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Begoña Villacís

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Una crisis dura, larga y asfixiante, que ha cambiado la fisionomía de un pais alegre e inconsciente, para convertirlo en un país desconfiando

Foto: Otegi en el Parlamento Europeo. (Efe)
Otegi en el Parlamento Europeo. (Efe)

William Kornhauser, el gran sociólogo estadounidense seguidor de Tocqueville y de Ortega, escribió que cuando una sociedad va perdiendo la capacidad de integrar, y a la vez percibe a la autoridad como algo alejado del ciudadano, aparece la violencia como método de protesta, más aun cuando quienes lideran esos movimientos, en lugar de buscar la integración social, encuentran justificación para esa violencia. La causa de fondo estaría en la desaparición de los grupos intermedios que tienen la capacidad de unir a la sociedad.

Él afirmaba que ninguna sociedad democrática, si se dan -o se crean- ciertas condiciones, es inmune a la germinación de movimientos de masas con ideas de fondo totalitario. Solo necesitan, como he dicho, la concurrencia de determindas condiciones ambientales, tan habilmente introducidas como torpemente ignoradas, como si de un cuerpo sin anticuerpos se tratase, vulnerable a todo tipo de infecciones y agresiones externas. Hoy me he querido preguntar si en España pudieran darse o se estuviesen dando, las condiciones ambientales oportunas-

Primera condición, la quiebra social. Claramente. España ya tiene una generación que ha nacido y crecido desconociendo otro estado que el de crisis. Una crisis dura, larga y asfixiante, que ha cambiado la fisionomía de un pais alegre e inconsciente, para convertirlo en un país desconfiando, asustadizo y en desintegración. El resultado, una clase media trabajadora menguada, sin sueños más allá de la semana que viene, el fin de més y lo imprescindible.

España ya tiene una generación que ha crecido desconociendo otro estado que el de crisis. Una crisis dura que ha cambiado la fisionomía de un pais alegre

Segunda. La corrupción, la traición, el verdadero legado envenenado. En plena era del destape -fenómeno que, por cierto,agradecemos más a la libertad de prensa, que a las ansias regeneradoras de partido afectado- el mensaje no ha podido ser más devastador. Mientras se apretaba un agugero más el maltrecho cinturón ajeno, vía impuestos, bajadas de salarios y sanciones, oiga, es que distraían fortunas del erario público, es que se lo llevaban a manos llenas con poco disimulo y todo tipo de facilidades. Es que la única ley que se imponía era la ley del embudo, lo estrecho para el otro lo ancho para uno.

Tercera. Los límites, las normas, que se empiezan a difuminar y a perder nitidez pasando a un segundo plano de qué lado esté uno, de su incumplimiento o de su flagrante incumplimiento.

En esta revuelta vida política española, reconozco que no nos sorprende ya casi ninguna noticia o declaración. El pasado lunes, sin embargo, me sentí extrañada y apenada al leer un tuit en la cuenta oficial de Izquierda Unida en el que se alineaban, de una tacada y sin matices, con Otegi, Alfon y Bódalo a la vez.

Izquierda Unida siempre ha sido un partido regido por las normas y ahora se han visto arrastrados hacia quienes justifican que la vulneración de la Ley

La inmediata reacción de muchos usuarios de la red social hicieron que pronto desapareciera de la red, pero quedó una pregunta en el aire. ¿Por qué esa solidaridad mal entendida con quienes han sido condenados por la Justicia por diversos delitos? Izquierda Unida siempre ha sido un partido -o coalición, tanto da- que se ha regido por las normas, haciendo política dentro de la legalidad vigente, además con una notable coherencia. Y ahora se han visto arrastrados hacia quienes justifican que la vulneración de la Ley si el que lo hace es uno de los míos.

No son los únicos. Llevamos ya un tiempo en que la polarización de la política motiva a muchos a defender lo indefendible. Y eso no tiene justificación. Por supuesto, quienes hacen estas proclamas saben perfectamente que Otegi fue condenado por delitos de terrorismo, que Alfon llevaba una bomba en la mochila y que Bódalo acumulaba varias sentencias por ejercer la violencia. Y pese a tanta evidencia, les sale de forma casi inconsciente una defensa inmediata del correligionario en cuestión. Sin matices.

Se trata de una irresponsabilidad que puede dar rédito político a corto plazo. De algo peligrosísimo que se está ya trasladando a las calles. Un tranquilo domingo de marzo en Madrid se convierte en una batalla campal porque los vecinos de una calle, al ver una intervención policial, se ponen automáticamente del lado contrario. De hecho, la policía lleva años advirtiendo del aumento de las agresiones en cualquier tipo de intervención, y como éstas han pasado de insultos y gritos a violencia física.

Llegado a este punto, una se pregunta quién puede estar interesado en alimentar este clima de confrontación, en la continua fabricación de herramientas de división, sea nuestra historia, el nacionalismo, el terrorismo o la ley, para acabar concluyendo que son caras de la misma moneda, que la confrontación precisa de los polos como los extremos precisa de la confrontación y que ninguno de los dos pueden arraigar, sin la presencia de un caldo de cultivo que hemos indolentemente permitido que cale en esta sociedad.

En España somos mayoría los que queremos vivir en paz, los que queremos hacer respetar nuestras leyes, los que nos sentimos protegidos

Pese a esto añado, en España somos mayoría los que queremos vivir en paz, los que queremos hacer respetar nuestras leyes, los que nos sentimos protegidos y agradecidos a nuestras Fuerzas de Seguridad y los que creemos que la Justicia debe hacerse en los tribunales y no en Twitter o en la calle. Pero tengo la sensación de que el altavoz de esa gran mayoría no tiene la misma potencia que la de quienes intentan sacar rédito político desgastando el Estado de Derecho. Y eso no es sano.

Quienes tenemos responsabilidades públicas no podemos poner matices al cumplimiento de las leyes, no podemos expresar barbaridades como que en España hay presos políticos, no podemos justificar determinadas conductas. Al contrario, tenemos que ser los primeros en respetar la ley y en hacerla cumplir porque sólo así estaremos legitimados para exigir coresponsabilidad social, respeto por las Leyes y restaurar la confianza perdida en los que debieran ser representantes de todos.

William Kornhauser, el gran sociólogo estadounidense seguidor de Tocqueville y de Ortega, escribió que cuando una sociedad va perdiendo la capacidad de integrar, y a la vez percibe a la autoridad como algo alejado del ciudadano, aparece la violencia como método de protesta, más aun cuando quienes lideran esos movimientos, en lugar de buscar la integración social, encuentran justificación para esa violencia. La causa de fondo estaría en la desaparición de los grupos intermedios que tienen la capacidad de unir a la sociedad.