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Un presidente en estado de 'shock' y la "papelera de la historia"
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José Antonio Zarzalejos

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Un presidente en estado de 'shock' y la "papelera de la historia"

Visto lo visto en la política catalana, ¿acaso no tenía derecho el nuevo e improvisado presidente de la Generalitat a ofrecer la imagen escasa que ayer dio en su investidura?

Foto: Carles Puigdemont, ayer, poco antes de ser investido 'president' de la Generalitat. (EFE)
Carles Puigdemont, ayer, poco antes de ser investido 'president' de la Generalitat. (EFE)

No tiene precedente que un candidato a ser investido presidente de un Gobierno se disculpe por las omisiones de un discurso mal redactado por falta de tiempo. Ni tampoco que liquide en menos de 20 minutos la réplica a cuatro grupos de la oposición y lo haga sin satisfacer ni una sola de las expectativas expuestas por sus respectivos portavoces. Carles Puigdemont, nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, parecía estar ayer en estado de 'shock' político. La improvisación de su intervención de investidura, verdaderamente pobre y repleta de lagunas, no hizo sino delatar que, de nuevo, la política del secesionismo catalán se va construyendo a golpe de temeridades y ocurrencias. El propio Puigdemont es la última y más clamorosa de ellas, después de que a Artur Mas le tuviese que echar su propio partido, tras constatar que formaba más parte del problema que de la solución.

El dilema era mantener al ya expresidente de la Generalitat y de CDC o enfrentarse al desastre de unas nuevas elecciones. Seguramente, Puigdemont era uno de esos cuadros convergentes que creyeron a pies juntillas las aseveraciones reiteradas de Artur Mas según las cuales la CUP podría provocar unas elecciones pero no nombrar al presidente de la Generalitat. Era lógica la perplejidad del aspirante y hoy titular del Gobierno de Cataluña, porque su predecesor había creado en torno a su persona un clima de irreversibilidad de tal envergadura que solo la revuelta interna en su partido destruyó, siendo él -un líder municipal, de Girona, del ala radical de los convergentes y tercero en la lista por su provincia el pasado 27-S- al que tocase sustituir al bíblico Mas aunque, como quedó también claro en la deslucida sesión de investidura exprés de ayer, lo hará bajo su tutela, su larga sombra y su ambición no contenida. Puigdemont se comportó -era lógico que lo hiciera- como un secundario recitando un discurso inverosímil.

Si la posición de Artur Mas ha sido reversible después de las garantías verbales que se han declamado negando que lo fuera; si el padre del proceso soberanista ha sido apartado; si se han tenido que 'corregir' los resultados electorales con negociaciones con una CUP que consigue su objetivo, pero magullada; si se llegó a decir que la declaración soberanista del 9-N era errónea por aquellos que la votaron; si se afirmó que al proceso le faltaba mayoría social; si, en fin, se ha mantenido contra toda objetividad aritmética la victoria en un plebiscito que perdió el secesionismo, ¿acaso no tenía derecho el nuevo e improvisado presidente de la Generalitat a ofrecer la imagen escasa que ayer dio en su investidura?

Cuando en la réplica -que voló muy raso- Puigdemont agradeció a Anna Gabriel, portavoz de la CUP, su colaboración, el nuevo presidente del Gobierno catalán debía estar recordando las palabras de otro dirigente compañero de la parlamentaria cupera, según el cual habían arrojado a Artur Mas “a la papelera de la historia”. ¿Cómo no iba a estar en 'shock' este filólogo, infatigable cuadro de CDC, debiendo representar una impostura como pocas se han contemplado en la política en España en estas últimas décadas? Puigdemont dio la impresión de saberse el protagonista de un propósito ajeno que consiste en representar un paréntesis de meses entre la investidura y un incierto futuro que casi alcanza la vista.

El acto de ayer en el Parlamento de Cataluña resultó el colofón -políticamente sangriento de una pelea de 105 días- de una batalla sin cuartel en la que los convergentes han perdido a su general y la CUP ha debido hacer una purga y pactar el transfuguismo de dos de sus diputados y asumir el férreo control de Junts Pel Si. Era como para que Puigdemont estuviese chocado emocionalmente y se le notase en sus dos intervenciones. Es probable que esa perplejidad sea la que, en este momento, cunda en las clases dirigentes de Cataluña. Al culebrón le quedan capítulos y, entre otros, la formación del Ejecutivo que al nuevo presidente le viene impuesto por las concesiones despilfarradoras de un Artur Mas que no logró salvarse a sí mismo. Pero que apuró demasiado los plazos y deja una hemeroteca fresca que enfrentará la política ficción de ayer en el Parlamento catalán con la realidad de la propia Cataluña y del conjunto de España. A ningún político, en estas circunstancias, podría pedírsele que se comportase de manera diferente a como -perplejo y en 'shock'- lo hizo el ya muy honorable Carles Puigdemont.

No tiene precedente que un candidato a ser investido presidente de un Gobierno se disculpe por las omisiones de un discurso mal redactado por falta de tiempo. Ni tampoco que liquide en menos de 20 minutos la réplica a cuatro grupos de la oposición y lo haga sin satisfacer ni una sola de las expectativas expuestas por sus respectivos portavoces. Carles Puigdemont, nuevo presidente de la Generalitat de Cataluña, parecía estar ayer en estado de 'shock' político. La improvisación de su intervención de investidura, verdaderamente pobre y repleta de lagunas, no hizo sino delatar que, de nuevo, la política del secesionismo catalán se va construyendo a golpe de temeridades y ocurrencias. El propio Puigdemont es la última y más clamorosa de ellas, después de que a Artur Mas le tuviese que echar su propio partido, tras constatar que formaba más parte del problema que de la solución.

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