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Un país presunto
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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Un país presunto

El problema de España es de sintaxis: se ha puesto imposible construir una frase sin la palabra “presunto”. Y lo mismo ocurre al leer los periódicos.

El problema de España es de sintaxis: se ha puesto imposible construir una frase sin la palabra “presunto”. Y lo mismo ocurre al leer los periódicos. Si las noticias aluden a la Monarquía, el “presunto” es el yerno -a veces el Rey- mientras “amiga” ha recuperado aquel significado hipócrita de los años 60: el retroceso semántico como síntoma del deterioro general.

Si se trata de política nacional, el adverbio “presuntamente” antecede a “cobró”, a “financiación ilegal”, a “sobres”, y últimamente también a escritoras, rematando la estafa dineraria con la intelectual. Por no hablar de la política autonómica, donde parece que los presuntos reyezuelos se especializan en apoderarse del dinero relacionado con los parados. La degeneración política sobrepasa con mucho el asunto de la corrupción: los presuntos partidos políticos -instrumentos de participación ciudadana- se han convertido en barcas a la deriva cuya tripulación sólo piensa en sobrevivir para seguir instalados cuando pase el temporal. Presuntamente el duopolio PP-PSOE hace política, pero ya se sabe que cuando la historia se pone en marcha, quienes tienen la hegemonía dedican sus esfuerzos a cambiar las reglas de modo que les permitan conservarla.

Y a todo esto, ¿qué dice el presidente del Gobierno? ¿Qué explica a los ciudadanos respecto a las irregularidades en el PP? ¿Cómo va a enfrentarse al soberanismo catalán? ¿Es Rajoy sólo un presunto presidente del Gobierno?Como ocurre en todo fin de régimen que se precie, ningún estamento queda fuera de la espiral de decadencia: presuntamente el sector financiero da créditos, aunque ahora les hemos empezado a pagar uno muy abultado entre todos los contribuyentes. Presuntamente, los medios dan noticias, aunque su labor se concentra en seguir forrando el riñón de sus directivos mientras despiden en masa a los periodistas encargados de conseguir las noticias. El hasta hace poco jefe de la patronal, por cierto, es también presunto, a la espera de destino. Otro presunto, Rodrigo Rato, ha sido más rápido en tomar posesión de su plaza en Telefónica, lo cual sólo demuestra que sigue teniendo muchos amigos. Y así podríamos seguir con la enumeración hasta el infinito: discúlpenme aquellos a quienes me olvido de citar.

Esa palabra, 'presunto', que puebla nuestras conversaciones, da la medida del estado en que vivimos, pues se presume lo que no se sabe con certeza. No es ya desconfianza, sino una sospecha generalizada hacia el poder la que tiñe la vida pública. El Gobierno hace una reforma laboral que presuntamente va a crear empleo, pero lo destruye. El Parlamento de Cataluña proclama su presunta soberanía, aunque todo el mundo sabe que carece de ella. Los presuntos defraudadores acaban de ser admitidos en el reino de los probos ciudadanos a un módico precio. Y por si faltara alguna impostura, un presunto miembro de ETA se hace senador del Reino de España.   

¿Ustedes se imaginan yendo a la frutería a comprar y que los carteles anunciaran: “presuntas mandarinas”? Resultaría inaudito vivir con ese grado de incertidumbre, ¿verdad? Pues así es la mercancía que vende hoy el establishment: putrefacta, corrupta, hedionda, pero por encima de todo, falsa. Nos la coloca sin dejar de sonreír, como el buen comerciante, mientras al público se le acaba la paciencia.

Y a todo esto, ¿qué dice el presidente del Gobierno? ¿Qué explica a los ciudadanos -no a sus alcaldes- respecto a las irregularidades en su partido? ¿Qué opina del paro? ¿Se conforma con no haber alcanzado los seis millones? ¿Qué piensa hacer? ¿Qué rumbo quiere dar al país? ¿Cómo va a enfrentarse al soberanismo catalán? ¿Cómo mirará al senador Goioaga cuando comparezca en el Senado? ¿Está satisfecho de su amnistía fiscal? ¿Es usted mismo también, señor Rajoy, sólo un presunto presidente del Gobierno?

El problema de España es de sintaxis: se ha puesto imposible construir una frase sin la palabra “presunto”. Y lo mismo ocurre al leer los periódicos. Si las noticias aluden a la Monarquía, el “presunto” es el yerno -a veces el Rey- mientras “amiga” ha recuperado aquel significado hipócrita de los años 60: el retroceso semántico como síntoma del deterioro general.