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Rajoy: el problema
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José Antonio Zarzalejos

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Rajoy: el problema

Rajoy ha conseguido presidir una nueva CEDA, una especie de Confederación Española de Derechas Autónomas, que permite el crecimiento de Ciudadanos y quiebra la unidad de acción del partido

Foto:  María Dolores de Cospedal, Mariano Rajoy y Juan Manuel Moreno Bonilla. (Reuters)
María Dolores de Cospedal, Mariano Rajoy y Juan Manuel Moreno Bonilla. (Reuters)

Ha escrito Valentí Puig, un liberal-conservador amante del moderantismo, que “gobernar requiere tener un pensamiento estratégico, una idea de futuro” (El País de 2 de abril), palabras dirigidas, obviamente, a Mariano Rajoy,al que no menciona, aunque sí al Partido Popular, del que dice que “en apariencia” al menos, “carece de un concepto estratégico, de solidez de ideas y todo pende de las resoluciones que se toman en la Moncloa”. Comparto el juicio del mallorquín, como también el de Enric González, que dice en El Mundo del pasado día 4 que a la clientela del PP “no laarredran ni los sobresueldos ni el dinero B, ni la larga lista de meteduras de pata. Lo que le retrae, y puede hacer que Rajoy concluya este año con una jubilación anticipada, es la intensa sensación de que el PP lleva cuatro años gobernando en su contra”.

Y sigo estando de acuerdo con mi buen amigo Ignacio Camacho que este lunesen el diario ABC escribía que el Gobierno “ha maltratado a sus electores acumulándoles perjuicios sin darles atisbo de respiro y sin molestarse en pedirles un margen de confianza. Ese modo de actuar podía haber pasado por arrogante, pero ha acabado creando un juicio peor: el de una displicente falta de sintonía ciudadana. El de un poder desenganchado, ensimismado, falto de sensibilidad, que además cedía a sus adversarios toda la cancha de discusión pública. Ha permitido con su ausencia un ruido crítico que ensordece ya cualquier balance objetivo. Y sobre todo se ha mostrado tan convencido de su razón que no ha interpretado los signos visibles de ruptura que se fraguaban en el cuerpo social. Los ha minimizado con una indiferencia inquietante, apática.”

Con estas citas trato de inferir una conclusión que para mí es cada día más clara: el problema del PP es Mariano Rajoy. O formulado el juicio de otra manera: no hay rectificación posible en el PP y en el Gobierno porque Rajoy carece de versatilidad, empatía, percepción y energía para salir de su introspección personal y política y contactar con otra realidad que no sea la de su entorno. Lo demostró el presidente ayer mismo en su entrevista en RNE. Volvió a deambular por lo que –también este lunes en El MundoRaúl del Pozo denominaba “ese jardín de cifras incomprensibles” que es tanto como quedarse en los aspectos menos políticos y más materiales de su gestión que podrían ser valorados mucho más si se ajustasen a un diseño estratégico, a una idea de futuro, como Puig le reclamaba en la cita transcrita.

Hoy no habrá novedades, sino arengas, en una Junta Directiva Nacional del PP que Rajoy ha tenido el descaro despótico de no convocar desde hace dos años y que reúne porque estatutariamente ha de aprobar coaliciones electorales para las municipales y autonómicas pero no porque desee un debate ideológico de los que le pide –esta vez con razón–unaEsperanza Aguirreque, entre excentricidad y excentricidad, enhebra discursos políticos bastante razonables.

