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Los griegos optan por renegociar el rescate y alivian la presión sobre España
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José Antonio Zarzalejos

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Los griegos optan por renegociar el rescate y alivian la presión sobre España

Si el 6 de mayo pasado los griegos votaron llevados por la cólera, ayer lo hicieron inducidos por el temor a que una victoria de la

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Si el 6 de mayo pasado los griegos votaron llevados por la cólera, ayer lo hicieron inducidos por el temor a que una victoria de la izquierdista Syriza y de su carismático líder Alexis Tsipras sumiese al país en el casos económico y social. Así que otorgaron la victoria a la Nueva Democracia de Andonis Samarás que con el Pasok dispondrá de mayoría absoluta en el Parlamento (entre ambos partidos superan los 151 escaños). Pero Tsipras, que ha llevado a su coalición a codearse con ND, será una pieza fundamental del tablero griego: su capacidad para mover la calle requiere que Syriza no sea un convidado de piedra.

Aun así, ayer se consumó para la Unión Europea -y para la eurozona en particular- la menos mala de las hipótesis: que ganasen de manera suficiente los partidos comprometidos con la permanencia de Grecia en la moneda única, de la que el 85% de los griegos son partidarios, si bien reclaman mejores condiciones para remontar la situación actual. La bolsa ateniense marcó máximos anuales la pasada semana apostando por unos resultados como los que se han producido. Un país ingobernable o una contundente victoria de Syriza hubiese desatado una dinámica infernal en los mercados que hoy recibirán -más vale prevenir que curar- una enorme inyección de liquidez desde la Reserva Federal de los Estados Unidos, el Banco de Inglaterra, el Banco de Japón y el Banco Central Europeo.

De cualquier forma, aunque el mapa político de Grecia es mejor que el que arrojaron las elecciones del pasado 6 de mayo, tanto Nueva Democracia como el Pasok se proponen renegociar los términos del segundo rescate (174.000 millones de euros), siguiendo la senda abierta por el Gobierno español que ha logrado dilatar los plazos del ajuste del déficit (el 3% podría quedarse para España como objetivo diferido a 2014) y del presidente de la República Francesa, François Hollande, que ayer obtuvo una resonante mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, abiertamente partidario de flexibilizar el diagnóstico alemán basado en un ajuste fiscal a una velocidad que conduce necesariamente a la recesión de varios países de la eurozona.

Este planteamiento -del que participa además de Rajoy y Hollande, el presidente Obama- debería conducir a una transformación acelerada de la función del BCE, ahora mandatado sólo para vigilar la inflación y actuar en el mercado secundario de deuda soberana de los países de la eurozona. La carta de Rajoy del pasado día 6 de junio a Barroso y Van Rompuy abogaba por este nuevo rol del Banco Central Europeo y el impulso tanto a la unión fiscal como de la bancaria. De ahí que el presidente español pueda presentarse hoy en la reunión del G-20 en Los Cabos (México), no sólo con aliados de mucho peso (Francia y EE UU, especialmente), sino también con un panorama en Grecia que reclama una reflexión de fondo.

El 69% de los alemanes desearían que Grecia abandonase el euro y volviese al dracma, aunque no parece que reparen en el hecho de que tres cuartas partes de los más de 326.000 millones de deuda griega está en posesión de sus entidades financieras. Por otra parte, Grecia pertenece desde 1981 -cinco años antes que España- a las Comunidades Europeas y desde el primer momento, en 2001, a la moneda única, gracias al patrocinio francés, abiertamente prestado por Valery Giscard d´Estaing. Al entonces presidente francés le preocupaba el poderío exportador agrícola y ganadero de España y Portugal y veía en Grecia un cortafuego. Alemania, por su parte, no opuso resistencia alguna a la incorporación griega a la eurozona porque le garantizaba su oposición cerrada a una posible integración de Turquía en la UE. Además, varios países -Francia y Estados Unidos entre otros- vendían a Atenas enormes remesas de armamento. La república balcánica dedicaba a finales de los años noventa del pasado siglo nada menos que el 3% de su PIB a defensa.

