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Sindicatos vs empresarios: un modelo agotado que no da más de sí
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Carlos Sánchez

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Sindicatos vs empresarios: un modelo agotado que no da más de sí

Fue Santiago Carrillo, probablemente, el primer dirigente político que utilizó públicamente el término consenso para definir una forma de hacer política. Corrían los primeros meses de

Fue Santiago Carrillo, probablemente, el primer dirigente político que utilizó públicamente el término consenso para definir una forma de hacer política. Corrían los primeros meses de la Transición y el viejo líder comunista suspiraba por un Gobierno de concentración que nunca llegaría a materializarse. Como remedo de aquel planteamiento -que hoy llamaríamos ‘de máximos’- surgieron los Pactos de la Moncloa, nacidos bajo el auspicio de Enrique Fuentes Quintana y su equipo de economistas. Manuel Lagares, Victorio Valle y compañía se habían forjado en Hacienda Pública Española, una revista capital para entender el actual sistema fiscal, y que recogía el espíritu reformador de Flores de Lemus o Francisco Bernis, ambos bajo la influencia del profesor alemán Adolph Wagner, uno de los padres de la Hacienda moderna.

Los sindicatos y empresarios, como se sabe, no fueron invitados a participar en la firma de los Pactos de la Moncloa, sin duda porque entonces eran vistos como una simple correa de transmisión de los partidos políticos, y buenas broncas hubo a cuento de ello entre Marcelino Camacho y el propio Carrillo. Pero ese espíritu de consenso surgido de aquellos pactos  monclovitas –que ni Adolfo Suárez ni Felipe González querían al principio-  sirvió para la creación de un nuevo clima de concordia. Hasta el punto de que en los años posteriores los sindicatos –fundamentalmente UGT- enterraron el hacha de guerra y se atrevieron incluso a firmar acuerdos interconfederales que incorporaban pactos de rentas, que era lo mismo que mentar la soga en casa del ahorcado. A priori ningún trabajador está dispuesto a renunciar a ganar poder adquisitivo salvo que esté atrapado en el síndrome de Estocolmo. Pero lo cierto es que mesura en las nóminas hubo, y mucha.

Así es como nacieron el ABI, el AMI, el AI o el AES, una verdadera sopa de letras que tenían como eje vertebrador la moderación salarial, sin duda el elemento esencial de lo que ha sido la concertación social en los últimos treinta años. El modelo se basaba en un sistema de contrapartidas entre las partes contratantes, que dirían los hermanos Marx. O en lenguaje coloquial: de cambio de cromos. Sindicatos y empresarios (bajo la tutela del Gobierno de turno) aceptaban sacrificios siempre que lograran algo a cambio para sus intereses de parte.

Tres huelgas generales

Ese es el modelo que básicamente se ha mantenido en los últimos 30 años, salvo el largo paréntesis que va entre 1988 y 1996, cuando las centrales sindicales hicieron frente a Felipe González con tres huelgas generales, pese a que el ex presidente llegó a proponer a los agentes sociales negociar ‘las cuentas del reino’.

Zapatero sabe que sin un socio estable en el parlamento su único aliado natural son los sindicatos, y de ahí que parezca dispuesto a morir en el intento.

Fue Santiago Carrillo, probablemente, el primer dirigente político que utilizó públicamente el término consenso para definir una forma de hacer política. Corrían los primeros meses de la Transición y el viejo líder comunista suspiraba por un Gobierno de concentración que nunca llegaría a materializarse. Como remedo de aquel planteamiento -que hoy llamaríamos ‘de máximos’- surgieron los Pactos de la Moncloa, nacidos bajo el auspicio de Enrique Fuentes Quintana y su equipo de economistas. Manuel Lagares, Victorio Valle y compañía se habían forjado en Hacienda Pública Española, una revista capital para entender el actual sistema fiscal, y que recogía el espíritu reformador de Flores de Lemus o Francisco Bernis, ambos bajo la influencia del profesor alemán Adolph Wagner, uno de los padres de la Hacienda moderna.

Los sindicatos y empresarios, como se sabe, no fueron invitados a participar en la firma de los Pactos de la Moncloa, sin duda porque entonces eran vistos como una simple correa de transmisión de los partidos políticos, y buenas broncas hubo a cuento de ello entre Marcelino Camacho y el propio Carrillo. Pero ese espíritu de consenso surgido de aquellos pactos  monclovitas –que ni Adolfo Suárez ni Felipe González querían al principio-  sirvió para la creación de un nuevo clima de concordia. Hasta el punto de que en los años posteriores los sindicatos –fundamentalmente UGT- enterraron el hacha de guerra y se atrevieron incluso a firmar acuerdos interconfederales que incorporaban pactos de rentas, que era lo mismo que mentar la soga en casa del ahorcado. A priori ningún trabajador está dispuesto a renunciar a ganar poder adquisitivo salvo que esté atrapado en el síndrome de Estocolmo. Pero lo cierto es que mesura en las nóminas hubo, y mucha.

Así es como nacieron el ABI, el AMI, el AI o el AES, una verdadera sopa de letras que tenían como eje vertebrador la moderación salarial, sin duda el elemento esencial de lo que ha sido la concertación social en los últimos treinta años. El modelo se basaba en un sistema de contrapartidas entre las partes contratantes, que dirían los hermanos Marx. O en lenguaje coloquial: de cambio de cromos. Sindicatos y empresarios (bajo la tutela del Gobierno de turno) aceptaban sacrificios siempre que lograran algo a cambio para sus intereses de parte.

Tres huelgas generales

Ese es el modelo que básicamente se ha mantenido en los últimos 30 años, salvo el largo paréntesis que va entre 1988 y 1996, cuando las centrales sindicales hicieron frente a Felipe González con tres huelgas generales, pese a que el ex presidente llegó a proponer a los agentes sociales negociar ‘las cuentas del reino’.

Zapatero sabe que sin un socio estable en el parlamento su único aliado natural son los sindicatos, y de ahí que parezca dispuesto a morir en el intento.

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