Rajoy es el que permite –y en cierto modo alienta con su quietismo–el enfrentamiento claro y abierto entre la vicepresidenta del Gobierno y su equipo y María Dolores de Cospedal y el suyo. Es el que debió consensuar y no lo hizo al candidato en las elecciones andaluzas. El que debió implementar en Génova un equipo que arropase a la secretaria general en los peores momentos de tempestad (el caso Bárcenas, por ejemplo); el que debió cohesionar a los miembros de su Gabinete sin permitir grupos de ministros, unos en torno a la vicepresidenta y otros en derredor de Ana Pastor; el que debió preocuparse de que la TV y la Radio Pública no se desplomasen; el que debió contener el espectáculo bochornoso de Cataluña; el que, en su bicefalia como presidente del Gobierno y del partido, debió atender a todos sin distinción –Aznar entre ellos–haciendo lo necesario para que los populares no desaparezcan prácticamente de Navarra, País Vasco y Cataluña. Correspondía a Rajoy, en definitiva, liderar, no esperar, no diferir, no procrastinar. Alguien ha escrito que Rajoy es como un estafermo. No lo creo: pienso que se trata de una personalidad idiosincrática irreversiblemente altiva que es la versión exterior de la displicencia a la que se refería Ignacio Camacho.

El Gobierno de Rajoy carece de versatilidad, empatía, percepción y energía para salir de su introspección personal y política

No son ciertas tampoco sus previsibilidades. Al ministro Ruiz-Gallardón en Justicia le encomendó unas políticas y exactamente las contrarias a su sucesor, Rafael Catalá –aborto y ley de tasas, por ejemplo–; y lo mismo hizo con Ana Mato cuando la sustituyó en Sanidad por Alfonso Alonso –atención primaria de nuevo para los inmigrantes y tratamientos con fármacos de última generación para la hepatitis C–en un suma y sigue de incoherencias siendo el mantra al que se abraza como gran mérito de su gestión el no rescate soberano de España cuando todos los economistas serios sabían que nuestra economía –la cuarta de la Eurozona–no era rescatable por su dimensióny hubiese arrastrado a la italiana. Por lo demás, Rajoy sigue leyendo alevosamente los datos del desempleo y de la recuperación, desconociendo que en España cada día hay más pobres con trabajo y una desigualdad galopante, resultados ambas cosas de una salida distócica de la crisis.

Todo esto no tiene que ver con la comunicación, sino con las políticas estatuarias, es decir, con la no políticas: las de no hacer, las de evitar, las de driblar, las de esperar, las de aplazar. Las de wait and see que terminan siendo la de reptar yno elevarse.Un suma y sigue que consiste en sostenerla y no enmendarla: ni un cambio, ni una rectificación, ni una autocrítica. Solo equilibrios en los que él –Rajoy–se alza en el fiel de la balanza. No hay otro poder en el PP y en el Gobierno que él. Si fuese un estadista, valdría. Pero no lo es porque forma parte del problema mucho más que de la solución, como le demostraron sus propios barones cuando el lunes posterior al domingo electoral de las andaluzas le dejaron solo en el Comité Ejecutivo.

Rajoy ha conseguido presidir una nueva CEDA, una especie de Confederación Española de Derechas Autónomas que, además de permitir el crecimiento de Ciudadanos, quiebra la unidad de acción del partido de la derecha democrática más eficaz que España ha tenido en toda su modernidad. Si se loan todos sus méritos, no se deje de mencionar este demérito que es el históricamente más grave de todos cuantos ha contraído. Sigan esperando en su Junta Directiva Nacional los populares, que se reúne hoy, a que el olmo fructifique enperas.

Ha escrito Valentí Puig, un liberal-conservador amante del moderantismo, que “gobernar requiere tener un pensamiento estratégico, una idea de futuro” (El País de 2 de abril), palabras dirigidas, obviamente, a Mariano Rajoy,al que no menciona, aunque sí al Partido Popular, del que dice que “en apariencia” al menos, “carece de un concepto estratégico, de solidez de ideas y todo pende de las resoluciones que se toman en la Moncloa”. Comparto el juicio del mallorquín, como también el de Enric González, que dice en El Mundo del pasado día 4 que a la clientela del PP “no laarredran ni los sobresueldos ni el dinero B, ni la larga lista de meteduras de pata. Lo que le retrae, y puede hacer que Rajoy concluya este año con una jubilación anticipada, es la intensa sensación de que el PP lleva cuatro años gobernando en su contra”.

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