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Rajoy tiene las manos libres para gobernar: gana el desencanto
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Carlos Sánchez

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Rajoy tiene las manos libres para gobernar: gana el desencanto

El vocablo ‘desencanto’ es, probablemente, uno de los más hermosos de la lengua castellana. Trasluce un cierto aire poético y hasta sentimental, pero en términos políticos

El vocablo ‘desencanto’ es, probablemente, uno de los más hermosos de la lengua castellana. Trasluce un cierto aire poético y hasta sentimental, pero en términos políticos tiene una lectura más contundente.

 

La Real Academia de la Lengua lo define como ‘decepción’ o ‘desilusión’. Y eso es, exactamente, lo que ocurrió ayer. Buena parte del electorado se quedó en casa, lo que ha favorecido al Partido Socialista, tanto en Andalucía como en Asturias.

El partido en el Gobierno ha sido incapaz de movilizar el voto conservador. O, incluso, el voto de los electores desencantados con un partido que lleva gobernando tres décadas. No es exagerado hablar, por lo tanto, de fracaso. Si en un contexto como el actual, el PP no ha logrado gobernar en Andalucía es que tiene un problema. Y grave. El primero, el del candidato Javier Arenas, incapaz de encender la llama de la ilusión. El PP, pese a ser el partido más votado, se ha dejado casi 180.000 papeletas. Rajoy ganó, precisamente, gracias a la fidelidad de su electorado, algo que no se ha repetido en esta ocasión.

La caída de la participación revela un cierto hastío con  la clase política y hasta con la crisis económica. Larga como un día sin pan. Y lo que es todavía peor, sin visos de un cambio de tendencia a corto plazo. Los electores miran con desinterés las recetas de los grandes partidos, y eso se ha traducido en la baja participación, lo cual es, sin duda, un aviso para navegantes. PP y PSOE suman menos del 50% del censo electoral en unos comicios cruciales por lo que significaban para uno y otro partido.

El primer aviso es para  los convocantes de la huelga general, que aunque no se han presentado a las elecciones, tienen motivos suficientes para preocuparse a la luz de la desmovilización ciudadana. No porque la opinión pública esté a favor de la reforma laboral, al contrario, sino por incomparecencia de los convocados a la huelga.

Si en Andalucía, con más del 30% del paro y con una crisis descomunal, casi el 40% de los electores decide quedarse en casa, no va ser fácil sacar a los trabajadores  a la calle el 29-M. Y eso que por medio está una reforma laboral extremadamente agresiva, que diría Guindos; una subida de impuestos importante que castiga sobre todo a las clases medias (que son  las que pagan el IRPF), y un recorte sustancial del gasto público. Sólo estas tres decisiones de política económica hubieran sido motivo suficiente para acudir en masa a las urnas.

El mejor antídoto

No ha sido así y esto, paradójicamente, beneficia al Gobierno de Rajoy que tiene ahora las manos libres para tomar cualquier decisión -por dura que sea- sin esperar una respuesta contundente en la calle. Los ciudadanos notan en sus propias carnes la crisis mejor que nadie, incluso los que tienen empleo, y ese es el mejor antídoto para no sumarse a movilizaciones de carácter general. En todo caso, insuficientes para detener las duras reformas económicas que están en cartera, y que se han congelado por razones electorales. De alguna manera, ahora empieza la legislatura.

El hecho de que Izquierda Unida haya subido de forma relevante en Andalucía, sin embargo, no debe interpretarse como un reagrupamiento de las fuerzas de izquierda. La coalición de Diego Valderas ha tenido el mérito de mantener, o, incluso, aumentar, su electorado, pero apenas ha recogido uno de cada cinco votos que ha perdido el socialismo andaluz. No hay, por lo tanto, un endurecimiento de la oposición, lo que hay es simple pasotismo y desencanto.

Un desencanto que puede crecer a medida que la crisis se alargue. Las cuentas de Andalucía son un arcano. Es la única comunidad que no ha aflorado su déficit oculto, y las nuevas reglas de estabilidad presupuestaria son un torpedo lanzado a la línea de flotación de una determinada forma de hacer política. Precisamente, la que más le gusta a Izquierda Unida, que tiene la llave de la gobernabilidad. Y el margen fiscal no es que sea pequeño, es que es inexistente.

El déficit presupuestario de Andalucía equivale al 3,22% de su PIB (ligeramente por encima de la media), pero tiene que recortarlo este año hasta más de la mitad. No parece fácil que las distintas corrientes internas en IU acepten ese escenario de consolidación fiscal. Máxime cuando tampoco hay mucho margen desde el lado del endeudamiento, vigilado estrechamente por Cristóbal Montoro. La comunidad adeuda 14.314 millones de euros y con tendencia hacia arriba, lo que significa que también esta vía está cegada. Mucho arroz para tan poco pollo, que diría el castizo.

El vocablo ‘desencanto’ es, probablemente, uno de los más hermosos de la lengua castellana. Trasluce un cierto aire poético y hasta sentimental, pero en términos políticos tiene una lectura más contundente.

Mariano Rajoy