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Atleta somalí muerta. Stop. Nosotros. Stop
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Atleta somalí muerta. Stop. Nosotros. Stop

Parece que hay alguna gente sobrecogida con la historia de la atleta somalí Samia Yusuf Omar, abanderada de su país en los Juegos Olímpicos de Pekín. Ha

Parece que hay alguna gente sobrecogida con la historia de la atleta somalí Samia Yusuf Omar, abanderada de su país en los Juegos Olímpicos de Pekín. Ha perecido intentando llegar a Italia en una patera. Allí abajo, en la inmensa fosa común del fondo mediterráneo, yacerán sus restos, como sobras de un festín, junto con las de otros miles de africanos desconocidos. A mucha gente le ha conmovido porque acabamos de vibrar con otros Juegos Olímpicos y nos ha cautivado una vez más su narrativa de esfuerzo y lucha, su brillo estelar y su glamour. De pronto, en el mismo contexto, se ha cruzado una atleta que subió de noche a una patera y desapareció. La gloria y la muerte, tan cercanas.

A buen seguro, algunos miembros del Gobierno se habrán estremecido también al conocer la muerte de Samia. Los ministros no son seres de otro mundo, al fin y al cabo. Sin embargo, se muestran convencidos de que si la atleta somalí hubiera logrado la proeza de llegar con vida a España, lejos de recoger una medalla, no hubiera merecido siquiera recibir atención en los servicios públicos de Salud.

Si nadie se resiste ahora -como están haciendo los médicos-, se consumará lo que no es una reforma, ni una política de austeridad, sino un cambio conceptual brutal para conducirnos a otro modelo de sociedad

Así son los tiempos: los informativos sirven puntualmente una historia desgarradora, entretenida, con el componente de tragedia necesario para arrancar al público una lágrima compasiva y que así nadie deje de sentirse buena persona. La siguiente noticia -o tal vez la anterior- informa de las políticas oficiales, que destruyen el concepto de sanidad universal para excluir a los supervivientes de las pateras. No hay conexión aparente entre los hechos. Todo ocurre en un mundo gaseoso e incierto, donde el único mensaje seguro del poder es: cada cual debe salvarse. El espectador-votante contempla las noticias, convencido de que en nada le afecta esta reforma sanitaria, puesto que no es inmigrante irregular. Por eso, aprueba la medida con entera serenidad. Pero nada sucede de forma aislada: somos seres sociales y vivimos en sociedad. Parece mentira que haya que insistir en algo tan obvio.

La regresión al pasado es evidente. La historia se frustra al ver que no consigue enseñarnos nada. La repetimos o volvemos a fórmulas cuyo fracaso quedó demostrado. En España existió un Ministerio de Sanidad como tal por primera vez en el año 1936. Hasta entonces era un departamento del Ministerio del Interior. “¿Y por qué de Interior?”, podríamos preguntar desde nuestra perspectiva actual. Sencillo, porque muchas enfermedades -especialmente las que degeneran en epidemias- pueden convertirse en un problema de orden público. Por esa misma razón, en EEUU se sometía a cuarentena en Ellis Island a los pasajeros que llegaban por cientos en barcos procedentes de Europa hace poco menos de 100 años. El Estado no gastaba dinero en prevenir la enfermedad, sino el problema de orden público.

Esa vieja idea está de regreso. Se halla en camino: si llega un inmigrante tuberculoso a un hospital y no lo atienden, pondrá en peligro a la población. Y cuando los medios difundan esa amenaza, habrá llegado el momento de aprobar medidas de excepción para confinamientos masivos de inmigrantes. Y entonces la sociedad lo consentiría, temerosa de una epidemia de la que nadie estaría a salvo. Si nadie se resiste ahora -como están haciendo los médicos-, se consumará lo que no es una reforma, ni una política de austeridad, sino un cambio conceptual brutal para conducirnos a otro modelo de sociedad. Nos lanzan a la pendiente de la deshumanización. Se nos aboca al miedo y al afán de supervivencia. Samia debió de sentir algo muy parecido la noche que subió a la patera.

Parece que hay alguna gente sobrecogida con la historia de la atleta somalí Samia Yusuf Omar, abanderada de su país en los Juegos Olímpicos de Pekín. Ha perecido intentando llegar a Italia en una patera. Allí abajo, en la inmensa fosa común del fondo mediterráneo, yacerán sus restos, como sobras de un festín, junto con las de otros miles de africanos desconocidos. A mucha gente le ha conmovido porque acabamos de vibrar con otros Juegos Olímpicos y nos ha cautivado una vez más su narrativa de esfuerzo y lucha, su brillo estelar y su glamour. De pronto, en el mismo contexto, se ha cruzado una atleta que subió de noche a una patera y desapareció. La gloria y la muerte, tan cercanas.