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Rajoy se la juega en dos meses: todo o nada
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Carlos Sánchez

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Rajoy se la juega en dos meses: todo o nada

El historiador económico Harold James ha escrito un delicioso artículo en el que recuerda las calamidades que trae el verano. Por supuesto que no se

El historiador económico Harold James ha escrito un delicioso artículo en el que recuerda las calamidades que trae el verano. Por supuesto que no se refiere a catástrofes naturales derivadas de la canícula, sino a algunos hechos históricos que cambiaron el curso de la humanidad.

James, por ejemplo, recuerda que el 28 de junio de 1914 fue asesinado en Sarajevo el heredero del imperio austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando, cuya muerte, como se sabe, dio origen a la I Guerra Mundial. Se acuerda también el historiador británico de que el 13 de julio de 1931, el sistema bancario alemán se derrumbó, lo que amplificó las consecuencias de la Gran Depresión iniciada en EEUU dos años antes. Y de que el 15 de agosto de 1971, el presidente Nixon anunció el fin del patrón oro, que creó un nuevo orden económico mundial.

Un análisis más exhaustivo de los desastres que trae el estío, da la razón al historiador británico. Fue en agosto de 2007 cuando se pusieron de manifiesto las miserias de la economía mundial tras la quiebra de Bear Stearns, lo que provocó la primera inyección masiva de dinero por parte de los principales bancos centrales del planeta para hacer frente a las célebres hipotecas subprime.

Hay razones fundadas para creer, que agosto trae mal fario, y aunque es verdad que el 19 de septiembre de 1946 -al final del verano- fue cuando Churchill propuso la creación de unos Estados Unidos de Europa en un histórico discurso, lo cierto es que el estío suele ser el caldo de cultivo propicio de la mayor parte de las crisis financieras

Unos años antes, también en verano, las finanzas mundiales se habían visto sacudidas por sendas crisis desencadenadas lejos de los tradicionales centros de poder financiero. En julio de 1997, estalló la crisis del sudeste asiático, y el 17 de agosto de 1998, el rublo se venía abajo provocando una formidable crisis económica en Rusia. Y fue en agosto del año pasado cuando -tras el rescate de Grecia, Irlanda y Portugal- España se situó en primera línea de fuego de los mercados, junto a Italia. La hasta entonces intocable Constitución española -tras la carta-reprimenda de Trichet a Zapatero- fue cambiada deprisa y corriendo en plena canícula estival.

El filántropo y la libra

Hay razones fundadas para creer, por lo tanto, que agosto trae mal fario, y aunque es verdad que el 19 de septiembre de 1946 -al final del verano- fue cuando Churchill propuso la creación de unos Estados Unidos de Europa en un histórico discurso, lo cierto es que el estío suele ser el caldo de cultivo propicio de la mayor parte de las crisis financieras. Unas veces por razones exógenas -en septiembre de 2001 se desplomó la Bolsa tras los ataques del 11 S- y otras por motivos endógenos. El 14 de septiembre de 2008 Lehman Brothers quebró y el mundo supo que esta crisis, como dirían Rogoff y Reinhart, es distinta.

También fue en el verano de 1992 cuando se larvó la crisis financiera que se llevó  por delante el Sistema Monetario Europeo (SME) -tras el ‘no’ danés de junio-, y fue en septiembre de ese mismo año cuando la libra cayó humillada por la presión especulativa de los mercados. El 16 de septiembre de 1992 -el ominoso ‘miércoles negro’-, el Banco de Inglaterra anunció que la libra esterlina se veía obligada a abandonar el Mecanismo de Cambios del SME. Ese fino filántropo que es George Soros había logrado lo que no había conseguido Napoleón, poner contra las cuerdas a la libra esterlina.

Hay motivos, por lo tanto, para creer que el verano está lleno de sorpresas financieras. Aunque también políticas. Es conocida la querencia de Franco por la crisis de Gobierno en plena canícula. Y todos los presidentes de la democracia le han seguido el paso. El primer fin de semana de agosto o el último de julio suelen destaparse los tarros de las esencias económicas.

