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La reforma imposible de los impuestos: un debate en lista de espera
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Carlos Sánchez

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La reforma imposible de los impuestos: un debate en lista de espera

A los impuestos les ocurre lo mismo que a las reformas laborales. Son difíciles de encajar en el debate político. Cuando alguien plantea la necesidad de

A los impuestos les ocurre lo mismo que a las reformas laborales. Son difíciles de encajar en el debate político. Cuando alguien plantea la necesidad de cambiar la normativa en aras de lograr un sistema tributario más eficiente y justo (los impuestos nunca son neutrales), hay quien piensa de manera automática en la necesidad de recortar la presión fiscal hasta exprimir al máximo (¡Estado, ríndete!) la capacidad recaudatoria de los poderes públicos.

Otros, por el contrario, creen que el deterioro de los servicios públicos tiene que ver, fundamentalmente, con la reducción de los impuestos. En particular, los tributos de carácter directo (IRPF o Sociedades). Sostienen que  sólo con unos impuestos elevados será posible atender la financiación del Estado de bienestar. Sin lugar a dudas, el gran reto que tienen ante sí las naciones más desarrolladas en las próximas décadas.

Existe, por último, un tercer grupo que se sitúa a medio camino entre unos y otros. Son los posibilistas, los que mueven en función de la oportunidad política (¿o habría que decir oportunismo?). Hacen pequeñas reformas al albur del viento que sople con más fuerza. Pero como en la mayoría de las ocasiones las corrientes reformistas que fluyen en uno u otro sentido se anulan al chocar entre sí, finalmente optan por no hacer nada. Asisten, mano sobre mano, a una caída brutal de los ingresos, pero apenas hacen reformas de calado no vaya a ser que pisen algún callo. Como se ve, es un planteamiento conservador, pero bien vestido puede parecer una actitud la mar de responsable. Unos alaban al vicepresidente de turno porque al menos no sube los impuestos, y otros lo alaban, precisamente, porque no los baja.

La coexistencia de estos tres planteamientos puede explicar mejor que ninguna otra cosa la ausencia de un debate real sobre cuál es el mejor modelo impositivo para combatir la crisis. El Gobierno parece haber optado por poner toda la carne en el asador en la necesidad de aumentar el gasto público como principal herramienta para combatir la crisis, pero no dispone de un minuto para reflexionar sobre qué modelo fiscal es el más conveniente para España propiciando una reforma fiscal consensuada.

Bajar el IRPF, subir el IVA

Afortunadamente, hay quien ha hecho ese trabajo. En las últimas semanas, se ha multiplicado el número de trabajos académicos  que proponen una reforma del sistema impositivo. Uno de los más interesantes es el que han publicado los profesores Jesús Fernández-Villaverde y Juan F. Rubio en Sociedad Abierta, un blog muy recomendable que conviene visitar.

Su propuesta fiscal consiste -dicho de una forma esquemática- en reducir en un 2% el tipo medio de los impuestos sobre las rentas del trabajo e incrementar, en paralelo, un 1% el tipo medio del IVA. La reforma se completaría con un incremento “importante” de los impuestos especiales (alcohol o hidrocarburos). Según sus cálculos, este paquete tendría un efecto expansivo de un 2% del PIB con respecto al escenario de mantener el statu quo fiscal, con un coste en términos de déficit público inferior al 0,2% del PIB.

Los argumentos que ofrecen para defender esta reforma se basan en que la bajada del impuesto sobre las rentas del trabajo, especialmente si se diseña de tal manera que favorezca a los asalariados de rentas más bajas, incrementaría los incentivos a trabajar y el consumo de las familias de manera notable. Estos dos mecanismos son la principal correa de transmisión de los efectos expansivos de la propuesta.

La bajada en los impuestos al trabajo se podría implementar por medio de reducciones de IRPF o de cotizaciones sociales, dicen los autores. Aclaran, sin embargo, que modificar las cotizaciones sociales es peligroso ya que puede generar conflictividad con los agentes sociales e incrementar el peligro a la sostenibilidad en el largo plazo del sistema de público de pensiones. Por tanto, puede ser más adecuada una rebaja del IRPF. Además, en el caso de una rebaja concentrada en los niveles de renta más bajos, esta reducción del tipo puede ser utilizada como un incentivo a los sindicatos para la moderación salarial durante el 2009.

Consideran, igualmente, que la subida del IVA ayuda a contrarrestar los efectos sobre la recaudación de la bajada de los impuestos sobre el trabajo. Y han llegado a calcular que mientras la bajada del impuesto sobre las rentas del trabajo supone una pérdida de recaudación de 0,5% del PIB, la subida del IVA compensa un 0.38%.  

También en Sociedad Abierta, el profesor Juan Carlos Conesa, ha propuesto una reforma fiscal más quirúrgica, encaminada a identificar los colectivos más afectados por la crisis crediticia. En su opinión, tanto desde un punto de vista de eficiencia como desde la equidad, lo razonable sería dirigir las potenciales rebajas fiscales a los hogares con restricciones de liquidez y que se vean más afectados por la actual coyuntura económica. Dirigir las rebajas fiscales al conjunto de la población, sostiene, no sería equitativo, y muy probablemente ni tan siquiera fuera efectivo para el estímulo de la demanda en el corto plazo.

¿Qué tipo de hogares tiende a sufrir de forma más pronunciada las restricciones de liquidez? Se trata de los hogares en los extremos inferior y superior respecto a la edad (es decir, los más jóvenes y más mayores) y con niveles de renta inferiores, y los hogares con un nivel de deuda (fundamentalmente hipotecaria) considerable.

En relación a los impuestos que gravan el consumo, el profesor Conesa asume la alternativa propuesta por el economista Xavier Sala-i-Martin, que ha planteado la necesidad de una reducción temporal del IVA con el fin de estimular el gasto de las familias. 

Como se ve, ideas hay. Sólo hace falta discutirlas y ponerlas en práctica. Confiar sólo en el gasto público para salir de la crisis, no parece el camino más  adecuado (y rápido).

A los impuestos les ocurre lo mismo que a las reformas laborales. Son difíciles de encajar en el debate político. Cuando alguien plantea la necesidad de cambiar la normativa en aras de lograr un sistema tributario más eficiente y justo (los impuestos nunca son neutrales), hay quien piensa de manera automática en la necesidad de recortar la presión fiscal hasta exprimir al máximo (¡Estado, ríndete!) la capacidad recaudatoria de los poderes públicos.