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Rajoy y su Gobierno juegan al zapaterismo
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy y su Gobierno juegan al zapaterismo

“Los hombres de estado son como los cirujanos: sus errores son mortales” (François Mauriac) El concepto de banalidad política en España se verbaliza como zapaterismo,

“Los hombres de estado son como los cirujanos: sus errores son mortales” (François Mauriac)

El concepto de banalidad política en España se verbaliza como zapaterismo, que consistió en una forma de gobernar inconsistente, contradictoria, excéntrica e imprevisible. Por eso, Zapatero no sólo hundió su propia reputación, sino también la del PSOE que tan suicidamente apoyó la irresponsabilidad de su secretario general y presidente del Gobierno entre 2004 y 2011. El 20 de noviembre pasado el electorado español le proporcionó a Rajoy y al PP una mayoría absoluta (con menos de 11 millones de sufragios) para que diese carpetazo a esa forma de gestionar los asuntos públicos y devolviese la solvencia al ejercicio de la política. Obviamente, los ciudadanos sabían que un gobierno del PP no dispondría de facultades taumatúrgicas para solucionar las fechorías políticas y económicas de la época de Zapatero, pero es seguro que jamás esperaron que tanto Rajoy como su gabinete se comportasen de forma tan parecida, tan próxima, tan peligrosamente irresponsable a la que se trataba de liquidar en los comicios generales. Por desgracia, gravísimos episodios protagonizados por este Ejecutivo, su presidente y su partido nos remiten al zapaterismo que se creyó superado.

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La descarnada y pública guerra política -en la que median intereses seguramente poco confesables- entre los ministros de Hacienda y Administraciones Públicas, Cristóbal Montoro, y el de Industria, Energía y Turismo, José Manuel Soria, a propósito de la reforma energética, no es un episodio “normal” como ha querido hacernos suponer una vicepresidenta del Gobierno superada por los términos del rifirrafe. Por el contrario, se trata de  comportamientos ministeriales intolerables. Intolerable es que Montoro pretenda convertir -venteándolo en un medio extranjero de comunicación- sus competencias hacendísticas en soporte jerárquico -que no tiene- para frenar las medidas que Soria propone. E intolerable resulta que el ministro canario, en vez de responder con un cauto silencio a la provocación de su colega, le responda en unos términos que le vapulean políticamente. Ya estamos al cabo de la calle del error de Mariano Rajoy cuando decidió no nombrar un vicepresidente económico aduciendo razones nada consistentes, pero ¿acaso no debió intervenir inmediatamente y reducir este desencuentro y componerlo ipso facto?, ¿cree que es suficiente mantener las espadas en alto entre ambos ministerios con una levísima declaración de la vicepresidenta? Semejante solución es propia de Rajoy… cuando era presidente del PP en la oposición, pero es impropia de un presidente del Gobierno que tiene la obligación de reaccionar: bien cesando a ambos ministros o imponiendo él una fórmula definitiva para solventar el gravísimo problema del déficit tarifario en el sector eléctrico que está lastrando a las compañías del sector y manteniendo la incertidumbre regulatoria en un asunto de estratégica importancia para la economía española.

Rajoy en esta disputa se comporta conforme a pautas que resultan intercambiables con las de Zapatero, que solía llamarse a andanas cuando sus ministros y ministras perpetraban desafueros con una frecuencia que demostraba una voluntariosa persistencia en el error

