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Por algo advertía Tarradellas contra el ridículo en política
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José Antonio Zarzalejos

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Por algo advertía Tarradellas contra el ridículo en política

Según muchos sondeos, los catalanes están tomándole la medida a la escenificación de este independentismo que ha perdido el norte. Menos mal

Foto: Puigdemont y Romeva, durante su viaje a Estados Unidos. (EFE)
Puigdemont y Romeva, durante su viaje a Estados Unidos. (EFE)

Una de las frases más célebres de Josep Tarradellas, presidente que fue de la Generalitat, primero en el exilio y desde 1977, reinstaurada, ya en España, fue la siguiente: “En política 'espot fer tot, menys el ridícul'” ("En política se puede hacer todo, menos el ridículo"). Quizás Tarradellas -buen conocedor de la historia catalana- avisaba entonces de la tendencia histriónica de algunos dirigentes de su país. Desde luego, si pudiese observar la “internacionalización” de la cuestión catalana que está impulsando Carles Puigdemont, se echaría las manos a la cabeza.

Más que ridículo resulta patético que el presidente de la Generalitat haya intentado conseguir una fotografía con el jubilado expresidente de los Estados Unidos Jimmy Carter, financiado el desplazamiento a USA por los contribuyentes y resultando a la postre que el exmandatario no desea “involucrase en la cuestión” que le planteó el dirigente independentista. El presidente de la Generalitat ya demostró su falta de cálculo y su escasa hechura política al comparar en Harvard -ante un auditorio de 90 personas- la Constitución española con la de Turquía y argumentar que el Estado no cumplía con la Carta Europea de los Derechos Humanos. Ahora, este gesto frívolo le perfila en su inconsistencia política. Porque el pasado miércoles la embajada norteamericana en Madrid lanzaba un comunicado que dejaba KO a Puigdemont: considera la legación norteamericana que la cuestión catalana es “interna” de nuestra política, apoya una España “fuerte y unida” y apuesta por mantener la colaboración bilateral entre ambos Estados.

Foto: El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, habla con el vicepresidente, Oriol Junqueras. (EFE)

No deja de resultar también sarcástico que el responsable del gobierno catalán esté logrando algún eco, desde luego mínimo, entre políticos norteamericanos y británicos ultraconservadores, no precisamente compatibles ni con el proclamado e ilocalizable liberalismo de su partido ni, mucho menos, con el extremismo radical y anticapitalista de su socio parlamentario, la CUP, una organización que resulta a los congresistas del Capitolio una “rara avis” en el mundo occidental. Al parecer en la Generalitat se sienten compensados por el grotesco artículo de Normam Tebbit, exministro de Empleo con Margaret Thatcher, publicado en el 'Telegraph', en el que sugiere a su primera ministra que lleve a los líderes soberanistas a la ONU y les avale porque los catalanes “son distintos a los españoles”. Tebbit está en línea con las tesis de otro político del pleistoceno británico, Michael Howard, que sugiere que el Gobierno de su país trate el asunto de Gibraltar como Thatcher el de las Malvinas: a cañonazos.

Los ultras británicos complacientes con el independentismo catalán son -aunque cueste creerlo- algo más presentables que los republicanos estadounidenses que se amigan con Puigdemont y a los que su Gobierno ha dejado colgados de la brocha. Dana Rohrabacher -el hombre de Putin en Washington- es un buen compañero de viaje del presidente catalán y, al mismo tiempo, un ultraconservador, comisionista y sospechoso de xenofobia que reclama la autodeterminación de Beluchistán. El republicano y otros cuatro congresistas más, forman el lobby pro independentista con el que se relacionan Romeva y Puigdemont que no hacen ascos ni a la extrema derecha flamenca ni a la de la Liga Norte italiana. Rohrabacher y su compañero de fatigas dieron el campanazo tras un trasnoche que no les permitió acudir la pasada semana a las citas en Madrid con responsables del Gobierno español. El ministro Dastis, previamente, declinó con buen criterio recibirles. Vaya tipos.

placeholder El presidente catalán, Carles Puigdemont, con los congresistas estadounidenses Dana Rohrabacher y Brian Higgins. (EFE)
El presidente catalán, Carles Puigdemont, con los congresistas estadounidenses Dana Rohrabacher y Brian Higgins. (EFE)

Todo esto es un despropósito, una huida hacia delante, un histrionismo que hará un enorme mal a Cataluña cuando se observe retrospectivamente. En la historia del Principado un episodio explica cómo la 'rauxa' puede hacer perder la sensatez. En 1641 el responsable de la Generalitat, Pau Clarís, entregó Cataluña al protectorado de la corona francesa que trató a los catalanes despóticamente hasta llegar a preferir en 1652 regresar al yugo más llevadero del español Felipe IV. Aquella fue una derrota como la de 1714 y ambas se celebran. La de 1640 con el himno y la de 1714 con la Diada.

Apelemos a las enseñanzas de referentes para reclamar a sus dirigentes actuales que dejen de incurrir en el patetismo de las amistades peligrosas

Tarradellas advirtió del ridículo en política. Apelemos a las enseñanzas de los hombres y mujeres referentes de la historia de Cataluña para reclamar a sus dirigentes actuales que dejen de incurrir en el patetismo de buscarse amistades peligrosas en el infierno ideológico de los peores extremismos europeo y norteamericano y, pese a sus desvelos, no lograrlo de las instituciones de ambos lados del Atlántico. No deben cesar solo por dignidad. También para no volver locos a los ciudadanos catalanes que no saben cómo se interpreta esa red internacional de pretendidas amistades con el pacto con la CUP. ¡Qué desquiciamiento! ¡Qué ridículo!

Según muchos sondeos, los catalanes están tomándole la medida a la escenificación de este independentismo que ha perdido el norte. Menos mal. Y más lo harán ante la disparatada propuesta que fabulan algunos independentistas: que sean desempleados los que “den la cara” en las mesas del eventual y cada día más improbable referéndum. Se puede perder la razón y hasta hacer el ridículo. Pero, cuidado, cuando la vergüenza se extravía es difícil reencontrarla. La reputación del 'procés' está, definitivamente, por los suelos.

Una de las frases más célebres de Josep Tarradellas, presidente que fue de la Generalitat, primero en el exilio y desde 1977, reinstaurada, ya en España, fue la siguiente: “En política 'espot fer tot, menys el ridícul'” ("En política se puede hacer todo, menos el ridículo"). Quizás Tarradellas -buen conocedor de la historia catalana- avisaba entonces de la tendencia histriónica de algunos dirigentes de su país. Desde luego, si pudiese observar la “internacionalización” de la cuestión catalana que está impulsando Carles Puigdemont, se echaría las manos a la cabeza.

Carles Puigdemont