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El cónclave en la sociedad de la información
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Irene Lozano

Palabras en el Quicio

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El cónclave en la sociedad de la información

“Habemus sorpresam”, proclamaron los periodistas cuando conocieron la identidad del nuevo Papa. ‘Sorpresa’ es el nombre que la prensa suele dar a su ignorancia: el de

“Habemus sorpresam”, proclamaron los periodistas cuando conocieron la identidad del nuevo Papa. ‘Sorpresa’ es el nombre que la prensa suele dar a su ignorancia: el de Bergoglio no figuraba en sus vaticinios y apenas resulta sorprendente. La opacidad con que se celebran los cónclaves impide que circule la información. No hay transparencia en el procedimiento -ni se pretende- y muy pocos tienen fuentes entre los cardenales, que además votan uno a uno, como Dios les da a entender -literalmente-. Ni siquiera es posible simplificar el pronóstico de acuerdo a previsiones de tipo partidista. Estaba publicada la información del anterior cónclave, según la cual Bergoglio fue el más directo competidor de Ratzinger, pero los vaticanólogos no la tuvieron a mano.

En fin, el cónclave es individual y dinámico, y aunque 115 almas no sean demasiadas para echarle un tiento al asunto, comprendemos los impedimentos para informar de su desarrollo. Resulta más difícil entender que la prensa no haya reconocido sus limitaciones, ni siquiera al constatarse su fracaso en los pronósticos. Y escapa a toda lógica que con la raquítica información real se hayan llenado decenas de páginas de periódicos, cientos de minutos de radio y televisión.

Prosiguen las especulaciones periodísticas como si no hubieran fallado estrepitosamente el día antes. Bienvenidos a la sociedad de la informaciónEl bocado era demasiado sabroso, algo así como un reality auto-organizado, sin la mediación de una de esas mentes calenturientas que idean los más sofisticados encierros para sus concursantes. En este caso, eran más de cien y el nominado, en lugar de abandonar, se queda. Todo ello acompañado del suspense de las sucesivas votaciones, un escenario monumental, atrezzo y vestuario exclusivos, y unos rituales tan aptos para el mundo audiovisual que parece mentira que se inventaran antes de la televisión.

Todo ello no habría resultado suficiente si la elección no tuviera trascendencia religiosa y política: para los católicos, se trata del nuevo jefe de su Iglesia. Para los demás, será un hombre con influencia social. Para el resto del mundo, es un jefe de Estado singular. Las noticias que hoy triunfan son de este tipo, aquellas que, en sí mismas, trituran la vieja línea divisoria entre las llamadas hard news y soft news. En su eclecticismo, contienen un tercio de morbo, otro de espectáculo y una tercera parte de interés político. Pueden abordarse por igual en un magazine matinal o en un sesudo debate intelectual. Son, en suma, una excelente mercancía porque su público objetivo es infinito: desde el seguidor de realities hasta el doctor en Teología, todos estamos convocados ante el televisor.

Concluido el acontecimiento, la prensa aventura cómo será el nuevo Papa. No hay programa, no hay promesas, apenas un par de frases explícitas. Escasea de nuevo la información, porque la Iglesia se expresa de forma simbólica, como la Monarquía. Ha elegido el nombre de Francisco y sobre ese exiguo dato vuelven a correr ríos de tinta. El pontífice no hace anuncios -no es su estilo-, pero la prensa pontifica respecto a todas las reformas que abordará en su papado. La rueda de la información continua no se detiene nunca. Prosiguen las especulaciones periodísticas como si no hubieran fallado estrepitosamente el día anterior. Bienvenidos a la sociedad de la información.

“Habemus sorpresam”, proclamaron los periodistas cuando conocieron la identidad del nuevo Papa. ‘Sorpresa’ es el nombre que la prensa suele dar a su ignorancia: el de Bergoglio no figuraba en sus vaticinios y apenas resulta sorprendente. La opacidad con que se celebran los cónclaves impide que circule la información. No hay transparencia en el procedimiento -ni se pretende- y muy pocos tienen fuentes entre los cardenales, que además votan uno a uno, como Dios les da a entender -literalmente-. Ni siquiera es posible simplificar el pronóstico de acuerdo a previsiones de tipo partidista. Estaba publicada la información del anterior cónclave, según la cual Bergoglio fue el más directo competidor de Ratzinger, pero los vaticanólogos no la tuvieron a mano.