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La tontería más grande jamás contada
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Carlos Sánchez

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La tontería más grande jamás contada

Buscar culpables es un viejo vicio de la condición humana. No ha habido sistema político, incluso los más democráticos y transparentes, que haya renunciado a trasladar

Buscar culpables es un viejo vicio de la condición humana. No ha habido sistema político, incluso los más democráticos y transparentes, que haya renunciado a trasladar la responsabilidad de los actos propios a la aparición de sucesos ajenos. Jaspers lo achacaba a una quiebra de la conciencia individual, que tiende a buscar coartadas para enmascarar nuestra propia conducta.

Gracias esta socialización de la responsabilidad, la culpa individual, ya sea en su sentido penal, moral o político, se diluye en manos de la culpa colectiva, una materia inaprensible por naturaleza. Pero con un sesgo subjetivo sin duda relevante: los éxitos forman parte de nuestra pericia, los fracasos de fenómenos ajenos a nuestra voluntad.

Se habla con total desparpajo de que estamos ante una tercera guerra mundial, pero sin trincheras ni campos de concentración. Hoy Alemania intentaría dominar Europa mediante una guerra económica. Pero Grennes y Strazds acreditan, en contra de lo que suele creerse, que desde el lanzamiento de la unión monetaria, Alemania lo único que ha hecho es perder cuota de mercado frente a los países del sur de Europa

Y las comparecencias de estos días en el Congreso sobre la crisis de Bankia lo demuestran fielmente: hay cadáver pero no hay asesino, lo cual es una afrenta al sistema individual de responsabilidades. Se desoye, de esta manera, aquello que decía el Julio César de Shakespeare a Bruto. ‘La culpa, querido Bruto, no es de nuestras estrellas, sino de nosotros mismos, que consentimos en ser inferiores’. Y, en cierta medida, eso es lo que pasa con la crisis económica, convertida en una criatura sin padre. Aunque muchos se empeñen en buscar al progenitor.

Y entre quienes buscan culpables ha aparecido en los últimos tiempos una corriente de pensamiento -hay que reconocer que con creciente número de adeptos- que vincula la crisis de deuda soberana a una supuesta conspiración alemana con la aviesa intención de quedarse con el continente europeo por la puerta de atrás. Se habla, incluso, con total desparpajo, de que estamos ante una tercera guerra mundial, pero sin trincheras ni campos de concentración. Hoy Alemania intenta dominar Europa mediante una guerra económica. Más sutil, pero, igualmente, mortífera en términos de desaparición de los estados nacionales.

A expensas de los periféricos

El abanderado de esta tesis ha sido, entre otros, Paul Krugman, que ha vinculado las miserias del sur de Europa al enorme superávit de la balanza de pagos de Alemania. Se ha llegado a decir, incluso, que la unión monetaria forma parte de una estrategia política de largo alcance para fagocitar los mercados nacionales a favor de Alemania, cuyo superávit exterior se habría construidos a expensas de los países periféricos.

Hay, sin embargo, un luminoso trabajo de los profesores  Thomas Grennes y Andris Strazds en el que se desmonta esta auténtica teoría de la conspiración. Y lo hacen, como no puede ser de otra manera, con datos.

Grennes y Strazds acreditan, en contra de lo que suele creerse, que desde el lanzamiento de la unión monetaria, Alemania lo único que ha hecho es perder cuota de mercado frente a los países del sur de Europa. En el caso de España, su penetración era de 18% en 1999, mientras que en 2011 su cuota de mercado había caído hasta el 13% [ver gráfico]. Lo mismo ha sucedido respecto a los otros países del sur de Europa, lo que significa que no se trata de un episodio aislado.  

Se podrá argumentar que la pérdida de cuota de mercado es lógica debido a la eclosión de las importaciones procedentes de China, pero los datos vuelven a quitar la razón a quienes se apuntan a la teoría de la conspiración germana. Alemania, pese a al tirón del gigante asiático, ha mantenido su cuota de mercado a nivel mundial -en torno al 8%- desde el lanzamiento del euro, lo que sugiere que su superávit comercial tiene que ver con su capacidad exportadora. No hacia España, Italia, Grecia y Portugal, sino hacia otros mercados muy competitivos por sus bajos costes de transformación. Como sostienen Grennes y Strazds, tres de los cinco principales mercados alemanes (China, EEUU y Reino Unido) no forman parte del euro.

¿Qué significa esto? Pues que Alemania ha construido su imperio no sobre la base de haberse comido los mercados nacionales del sur de Europa, sino por su capacidad de adaptación a la globalización. Y la causa no se puede ser otra que una economía extraordinariamente competitiva compatible con uno de los mejores sistemas de protección social del mundo.

Una auténtica locura

Ahora lo que se propone es que Alemania haga una política económica más expansiva que haga al país menos competitivo mediante un aumento de los precios internos que beneficiaría a los países del sur. Pero esa, en realidad, sería una locura.  El problema de Europa no es que Alemania sea demasiado competitiva, sino que la productividad de España y otros países del sur es demasiado baja. Y nada garantiza que una devaluación interna en España vaya a tener éxito si al final los países más competitivos continúan teniendo mayor productividad.

De hecho, y pese a la continua pérdida de competividad de España desde la integración en el euro, las exportaciones se han comportado relativamente bien (una pérdida de cuota de mercado de apenas dos décimas a nivel mundial, hasta el 1,7%), lo que significa que hay otros muchos factores que influyen en la capacidad de competir en un país. 

Ahora bien. No hay que olvidar un dato sangrante que a menudo se olvida. Las exportaciones españolas representan únicamente el 20,6% del PIB. Se trata del menor porcentaje de las cuatro principales economías de la eurozona, y lo que es peor, se sitúa a años luz del 43% que representa en Alemania. O del 34% del conjunto de la unión monetaria. Una auténtica calamidad que, sin duda, explica que España tenga más desempleo que ningún otro país de la Unión Europea.

Ocurre, sin embargo, que nadie en el Gobierno habla de esta cuestión. Probablemente por el propio diseño del Ejecutivo, cincelado por Rajoy como un ejército atrincherado para reducir el gasto público, pero sin capacidad de iniciativa para cambiar el modelo productivo. O, al menos, identificar hacia donde debe virar el país para crear puestos de trabajo. El Ministerio de Industria podría cumplir ese papel, pero está abducido por ausencia total de peso político, lo que le convierte en un departamento muerto que ni siquiera es capaz de sacar adelante la reforma del sector eléctrico. Es como si hubiera un manto de silencio sobre cómo salir del pozo al margen de los necesarios ajustes del sector público.

Ni en el Gobierno, ni en la oposición, ni en el debate mediático aparece la más mínima referencia a cómo crear puestos de trabajo al margen del recorte del gasto público. De nuevo es como si la responsabilidad de nuestros propios actos dependiera de Merkel, de Draghi o del Ecofin.

Es como si este país hubiera perdido su capacidad de respuesta a una crisis que no sólo tiene que ver con el despilfarro del sector público y el enorme endeudamiento de las familias y de las empresas, sino con su incapacidad para crear riqueza. Sin duda es más fácil buscar culpables fuera que encontrar la responsabilidad individual dentro.