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Esperanza Aguirre y los hombres de Paco
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Juan Carlos Escudier

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Esperanza Aguirre y los hombres de Paco

Con absoluto desprecio a su epidermis, Esperanza Aguirre se ha decidido a poner la mano en el fuego por sus consejeros en esta especie de Watergate

Con absoluto desprecio a su epidermis, Esperanza Aguirre se ha decidido a poner la mano en el fuego por sus consejeros en esta especie de Watergate castizo que la tiene descompuesta. El gesto quiere significar que `los hombres de la presidenta´ son de su absoluta confianza, unos alter ego que no tienen vida propia ni al salir de clase, porque actúan todo el tiempo en su nombre y en coordinación perfecta con la Puerta del Sol, donde habita la mayor gloria del liberalismo hispano.

 

En realidad y porque ella así lo ha impuesto, el Gobierno de Madrid se reduce a doña Esperanza, y sólo hay que observar el autoritarismo con el que se maneja entre sus peones para entender que el poder en la Comunidad es tan piramidal como las estafas de Madoff. Sirva el siguiente ejemplo: comida con periodistas en la sede regional; los comensales esperan pacientes al vicepresidente Ignacio González hasta que Aguirre propone empezar sin él; terminando el primer plato, llega azorado González y comienza a dar toda suerte de explicaciones sobre su retraso; “come y calla” le espeta la presidenta; González se refugia en el silencio y en los entremeses.

El esquema tiene sus ventajas en situaciones normales –viste mucho lo de ser una diosa local con pretensiones-, pero son inevitables las salpicaduras antes cualquier charco y, si, como es el caso, lo que uno tiene delante no es un charco sino el mismísimo océano Atlántico la muerte política por inmersión es algo más que una posibilidad. En definitiva, si se demuestra –como parece ser el caso- que varios ‘torrentes’ a sueldo de la Comunidad espiaron a alguno de sus altos cargos, la responsabilidad tendrá que recaer en Aguirre, a la que cabe suponer enterada y conforme con esas actividades.

Ahora bien, la trama desvelada parcialmente por el diario El País ha dejado abiertos algunos interrogantes sobre los que conviene detenerse. ¿Los espías de tebeo que se limitan a anotar a qué hora entran al despacho el vicealcalde Cobo y el hoy ex consejero Prada son los mismos que graban con cámara oculta al vicepresidente González en Colombia y que tan profesionalmente documentan el viaje privado que hizo con su señora a Sudáfrica?

El ex diario independiente de la mañana respondía parcialmente a esta pregunta en su editorial del pasado viernes. “Al tratar de verificar si los seguimientos al vicepresidente regional, Ignacio González, en dos viajes al extranjero, de los que había pruebas gráficas y documentales, guardaban relación con ese equipo de Marcos Peña [jefe del departamento de asesores de seguridad desde junio de 2008], El País dio con datos sobre espionaje por parte de personal adscrito a la consejería (pero con anterioridad a la contratación de Peña) de otras personalidades del PP como el vicealcalde de Madrid, Manuel Cobo, y el ex consejero regional Alfredo Prada”.

Ello parece indicar que el periódico tuvo acceso a  un primer dossier sobre González y, posteriormente, se topó presuntamente con los “hombres de Paco”, dicho sea esto en referencia al consejero de Interior madrileño, Francisco Granados. De lo que también podría deducirse que estamos ante espías distintos, a sueldo de señores diversos y con objetivos diferentes. Por las fechas de los seguimientos a Cobo y Prada (abril de 2008), éstos podrían explicarse como un vomitivo episodio de las guerras internas en el PP ante el congreso en el que Rajoy salió reelegido para disgusto de Esperanza Aguirre, mientras que el espionaje a González (agosto de 208) tendría como referente más inmediato la pelea por el presidencia de Cajamadrid, cargo para el que Aguirre había propuesto a su mano derecha.

Es curiosa la proliferación de dosieres en épocas en las que se ha puesto en duda la continuidad de Blesa al frente de Cajamadrid. Hace algunos años, cuando todo parecía indicar que Simancas gobernaría Madrid, un servidor de ustedes publicó en El Confidencial que el equipo económico de los socialistas planeaba forzar el relevo de Blesa y colocar en su lugar a Ramón Espinar, ex presidente de la Asamblea y entonces vicepresidente de la entidad. Dos días después, llegaba a la redacción de este diario un sobre sin remitente con un amplio informe sobre Espinar que ponía su santidad en entredicho. Tamayo y Sáez se encargaron poco después de dejar sin sentido la disputa por la presidencia.

Dando por buena la existencia de una red de informadores a sueldo de la consejería de Interior, tiene sentido una supuesta vigilancia al lugarteniente de Gallardón y al consejero que iba a pasarse a las filas de Rajoy, pero no el seguimiento de González, al que aparentemente se le quiso pillar en un renuncio, ya fuera en horizontal o a la altura de su billetera. A la acusación de que un empresario pagó los billetes a Sudáfrica de González y su santa, el vicepresidente ha respondido afirmando que fue él quien, de su bolsillo y en metálico, abonó los 8.000 euros de la excursión. La cartera de este hombre ha de ser amplia, por fuerza.

Se ignora, por el momento, otros detalles sobre el espionaje a González, aunque si lo que se pretendía era cortar sus aspiraciones a presidir Cajamadrid puede decirse que el objetivo se ha cumplido. Según se ha sabido, tras la destitución del aguirrista Pablo Abejas de la Comisión de Control de la entidad, la presidenta ha optado por plegar velas y buscar el acuerdo, más si cabe cuando el propio Aznar ha intercedido por su amigo, tal y como ha relatado ese fénix de los ingenios periodísticos apellidado Ramírez.

Evidentemente, la caída al barro de Esperanza ha sido aprovechada por Gallardón, que ha recordado que ni siquiera las actividades reconocidas como propias por su empleado Marcos Peña (hacer informes para Granados sobre tramas de corrupción en municipios gobernados por alcaldes socialistas) son competencia de la Comunidad Autónoma, lo que implicaría un uso irregular de fondos públicos.

¿Y Rajoy? Pues parece que se ha sumado a la fiesta, aunque de la investigación interna que ha ordenado abrir no se espera nada, y menos cuando el gallego se la juega en las tres próximas citas electorales. Ha dicho Granados, un hombre cuyo cuerpo ha perdido contacto con sus camisas, que estamos ante una conspiración contra su jefa. Ha dicho la jefa que quien mantenga que la Comunidad de Madrid tiene una red de espías se las verá con ella en los tribunales. ¿Por qué no empieza entonces por querellarse contra El País? De este fregado Aguirre no podrá huir ni con calcetines prestados.

Con absoluto desprecio a su epidermis, Esperanza Aguirre se ha decidido a poner la mano en el fuego por sus consejeros en esta especie de Watergate castizo que la tiene descompuesta. El gesto quiere significar que `los hombres de la presidenta´ son de su absoluta confianza, unos alter ego que no tienen vida propia ni al salir de clase, porque actúan todo el tiempo en su nombre y en coordinación perfecta con la Puerta del Sol, donde habita la mayor gloria del liberalismo hispano.