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Eurovegas, el fracaso de una nación
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Carlos Sánchez

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Eurovegas, el fracaso de una nación

 España quería ser la California de Europa y al final va camino de convertirse en Florida. O ni siquiera eso: amenaza con competir con el estado

 

España quería ser la California de Europa y al final va camino de convertirse en Florida. O ni siquiera eso: amenaza con competir con el estado de Nevada, donde se localiza Las Vegas y apenas dura orografía española obligaba a disponer de máquinas más potentes para atravesar la península, pero ese ancho de vía (1,67 metros frente a 1,44 metros que comenzaba a imponerse en Europa) determinó en buena medida el desarrollo económico español durante la segunda mitad del siglo XIX y el XX. Y llegó incluso a tener consecuencias políticas y sociales en términos de aislamiento.

Ninguna administración en su sano juicio hubiera rechazado una inversión de este calibre, sobre todo con 6 millones de parados. La implantación de Eurovegas un acto de coherencia económica en relación el país que entre todos hemos construido. Y no luchar por lograr esa inversión sería casi un acto de prevaricación

Eurovegas, por lo tanto, es mucho más que un proyecto. Es -como el ancho de vía- una opción que generará externalidades negativas en el conjunto de la región, donde la industria tenderá a especializarse en atender la demanda local, despreciando el valor de las exportaciones o de la internacionalización de la economía.

Su impacto sobre el territorio será tan grande que afectará, además, al sistema educativo. Los jóvenes tenderán a buscar empleo sin agotar su proceso de formación, exactamente igual que sucedió en los años del boom inmobiliario, culpable en buena medida del abandono escolar. Como con buen criterio le gusta decir al ministro De Guindos, “detrás de los seis millones de parados está el 55% de paro juvenil”.

No es, desde luego, un asunto menor. Como señala este estudio editado por el Ministerio de Industria, aproximadamente el 40% de la investigación realizada a nivel nacional por organismos públicos se realiza en la Comunidad de Madrid.

Externalidades negativas

El proyecto, por lo tanto tiene un elevado coste de oportunidad que hoy no se mide para gloria de quienes lo impulsan, pero que a larga pagará la economía española por especializarse en un modelo productivo de poco valor añadido y con un fuerte componente cíclico (vinculado al consumo). Y ello sin contar con otras externalidades negativas cuyo coste correrá cargo de las Administraciones Públicas: infraestructuras viarias y de ferrocarril, policía y seguridad, centros de atención sanitaria, reforzamiento del tratamiento de ludopatías o servicios de bomberos, además del efecto medioambiental sobre la zona.

Eurovegas por lo tanto, supone la renuncia a imponer nuestro propio patrón de crecimiento, al contrario de lo que hicieron otras naciones que ahora se miran con envidia. Es el caso de Alemania.

Como se sabe, Alemania llegó tarde a la revolución industrial, pero sus gobernantes pudieron aprovecharse de la experiencia de Inglaterra.  Sin embargo, en lugar de intentar competir con las universidades británicas de élite -un objetivo inalcanzable en aquella época- lo que hizo Alemania en la segunda parte del siglo XIX fue construir una red de enseñanza secundaria que todavía hoy es imbatible. Es decir, que desde un nacionalismo fuerte -en el sentido no excluyente del término- la competencia fue dirigida hacia el exterior -justo lo que España necesita ahora-, mientras que en el interior las ventajas de la cooperación entre los agentes económicos fue la norma, lo que fue posible gracias a la lealtad germana hacia el Estado. De esta manera, nació una burocracia honesta y competente sin la cual el desarrollo de la economía alemana no habría sido lo que es hoy.

¿Quiere decir esto que Eurovegas es la solución? En absoluto. Lo que pone en evidencia es que España no da para más. Incapaz de generar puestos de trabajo en la industria vinculados al conocimiento y a la innovación, ha optado por lo más fácil y políticamente más rentable: volver al ladrillo

El diseño de una política industrial propia no tiene nada vez que con la recuperación de rancios nacionalismos económicos. Al contrario, hay que vincularlo a la puesta en marcha de políticas que suplen los fallos del mercado. Y aunque es verdad que cada día las fronteras entre industria y sector servicios son más difusas debido al desarrollo de las tecnologías de la información y de la comunicación, hay que partir del reducido peso de las actividades industriales en la economía española que lastran el crecimiento, con sus letales efectos sobre el comercio exterior.

El gran drama de la economía española en este últimos 15 o 20 años ha sido, de hecho, no haber sabido beneficiarse de la eclosión de las economías emergentes, lo que determina nuestra tasa de paro. Al contrario, aún hoy, el 64,7% de las exportaciones se destinan a la Unión Europea, mientras que apenas el 11% tienen como dirección las regiones más dinámicas del planeta: Asia y Latinoamérica.  Y ni que decir tiene que los servicios (turismo, centros de convención o casinos) no son ‘exportables’.

Sólo hay que comprobar que dos de las tres regiones de España en la que más pesa más el turismo (Canarias y Andalucía) -la otra es Extremadura- son las que registran la tasa de paro más elevada. Mientras que, por el contrario, las más industrializadas (País Vasco o Navarra) tienen una tasa de desempleo muy inferior a la media, y no sólo por razones fiscales. Los bienes comercializables en el exterior, son, por lo tanto, generadores de empleo, como bien ha demostrado esta crisis.

Un país que ha perdido en los últimos años casi 30.000 empresas industriales tiene un problema. Y la solución no pasa, precisamente, por Mr. Adelson. Aunque es probable que con seis millones de parados no haya mucho donde elegir. Y legislar ad hoc, como hace el Gobierno de la Comunidad de Madrid, como certeramente denunció el gran McCoy, no es más que el reconocimiento de un fracaso colectivo. El país no da para más. También como diría McCoy, España vuelve a enfrentarse al peor de los dilemas: honra sin barcos o barcos sin honra. Ese es el problema.