Rajoy en esta disputa se comporta conforme a pautas que resultan intercambiables con las de Zapatero, que solía llamarse a andanas cuando sus ministros y ministras perpetraban desafueros con una frecuencia que demostraba una voluntariosa persistencia en el error. Persistencia en la que militan también los ministros de este Gobierno sin que al presidente se le alteren los pulsos. Porque antes de este encontronazo entre Industria y Hacienda, los de Montoro con Luis de Guindos han sido más sordos pero no menos clamorosos. Sin entrar ahora a considerar responsabilidades de unos y de otros, lo cierto es que Rajoy ha dejado un espacio político y gestor -el propio de un vicepresidente económico- que el titular de Hacienda -pata negra en el PP- trata de ocupar manu militari creando en el gabinete un malestar que es ya, además de público, también notorio. Que esta descoordinación, que esta indisciplina, que esta indiscreción, se produzca en el contexto de la aguda crisis por la que atraviesa España, agrava hasta extremos intolerables la inacción del presidente del Gobierno, es decir, su inocuidad, su banalidad, ambas de la misma naturaleza patológica que afectaban al zapaterismo. Es verdad que este Gobierno está orgánicamente mal diseñado. Pero, perpetrado el error, ahondarlo con pasividades contemplativas es realmente suicida.

Más grave aún, al menos desde el punto de vista ético, es el debate descalificador entre un sector del PP -liderado por un Mayor Oreja que tiene un pie dentro del PP y otro fuera de él como pronto se comprobará- y el Ministerio del Interior a propósito de la concesión de tercer grado penitenciario a Uribetxebarria Bolinaga, secuestrador que fue de Ortega Lara, y que, según Fernández Díaz y el secretario general de Instituciones Penitenciarias, Angel Yuste, se encontraría en un estado de salud “terminal”.  El toma y daca entre los unos y los otros en asunto tan sensible y en el que la unidad del criterio en el PP y en el Gobierno resulta tan decisiva, jamás debió consentirse y, en todo caso, cuando comenzó a desatarse la polémica, alguien -¿pero qué hace María Dolores de Cospedal?- debió cortarlo en seco. Si ha errado el ministro del Interior -como parece, a tenor del informe forense de la Audiencia Nacional destapado ayer en exclusiva por este diario y que niega el “estado terminal”  del etarra-, Rajoy debería prescindir de sus servicios por manifiesta torpeza y precipitación. Y si ha actuado con diligencia razonable, asegurándose la certeza de los datos clínicos y la procedencia de la decisión en función de antecedentes similares, Rajoy, a través de la bicéfala secretaria general del PP tendría que haber llamado a capítulo a Mayor Oreja para reconvenirle debidamente. Pero no ha ocurrido -tampoco en este episodio verdaderamente intolerable- ni lo uno, ni lo otro. De forma y manera que, también de la mano de esta polémica sobre asunto delicadísimo, hemos regresado con el PP al peor de los zapaterismos.

Es propio de los políticos indecisos y de aquellos a los que les superan los problemas caer en una especie de perplejidad paralizante. Se refugian en la quietud esperando que deus ex machina les resuelva el problema. Tienden a imaginar, también, que los problemas no albergan la gravedad objetiva que se les atribuye por los medios de comunicación o que la ciudadanía expresa en las encuestas. Suelen resolver los conflictos con expresiones coloquiales que apelan al sentido común y a conceptos pedestres. Se abstienen de ejercer el principio de autoridad porque temen más sus consecuencias que las del problema que resolvería su ejercicio. Imaginan que están puestos en el cargo para cubrir esfuerzos normales y de dimensión accesible, pero no para adoptar decisiones extraordinarias. Carecen de percepción estadista porque no se consideran concernidos por la épica que reclama para la política las situaciones de crisis. Son zapateristas que fustigan a Zapatero pero se terminan comportando como él. Forman, en definitiva, parte del problema y no de la solución. Y Rajoy  encastillado en su introspección personal y en su esoterismo conductual, sigue siendo la viva imagen del hombre que transfiere sus problemas y responsabilidades a la instancia de la eternidad. Eso es zapaterismo, para entendernos. Mientras, en la calle Génova nº 13 de Madrid se escucha el eco hasta de las pisadas. Fuesen todos al Gobierno -o a Toledo- y no hubo nada. O sea, desolador.

“Los hombres de estado son como los cirujanos: sus errores son mortales” (François Mauriac)

Mariano Rajoy