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El tongo ideológico del PSOE (ante el 25-N catalán)
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José Antonio Zarzalejos

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El tongo ideológico del PSOE (ante el 25-N catalán)

 “Voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado y admirable de la España política” (Benito Pérez Galdós. 1919)

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“Voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado y admirable de la España política” (Benito Pérez Galdós. 1919)

El desplome del PSOE en Galicia y en el País Vasco ha desatado la angustia socialista por la percepción de hundimiento electoral de la organización a la que me referí aquí el pasado sábado, agudizada por la seguridad de que el federalismo del PSC es un limbo político que el electorado catalán no va a tener en cuenta el 25-N. Llama la atención la impasibilidad del partido y su dirección ante la crónica de un desastre anunciado y causa extrañeza que por toda reacción su secretario general, Alfredo Pérez Rubalcaba, comparezca –tres días después del 21-O- para reafirmar su liderazgo, sostener que, efectivamente, es necesario elaborar una alternativa al PP, rescatar a López de su fracaso en Euskadi y condenar a Vázquez por el suyo en Galicia. Aunque  el veterano socialista demostró tener redaños: una mayoría le puso y sólo otra mayoría le echará, dijo. Al menos, una cierta  musculatura política, una cierta resolución. Porque el problema no es sólo Rubalcaba, sino también los barones y demás dirigentes que forman un nutrido grupo de perdedores, incluidos aquellos que pasan por no serlo como el inefable José Antonio Griñán en Andalucía, o Carmen Chacón en Cataluña, o el mismo Tomás Gómez en Madrid. Ninguno de ellos puede prescribir la cirugía que el PSOE necesita y que consiste en extirpar de la entraña de la organización un tongo ideológico que, con infiltración general, se ha convertido en una especie de dogma del socialismo español.

Consiste el tongo –en realidad son varios- en el desistimiento del PSOE a intentar ser alternativa a los nacionalistas –sean vascos, catalanes o gallegos- para mejor aliarse con ellos y doblar con ellos el pulso a la derecha democrática española. El socialismo español –organizado de manera artificial al modo federal- ni ha querido, ni luego ha podido, constituirse en una izquierda nacional (no nacionalista), al estilo alemán o francés, porque la evocación de esa naturaleza le acomplejaba y le sigue acomplejando. De tal forma que el voto de los socialistas en los últimos años acababa retribuyendo a las formaciones nacionalistas o a los partidos a su izquierda, renunciando en todo caso a pactar con la derecha. Y cuando lo ha hecho –es el caso de López y el PSE en el País Vasco- su afán ha sido suplantador: ha querido comportarse como lo harían los nacionalistas, ninguneando a sus socios parlamentarios. Antes, la colaboración entre los nacionalistas y el PSE tuvo un largo recorrido desde mediados de los ochenta hasta las postrimerías de los noventa.

López hizo exactamente lo que hubiera hecho un lendakari del PNV: apoyar la legalización de la izquierda radical abertzale, asistir a la denominada conferencia de paz de San Sebastián y reclamar la libertad de Arnaldo Otegui.Quedó claro cuando los dos tripartitos catalanes –que incorporaron a ERC, el republicanismo independentista- pretendieron arrinconar al PP (el pacto del Tinell de 2003) y, en una segunda fase, desplazar a CiU. Y lo intentaron impulsando un Estatuto en el que se localizan algunas de las causas del proceso secesionista que quiere abrirse en Cataluña. Igual ha ocurrido en el País Vasco. donde en vez de avanzar en reformas profundas, López hizo exactamente lo que hubiera hecho un lendakari del PNV: apoyar la legalización de la izquierda radical abertzale, asistir a la denominada conferencia de paz de San Sebastián y reclamar la libertad de Arnaldo Otegui. Y algo peor en un socialista: esgrimir las competencias propias para liberar a la ciudadanía en el País Vasco de los sacrificios que soportaba el resto. En estas condiciones ¿qué sentido tiene votar a los socialistas en Euskadi, Galicia o Cataluña? Y ¿qué esperan?, ¿que con esos comportamientos sus listas reciban entusiastas respaldos en Andalucía, Extremadura, Madrid, Valencia o Castilla y León? Deje el PSOE su obsesión de cordial vecindad con los nacionalismos, especialmente de izquierda, que le depredan (se bastan y se sobran como se ve en Cataluña y en el País Vasco) y reconstruya su identidad sobre sus propios valores no relativizándolos en función de cuotas de poder que se han transformado en una pléyade de cargos; en esas elites extractivas de rentas ya denunciadas y detestadas.

Este freudiano comportamiento –en tanto que nacido del traumatismo que causó el franquismo en la percepción de todo lo español- no sólo implica una rigurosa amnesia de las esencias fundacionales que alentó Pablo Iglesias y cultivaron luego notorios socialistas del primer tercio del siglo pasado (alguno de ellos en la Segunda República) sino también la interiorización en el seno del partido, y la reproducción en él, de las taifas, de los compartimentos estancos, de la lejanía sentimental, táctica y estratégica entre los socialistas de las diversas comunidades autónomas hasta conformar un puzle.

El escritor catalán Félix de Azúa (El País del pasado día 24) lo ha calificado todo esto de “deriva nacionalista” en el PSOE. Y no le falta razón, como también le asiste cuando sostiene, que “una gran mayoría de la población cree que son los partidos socialistas los que arruinan las cuentas del Estado por su desaforado clientelismo”, citando a Andalucía como ejemplo de esa persistente práctica. Azúa advierte que quien “arguya que eso también lo practica el PP está hundiendo la dignidad de la izquierda”. Bien dicho. Vuelve a tener razón Félix de Azúa cuando apunta a que los socialistas azuzan, retranqueados, a los sindicatos y a los movimientos sociales antisistema, sin absorber esa energía que se descontrola, insolidaria e impermeable, ante los males que afectan al país. Y finalmente, se cubre con toda la razón al sostener que la acefalia del PSOE es absoluta y total, y citando a un confidente del partido reconoce que el candidato del PSC en Cataluña, Pere Navarro, “ha logrado convertir a Montilla en un Churchill” (vaya panorama para el 25-N) Y, por fin, hay que convenir con nuestro autor que la etapa de Rodríguez Zapatero fue letal para el partido y persisten sus secuelas.

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“Voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su partido son lo único serio, disciplinado y admirable de la España política” (Benito Pérez Galdós. 1919)