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El zulo Bankia
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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El zulo Bankia

La fase de instrucción del caso Bankia transcurre en un zulo. Se trata de una sala ubicada en los sótanos de la Audiencia Nacional, cuyas dimensiones

La fase de instrucción del caso Bankia transcurre en un zulo. Se trata de una sala ubicada en los sótanos de la Audiencia Nacional, cuyas dimensiones no sobrepasan los 30 metros cuadrados. En ella se amontonan cada día en torno a 40 personas, sentados en sillas que no distan más de diez centímetros unas de otras. Sólo el juez dispone de mesa, los demás anotan lo que pueden sobre sus rodillas, cuidándose de no meter el codo en el ojo al de al lado. Desde que hace unas semanas comenzaron los interrogatorios, imputados, abogados y demás personal se agolpan cada mañana ante las puertas del zulo con antelación. Cada día se juega también a las sillas y los últimos se quedan de pie. Uno de los asistentes, con presunto dolor de pies, pidió el otro día permiso para ocupar una silla que había tras el juez. El hecho es excepcional, pues nadie debe situarse detrás de quien preside la sala: “¿Le importa a su señoría que me siente ahí?”. “Sí, me importa”, contestó él. Y siguió de pie.

El Poder Judicial no parece sentirse concernido. Después de su glorioso desdén hacia el drama de los desahucios, deben de andar muy ocupados tramando una campaña de imagen. Una de esas cosas que usted y yo pagamos gustosos para formarnos una mejor opinión de quienes nos hunden

La precariedad de medios con que se celebra el llamado Nüremberg financiero español acrecienta la figura del juez Andreu, que desde el zulo trata de sacar a la luz a diario la podredumbre político-financiera del régimen: la corrupción, el clientelismo, el amiguismo, el despotismo, la falsificación, el fraude, el saqueo, el engaño, la estafa. Cada una de esas abstracciones cobra cuerpo estos días en personajes dignos de Berlanga. Por allí pasa una campechana ama de casa que asegura no entender más que de lentejas, aunque cobraba como consejera. Por allí desfilan unos sindicalistas que se embolsaban 300.000€ anuales a pesar de que, cuando se les ha preguntado sobre su papel en los consejos de administración, han sabido poco más que balbucir. Allí declaran también los cargos designados a dedo por el duopolio: gobierno y oposición, oposición y gobierno, unidos en el trance. Cuando se les acorrala con preguntas respecto a tal informe del auditor o a cierta reunión del Consejo de Bankia, contestan con frases pintorescas como: “Eso me gustaría saber a mí”. Todos cobraban sumas millonarias, pero nadie sabía nada. El mérito predominante era el de no hacer preguntas: ni sobre balances incomprensibles ni sobre la generosa retribución a su lealtad. De todo el intrincado vocabulario financiero sólo estaban obligados a conocer una palabra: omertà.

En España, la realidad no imita a la ficción: la desborda. Si un escritor costumbrista se animara a narrar este Nüremberg financiero, los lectores del futuro le tomarían por un mal fabulador. Resultaría sencillamente inverosímil, por más que tuviera documentados los jugosos interrogatorios que desnudan la catadura de los imputados. Por suerte, el sistema judicial aleja la tentación de novelar: en fase de instrucción las sesiones no son públicas. Y en cualquier caso, las estrecheces de la sala han obligado al juez a permitir el acceso tan solo a un abogado por cada parte.

Hasta el momento, ha quedado probado el desmoronamiento institucional de España, con el propio proceso y las condiciones tercermundistas en que se celebra. Para los juicios de faltas donde se ventilan refriegas vecinales se prevé al menos que la gente pueda sentarse. El Poder Judicial no parece sentirse concernido. Después de su glorioso desdén hacia el drama de los desahucios, deben de andar muy ocupados tramando una campaña de imagen. Una de esas cosas que usted y yo pagamos gustosos para formarnos una mejor opinión de quienes nos hunden.

La fase de instrucción del caso Bankia transcurre en un zulo. Se trata de una sala ubicada en los sótanos de la Audiencia Nacional, cuyas dimensiones no sobrepasan los 30 metros cuadrados. En ella se amontonan cada día en torno a 40 personas, sentados en sillas que no distan más de diez centímetros unas de otras. Sólo el juez dispone de mesa, los demás anotan lo que pueden sobre sus rodillas, cuidándose de no meter el codo en el ojo al de al lado. Desde que hace unas semanas comenzaron los interrogatorios, imputados, abogados y demás personal se agolpan cada mañana ante las puertas del zulo con antelación. Cada día se juega también a las sillas y los últimos se quedan de pie. Uno de los asistentes, con presunto dolor de pies, pidió el otro día permiso para ocupar una silla que había tras el juez. El hecho es excepcional, pues nadie debe situarse detrás de quien preside la sala: “¿Le importa a su señoría que me siente ahí?”. “Sí, me importa”, contestó él. Y siguió de pie.