos por encima de la media de la Unión Europea a 25.

La distancia puede parecer pequeña, pero hay que tener en cuenta que en 2010 el gasto público español destinado a esos fines se situará tres puntos por debajo de la UE. Es decir, que se pasa de un -3 a un +5 puntos de PIB, lo que significa un deterioro importante de nuestras expectativas debido a que la explosión demográfica fue más tardía. No se trata de un asunto pequeño. Cada punto de PIB representa a los precios actuales unos 10.000 millones de euros, lo que significa que hay que tomarse muy en serio este asunto y dejarse de hacer regates en corto para salvar la cara ante la opinión pública y quedar más keynesianos que nadie.

Si a largo plazo, todos calvos, como decía Keynes, no hay ninguna duda de que estamos ante un ataque general de alopecia. Sorprende la cortedad de miras de la clase política, enfrascada en polemizar sobre el último indicador macroeconómico, pero con problemas para ver más allá de sus narices. De analizar seriamente los retos que tendrá este país en los próximos 20 ó 30 años.

Pedro Solbes Barack Obama