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Test para comprobar cuán de izquierdas es Zapatero
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Juan Carlos Escudier

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Test para comprobar cuán de izquierdas es Zapatero

Los resultados de las elecciones europeas han generalizado dos ideas: la primera es que la izquierda está en crisis; y la segunda es que Zapatero también

Los resultados de las elecciones europeas han generalizado dos ideas: la primera es que la izquierda está en crisis; y la segunda es que Zapatero también lo está. Ambas premisas deberían bastar para concluir que Zapatero está en crisis por ser de izquierdas, aunque sobre esto último existe una duda más que razonable. Del presidente sabemos por Rajoy que es un peligroso radical y hasta él mismo ha llegado a definirse como un rojo, pero haría falta algo más para poder considerarle un arquetipo de la izquierda.

Al fin y al cabo, ¿qué es la izquierda? Hace casi siete años, en una conferencia en El Escorial, Zapatero respondía a esta pregunta con una obviedad algo más enjundiosa de las que luego ha prodigado. Ser de izquierdas era, a su juicio, no ser de derechas, ya que, siendo los de este grupo fácilmente reconocibles, “la discutida izquierda” podía definirse “en contraposición a la nítida derecha”. Eran los tiempos en los que se aceptaba que las ideologías habían muerto o estaban en cuidados paliativos, y el entonces líder de la oposición trataba de alumbrar un nuevo pensamiento político que le diferenciara de su pasado inmediato -o sea del felipismo- y de esa Tercera Vía que encarnaba Tony Blair, con la que era difícil comulgar porque como izquierda era bastante tímida y, además, el británico se lo hacía con Aznar y enviaba sus legiones a Iraq, lo cual era una herejía.

Por aquel entonces fue cuando abrazó al republicanismo de Petit, una suerte de virtuoso medio aristotélico entre el socialismo y el liberalismo, entre el Estado y el mercado, aunque claramente sesgado hacia el segundo. Si el socialismo clásico se alzaba sobre la igualdad, el republicanismo lo hacía sobre la libertad, asignando al Estado la función de evitar y corregir situaciones de dominación que maniataban a ciertos colectivos y hacían vulnerables a sus integrantes. Las mujeres en general, las maltratadas en particular, los homosexuales o los dependientes podían ser fácilmente identificados como colectivos en situación de dominación, y a ellos dirigió Zapatero su cruzada por los derechos civiles. ¿Es de izquierdas defender  la no discriminación de las mujeres, el matrimonio entre personas del mismo sexo o la atención del Estado a la dependencia?  Sólo si la derecha se pone en contra, en aplicación de la máxima antes mencionada: ser de izquierdas es no ser de derechas.

La verdad es que el juego funcionó relativamente bien, gracias a que el PP, que asumió como propio el ideario de la Conferencia Episcopal, colaboró activamente al marcar inexistentes diferencias entre la izquierda y la derecha, algo que, ya en menor medida, sigue haciendo con la nueva regulación del aborto. El republicanismo se había demostrado útil para renovar la fachada del edificio, conservando intactos los pilares de una política económica que apenas si difería de la practicada por Rato y su séquito de liberales.

No es que Zapatero aceptara como irremediable la práctica de políticas económicas liberales sino que siempre creyó que por esa senda caminaba la sociedad y que ahí había radicado el éxito de Aznar en el Gobierno. De hecho, fue el grupo de cerebros que reunió Jordi Sevilla en la oposición, con Miguel Sebastián a la cabeza, el que alumbró la idea del tipo único del IRPF, una propuesta que no era socialista a fuer de liberal, sino  que era sencillamente neoliberal y acababa de un plumazo con la progresividad fiscal. Se trataba de ser más pepistas que el PP o, al menos intentarlo. A Rato no le costó mucho trabajo ridiculizar un proyecto que, como explicó, si a alguien beneficiaba, era a los ricos.

La prueba evidente de que nunca fue intención de Zapatero practicar una política económica socialdemócrata es que ninguno de los asesores de los que se ha rodeado lo ha sido nunca. Solbes llegó como la garantía ante los agentes económicos de que todo seguiría igual, y así fue durante todo el tiempo que duró la bonanza. Y si Solbes no era la reencarnación de Keynes, lo mismo podría decirse del propio Sevilla, Sebastián, Taguas o, más recientemente, Elena Salgado y su secretario de Estado José Manuel Campa. ¿Que con el PSOE subieron las pensiones y el salario mínimo mucho más de lo que lo hubieran hecho con el PP? Es posible, pero la esencia se mantuvo inalterada.

El conflicto ha llegado con la crisis, que ha dejado a Zapatero maniatado en el medio del laberinto. Una política liberal como la practicada hubiera aconsejado emprender las tan cacareadas reformas estructurales, especialmente la del mercado de trabajo, pero ello acarrearía un grave enfrentamiento con las bases del partido y con los sindicatos; y una socialdemócrata apostaría por incrementar decididamente el gasto público productivo para crear empleo y por aumentar los impuestos de los que más tienen para abastecer al Estado de recursos. Queriendo nadar y guardar la ropa o el disfraz, el presidente se ha sentado a esperar que acabe la pesadilla y a rezar para que lo haga cuanto antes. 

Para confirmar que la política económica del PSOE no es de izquierdas podría utilizarse el mismo método que sugería Zapatero en su conferencia de 2002. Si algo no es de izquierdas, ha de ser de derechas. Veamos: no es de izquierdas entregar linealmente 400 euros a cada contribuyente, sin importar su nivel de ingresos; no es de izquierdas regalar 2.500 euros a cada parturienta, sean cuales sean sus recursos; no es de izquierdas eliminar un impuesto, el del patrimonio, que gravaba esencialmente a los que más tienen; y no es de izquierdas tratar de compensarlo con una subida de impuestos indirectos. No deja de tener su gracia que, urgido por su minoría parlamentaria, el único diputado de Iniciativa pueda obligar al PSOE a modificar todo lo anterior, so pena de no poder sacar adelante los próximos Presupuestos Generales del Estado.

Una política económica de izquierdas se habría planteado, al menos, obligar a la banca a trasladar a créditos las inmensas ayudas públicas que están recibiendo. ¿Cómo? Pues estudiando medidas excepcionales, entre las que no habría por qué descartar la nacionalización de las cajas de ahorro, algo que además serviría para acabar con las permanentes luchas partidistas por el control de estas instituciones.

Posiblemente, la explicación al retroceso de los partidos socialistas europeos sea su consciente abandono de las ideas socialdemócratas. En esto, Zapatero no representaría ninguna extravagancia. Su nuevo socialismo tiene poco de socialista en lo que a la política económica se refiere. Pero es lo que hay.

Los resultados de las elecciones europeas han generalizado dos ideas: la primera es que la izquierda está en crisis; y la segunda es que Zapatero también lo está. Ambas premisas deberían bastar para concluir que Zapatero está en crisis por ser de izquierdas, aunque sobre esto último existe una duda más que razonable. Del presidente sabemos por Rajoy que es un peligroso radical y hasta él mismo ha llegado a definirse como un rojo, pero haría falta algo más para poder considerarle un arquetipo de la izquierda.