Los estrategas de comunicación política deben pensar que en medio del sopor estival las medidas más duras pasan mejor, y eso es lo que puede explicar que el Gobierno de Rajoy continúe mareando la perdiz sobre cuándo aplicar una nueva dosis de la purga de Benito a la economía española.

El problema es que la famosa purga de Benito tenía efecto placebo -el  mejunje le hizo efecto al pobre Benito antes de tomarlo-, mientras que los recortes que están en cartera apretarán un poco más al sufrido contribuyente. No son, desde luego, una ilusión óptica.

El verano se presenta duro, muy duro. Probablemente por ese letal gradualismo que ha querido dar a Rajoy a su acción de Gobierno. Lo cual está teniendo efectos perversos sobre la economía.

Una insoportable interinidad

En un mundo en el que cada vez son más importantes las expectativas, parece un error plantear la política como una carrera de relevos, Unos recortes se suceden a otros, creando una situación de interinidad simplemente insoportable. Las empresas no invierten no sólo porque la coyuntura es diabólica, sino porque tienen la certeza de que los ajustes se hacen con cuentagotas.

Y es verdaderamente imposible conocer la demanda efectiva de los consumidores cuando el Gobierno dosifica los recortes simplemente por falta de arrojo político. O cuando en apenas siete meses el país ha parido hasta tres reformas del sistema financiero (la última inconclusa).

Rajoy se la juega en los dos próximos meses, y no solamente porque el estío sea históricamente adverso para los mercados. Si tras los recortes que están en cartera, no logra enderezar la situación, es probable que no tenga más oportunidades. El calendario de publicación de los indicadores macroeconómicos -fundamentalmente el desempleo- juega en su contra. La opinión pública difícilmente va a aceptar nuevos ajustes-con más de seis millones de parados- sin incendiar la calle

Se trata de un error mayúsculo que retrasa la salida de la crisis. La década perdida japonesa ha demostrado que el gradualismo sólo conduce a dilatar la recuperación; mientras que, por el contrario, la experiencia de Suecia a principios de los 90, o, incluso, más recientemente, de Irlanda, han demostrado que medidas que van al fondo de los problemas y no a la superficie, son las más eficaces. Es más eficiente hacer una reforma fiscal de verdad que meros ajustes de tipos impositivos que sólo distorsionan la planificación tributaria, esencial para los agentes económicos, como sabe muy bien el ministro Montoro.

De recorte en recorte sólo se consigue desmoralizar a la población en unos momentos en los que lo prioritario es tener una conciencia nacional para salir de la crisis. Como la que han tenido los grandes países en los momentos más difíciles.

Y en este sentido jugar al tacticismo político, como hace el Gobierno, parece un error mayúsculo. Rajoy se la juega en los dos próximos meses, y no solamente porque el estío sea históricamente adverso para los mercados. Si tras los recortes que están en cartera, no logra enderezar la situación, es probable que no tenga más oportunidades. El calendario de publicación de los indicadores macroeconómicos -fundamentalmente el desempleo- juega en su contra. La opinión pública difícilmente va a aceptar nuevos ajustes -con más de seis millones de parados- sin incendiar la calle. Como sostiene un funcionario con muchos años de servicios, “si me tiene que bajar el sueldo que lo hagan, pero de un sola vez”.

Comienza a ser insoportable vivir en un país que cada seis meses anuncia una nueva tanda de recortes por la incapacidad de sus gobernantes de tomar decisiones de carácter estratégico. Y que confunden, a menudo, las reformas con los recortes. Mientras que las reformas garantizan la sostenibilidad, los recortes sin más son simple parches para salir del apuro. Y por eso resulta paradójico que después de no se sabe cuántos recortes, el edificio de la administración continúe básicamente en pie.

Mariano Rajoy