Las grandes potencias europeas sabían que Grecia se parecía demasiado a un Estado fallido: corrupción generalizada, evasión de capital y elusión de impuestos como cultura ciudadana, desregulación casi total (Grecia carece de catastro y las administraciones públicas emplean a casi 700.000 personas). Su presente consiste en una recesión profunda que dura ya cinco años y un desempleo de más del 22%. Nicolás Sarkozy sostuvo el pasado mes de octubre que haber admitido a Grecia en la eurozona “fue un error”. Demasiado tarde para la contrición después de que Goldman Sachs asesorase toda la ingeniería financiera al Gobierno griego entre 1999 y 2001 para que el país presentase unas cuentas impecables: un déficit del 2% y todas las variables macroeconómicas controladas. En 2003, las falsedades comenzaron a emerger y Grecia se fue deslizando sin freno por un tobogán que le ha llevado a la actual situación.

España marca distancias

Cualquier parecido con España es pura coincidencia, salvo un paro que en nuestro caso es superior (24%). Pero ningún otro vector de la economía española se asemeja a la griega. Sin embargo, nuestro país ha sufrido –bien que por errores propios, pero también por torpezas de la gobernanza de la eurozona, como ayer declaró el presidente del Banco Mundial- un acoso brutal y sostenido, porque los mercados han situado la prima de riesgo en 545 puntos básicos y el interés del bono a 10 años muy próximo al 7%. A lo que se ha añadido una cascada de rebajas de los ratings de la deuda, de las entidades financieras y, el viernes pasado, al cierre del mercado, de las grandes energéticas españolas, además de comunidades autónomas.

El rescate financiero -mal digerido y peor explicado por el Gobierno-, limitado al 10% de nuestro PIB (un máximo de 100.000 millones), fue recibido con una auténtica fanfarria de desconfianza y chanza en la prensa internacional y, de inmediato, en los mercados. Si las elecciones ayer en Grecia hubiesen entregado el Gobierno a Syriza y en Francia Hollande y el PSF no hubiesen obtenido la mayoría absoluta en la Asamblea Nacional, Rajoy se enfrentaría hoy ante el G-20 a una coyuntura difícilmente manejable.

¿Qué hará Ángela Merkel ante este nuevo escenario? Dependerá de las intenciones que muestren Nueva Democracia y el Pasok en Grecia, la presión de Hollande y de Obama -muy concernido por la recesión europea- y las posturas que el día 22 expresen en Roma el presidente francés, Mario Monti y Mariano Rajoy. De una u otra manera, Alemania ha de mover ficha porque, aun siendo pasajero de primera en este Titanic europeo, puede naufragar por la mutualidad de riesgos y beneficios que se comparten. Y aunque no falten partidarios de amputar a Grecia de la eurozona -sólo, dicen, representa el 2% de su PIB-, es transversal la opinión de que dejar a los griegos a su suerte es tanto como dinamitar la Unión.

En este contexto, España dispone de un margen de maniobra que no tenía ayer, se desembaraza de la presión de los mercados a los que asustaba la incertidumbre griega y ofrece al Gobierno la oportunidad de rehabilitar su -en determinados aspectos- debilitada energía reformista. Por otra parte, Rajoy dispone de una baza de extraordinario valor: maneja una estabilidad parlamentaria que le permite afrontar -aunque sea a coste altísimo- las reformas que España requiere, incluidas las recomendadas por el Fondo Monetario Internacional en su informe del pasado viernes sobre el que el presidente volvió a mostrarse poco hábil y demasiado desdeñoso.

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Si el 6 de mayo pasado los griegos votaron llevados por la cólera, ayer lo hicieron inducidos por el temor a que una victoria de la izquierdista Syriza y de su carismático líder Alexis Tsipras sumiese al país en el casos económico y social. Así que otorgaron la victoria a la Nueva Democracia de Andonis Samarás que con el Pasok dispondrá de mayoría absoluta en el Parlamento (entre ambos partidos superan los 151 escaños). Pero Tsipras, que ha llevado a su coalición a codearse con ND, será una pieza fundamental del tablero griego: su capacidad para mover la calle requiere que Syriza no sea un convidado de piedra.