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No es vergüenza, es disidencia
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José Antonio Zarzalejos

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No es vergüenza, es disidencia

El presidente del Gobierno ha llevado hasta extremos patéticos su tendencia a lo que técnicamente se denomina hábito a procrastinar, es decir, a posponer, a postergar la resolución de los problemas

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a su salida de la cumbre trimestral de los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, a su salida de la cumbre trimestral de los jefes de Estado y de Gobierno de la Unión Europea. (EFE)

Steve Jobs, el fallecido fundador de Apple, escribió que “la innovación es lo que distingue a un líder de sus seguidores”. Sobre lo que sea el liderazgo se ha escrito profusamente, pero en tiempos de profundos cambios sociales y económicos, parece evidente que el líder político es el que tiene que ir acomodando la forma de gobernar a los nuevos requerimientos ciudadanos. Ha de ser -como suponía Jobs- un gran innovador. Y Mariano Rajoy es exactamente lo contrario a alguien dispuesto a encararse con la realidad para transformarla y conseguir que su lucidez imponga respeto y 'auctoritas'.

Cambiar es un verbo que el presidente del Gobierno no se permite para sus políticas que se definen exactamente por lo contrario; la perdurabilidad, la permanencia y la espera. Rajoy es un político que contiene las situaciones, que las vadea, que las regatea pero que no las afronta. Las declaraciones desahogadas e incontinentes de Cristóbal Montoro -le asista o no la razón- son las propias de un político consumido por su propia gestión y que debió ser relevado hace tiempo. La dimisión de Arantxa Quiroga de la presidencia del PP vasco es el resultado de la desatención de Rajoy a su partido en los territorios más sensibles -lo mismo le ha ocurrido en Cataluña-, si bien en casi todos reina la provisionalidad y el recelo. Y el artículo de Cayetana Álvarez de Toledo renunciando a seguir en las listas del PP -sea o no una anticipación a su exclusión de ellas- expresa con bastante precisión lo que piensan muchos militantes y votantes populares sobre la gestión de Rajoy en la crisis catalana.

Las declaraciones desahogadas e incontinentes de Montoro son propias de un político consumido por su propia gestión y que debió ser relevado hace tiempo

En el PP, y en el propio Gobierno, no hay, como supone Montoro, una sensación de “vergüenza” por pertenecer a la organización, aunque Bárcenas o Granados -entre otros- den motivos para ello. En el PP y en el Gobierno lo que hay es una abierta disidencia con las políticas de Mariano Rajoy que emerge en este final penoso de la legislatura -la pifia presupuestaria es de las que hacen época- porque el presidente del Gobierno ha llevado hasta extremos patéticos su tendencia a lo que técnicamente se denomina hábito a procrastinar, es decir, a posponer, a postergar la resolución de los problemas. El aplazamiento como solución a corto plazo y la utilización sin la más mínima empatía de la mayoría absoluta cuando se producían situaciones límite, han caracterizado una gestión presidencial tecnocrática y, por lo tanto, especialmente conservadora, en absoluto liberal ni abierta, amalgamada en el trabajo conjunto de colaboradores con un denominador común: amistad y fidelidad a quien les ha nombrado.

Rajoy en el juego de las siete y media -malo es no llegar pero peor es pasarse- ha perdido el equilibrio precario que mantenía y ha diferido demasiado decisiones innovadoras que rescatasen al Gobierno y al partido de su constante desgaste tras cinco citas electorales fallidas para sus propósitos y con un proceso secesionista en Cataluña que adquiere por momentos trazos insurreccionales. El “miércoles negro” fue el día en el que al presidente se le escaparon de las manos dos elementos esenciales para un líder democrático: la discreción colegiada entre los miembros de su Gobierno y la disciplina de los dirigentes de su partido. Estalló, sencillamente, la disidencia.

El diagnóstico más certero -y más crítico- de lo que ocurre en el Gobierno y en el PP no se deduce sólo de los acontecimientos del pasado miércoles, sino también de un texto discreto pero rotundo del diputado Gabriel Elorriaga en el diario 'El País' del pasado día 10. Escribía Elorriaga siguiendo a Hayek que “el conservadurismo cumple una importante misión cuando alivia los errores socialistas, pero resulta insuficiente y escasamente atractivo cuando lo que se necesita es transformar una situación de grave deterioro político, económico o social. La política conservadora, por su propia naturaleza, jamás ofrece alternativas propias, y en eso se distingue de la disposición reformista de los liberales. La posición conservadora siempre va definida por las ambiciones de otros y por eso se muestra incapaz a la hora de ofrecer alternativas propias. El instinto conservador, en esencia, sirve para frenar la velocidad de los cambios, pero jamás ha resultado eficaz para fijar nuevas metas”.

Rajoy ha perdido el equilibrio precario que mantenía y ha diferido decisiones innovadoras que rescatasen al Gobierno y al partido de su constante desgaste

¿Cabe duda de que el diputado Elorriaga se está refiriendo a Rajoy y a su conservadurismo? “Cuando las derechas han sabido integrar de manera sólida y coherente -termina Elorriaga su reflexión- en una única oferta esos rasgos principales (buen producto, organización y estrategia de comunicación), la sociedad les ha otorgado su plena confianza. Cuando los acentos agudizan las diferencias y se percibe división, la izquierda toma el mando”.

La sensación es que la izquierda -es decir: el PSOE- puede llegar a gobernar con Ciudadanos tras el 20-D. Y si ganase el PP las elecciones y no lo hiciese Rajoy con contundencia, Rivera podría pactar con los populares pero, como ya ha ensayado en alguna comunidad autónoma (La Rioja), pondría como condición el pase a la reserva del actual presidente cuya solidez interna está cuarteada por una disidencia hasta ahora latente y desde el miércoles ya visible. El PP no es el “valor seguro”, frase con la que Rajoy quiso zanjar desde Bruselas la crisis de su partido y de su Gobierno.

Steve Jobs, el fallecido fundador de Apple, escribió que “la innovación es lo que distingue a un líder de sus seguidores”. Sobre lo que sea el liderazgo se ha escrito profusamente, pero en tiempos de profundos cambios sociales y económicos, parece evidente que el líder político es el que tiene que ir acomodando la forma de gobernar a los nuevos requerimientos ciudadanos. Ha de ser -como suponía Jobs- un gran innovador. Y Mariano Rajoy es exactamente lo contrario a alguien dispuesto a encararse con la realidad para transformarla y conseguir que su lucidez imponga respeto y 'auctoritas'.

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