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Filibusteros y patriotas: Rajoy prueba su medicina
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Filibusteros y patriotas: Rajoy prueba su medicina

El sistema político ha generado el monstruo de la ingobernabilidad. Sin duda, porque se ha impuesto el filibusterismo. Es decir, la obstrucción como una forma de hacer política

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, tras la sesión plenaria del Consejo del Atlántico Norte en Varsovia. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, tras la sesión plenaria del Consejo del Atlántico Norte en Varsovia. (EFE)

Un viejo proverbio sostiene que cuando se exagera se pierden los detalles. Y eso puede explicar, mejor que ninguna otra causa, el actual bloqueo político. De tanto exabrupto preelectoral y de tanto discurso incendiario que solo pretende disimular mezquindades, el país se ha vuelto ingobernable. Al menos, por el momento.

Ya se sabe que el máximo incentivo de unas elecciones es ganarlas, por lo que en países poco acostumbrados al pacto, la tendencia natural es abultar las desavenencias antes de cada cita electoral, lo que inevitablemente lleva al filibusterismo político.

El filibusterismo, como se sabe, es una vieja práctica política que consiste en sabotear la actividad parlamentaria mediante un discurso deliberadamente muy largo destinado a bloquear una determinada iniciativa. A Catón el Viejo se le considera el inspirador, pero es en 'Caballero sin espada', la espléndida película de Frank Capra, donde el filibusterismo político se convierte en una de las bellas artes a través del senador Jefferson Smith (James Stewart).

"El filibusterismo es una vieja práctica política que consiste en sabotear la actividad parlamentaria mediante un discurso deliberadamente muy largo"

Smith -un joven idealista- recuerda en un pasaje de su extraordinario alegato final algo que aprendió de la democracia americana: las causas perdidas son las únicas causas por las que merece la pena luchar. Y si él, como senador, se había comprometido ante sus electores a que en unos terrenos públicos se levantarían unos campamentos juveniles y no una presa por intereses urbanísticos, debía luchar por ello hasta la extenuación. Incluso, hasta el desfallecimiento físico.

Se trata, por lo tanto, de un filibusterismo ‘positivo’ frente a las técnicas obstruccionistas que se utilizan en parlamentos escasamente maduros, como es el español, donde priman los intereses de los partidos frente a los de los electores. Algo que puede explicar la intransigencia política, que hace olvidar, en la mayoría de los casos, que en un sistema parlamentario la institución del Gobierno es muy importante, pero también la oposición, a quien no se debe ningunear por el hecho de tener mayoría absoluta.

Esa intransigencia es la que tuvo Rajoy en la oposición en los años más duros de la crisis -curioso que De Guindos vea ahora como positiva la reforma de las pensiones de Zapatero cuando su partido no la apoyó en el Parlamento, como tampoco respaldó los ajustes impuestos por Bruselas-, y la tiene ahora el PSOE cuando se desentiende de la gobernabilidad del país haciéndole un Rajoy a Rajoy. Es decir, dejando que se estrelle el presidente en funciones en las dos primeras votaciones al no alcanzar la mayoría suficiente para la investidura.

Vencedores y vencidos

Esta actitud obstruccionista -que forma parte del ADN del actual sistema político- es probable que tenga que ver con un problema de fondo del modelo parlamentario español. Y que no es otro que la necesidad que tienen los partidos de presentar la acción política como una batalla en la que necesariamente haya vencedores y vencidos.

Este planteamiento pudo ser útil en la salida de la dictadura. O, incluso, lo puede ser en determinadas circunstancias históricas, pero entender que esa es la forma de hacer política en una democracia que se cree consolidada es un auténtico disparate. El hecho de que los parlamentarios sean funcionarios del partido y no se deban a sus electores está, sin duda, detrás de este comportamiento incivil. El ganador se lo lleva todo, que diría ABBA.

Es por eso que Pedro Sánchez comete un tremendo error cuando opta -al menos por el momento- por decir ‘no’ en lugar de poner un precio alto, muy alto, a sus escaños. El PSOE debería comprender que en la medida que la situación política y económica se estabilice, la fuerza de Podemos (su principal adversario político) se irá diluyendo.

"Pedro Sánchez comete un tremendo error cuando opta -al menos por el momento- por decir ‘no’ en lugar de poner un precio alto, muy alto, a sus escaños"

Eso es lo que ha ocurrido, precisamente, el 26-J. El partido de Pablo Iglesias crece en un contexto de movilización popular fruto de determinadas políticas de recortes o de agresiones sociales. Pero sufre cuando la movilización y el estado de excitación de sus electores se disipan, como ha sucedido en los últimos trimestres. Máxime cuando los dirigentes de Podemos ya viven cómodamente instalados en las instituciones, lo que le hace perder tracción y respaldo popular.

El PSOE, por eso, debería comprender que la mejor manera de volver a crecer -a su izquierda y a su derecha- es arrancar importantes concesiones al PP que pueda capitalizar en el futuro. Y que Rajoy, por razones, obvias, no está en condiciones de negar.

Medias verdades

La victoria del PP es más amarga de lo que aparentemente expresaba el triunfante balcón de Génova en la noche electoral. Rajoy, con sus 137 diputados, no está en condiciones de gobernar, y si Ciudadanos y el PSOE hacen una labor de oposición verdaderamente constructiva, proponiendo una agenda radicalmente transformadora del sistema político, es muy probable que el presidente en funciones se vea obligado a tirar la toalla muy al comienzo de la legislatura, lo que abriría las costuras al Partido Popular. En todo caso, lo que está claro es que Rajoy tendrá que consumir su propia medicina y el resto de partidos le obligará a morder el polvo del camino.

Albert Rivera -a quien le persigue el espectro del CDS o UPyD- debería ser el principal interesado en que Rajoy gobierne atado de pies y manos y con escasa maniobrabilidad, lo que le daría margen para ganar autoridad y disfrutar de una presencia política muy superior a lo que representan sus 32 escaños.

Al fin y al cabo, la política es también influencia, y cuando no se tiene -tampoco votos- lo normal es acabar en la irrelevancia. Salvo que Rivera tire de audacia y de una vez por todas diga con claridad lo que piensa. Sin medias verdades o medias mentiras, como se prefiera. Como diría Ignatieff, ningún político es más inteligente que las instituciones y son estas las que deben funcionar sin ser pisoteadas. Tanto en el gobierno como en la oposición.

Del bloqueo político solo se sale con iniciativas políticas. No con planteamientos tan bobos y solemnes como ridículos que conducen al absurdo de estar sin Gobierno durante casi un año. Y un sistema político en el que es más importante trabajar para ganar las próximas elecciones que para servir al país, está completamente enfermo.

Jugar al todo o nada es más propio de los casinos. No es solo insensato, sino que conduce a la frustración política en un contexto muy difícil en el que muchos electores se sienten desengañados con la cosa pública, lo que explica el auge de los populismos. En última instancia, como diría el senador Jefferson Smith, “los principios no desaparecen una vez que han salido a la luz. Están aquí. Lo único que hay que hacer es verlos”. El país lo agradecerá.

Un viejo proverbio sostiene que cuando se exagera se pierden los detalles. Y eso puede explicar, mejor que ninguna otra causa, el actual bloqueo político. De tanto exabrupto preelectoral y de tanto discurso incendiario que solo pretende disimular mezquindades, el país se ha vuelto ingobernable. Al menos, por el momento.

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