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Sobre Rajoy y Bárcenas, un suponer
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Juan Carlos Escudier

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Sobre Rajoy y Bárcenas, un suponer

Tras la imputación formal de su tesorero por un presunto delito fiscal y otro de cohecho, el PP se ha felicitado de que el Tribunal Supremo

Tras la imputación formal de su tesorero por un presunto delito fiscal y otro de cohecho, el PP se ha felicitado de que el Tribunal Supremo no haya apreciado por el momento indicios de financiación ilegal del partido, lo que da idea del punto exacto dónde a Rajoy le ha estado apretando el zapato en los últimos meses. Antes de caer en un preocupante coma declarativo acerca del futuro de Luis Bárcenas, el gallego se había presentado a sí mismo como un hombre justo del que no había que esperar que hiciera rodar sin pruebas ninguna cabeza. Más que un líder, una madre. Así es Mariano.

Teóricamente, es posible admitir que, por ser más justo que el mismísimo Salomón, Rajoy se haya limitado a encogerse de hombros mientras tres instancias judiciales distintas coincidían en atribuir a Bárcenas una supuesta querencia a llevárselo crudo. Pero aceptar este razonamiento devalúa, a la vez, el altísimo sentido de la justicia que intuimos en el presidente de los populares. Dicho de otra manera: si al defender contra viento y marea la honorabilidad de Bárcenas, Jesús Merino –el otro encausado por el Supremo- y Francisco Camps ha procedido justamente, ¿no habrá pecado de injusto con Alberto López Viejo, Jesús Sepúlveda, Benjamín Martín Vasco, Ginés López Rodríguez, Arturo González Panero, Guillermo Ortega y Víctor Campos, a los que suspendió de militancia en un santiamén? ¿O acaso contra éstos últimos ya tenía constancia palpable de su enriquecimiento ilícito?

Recapitulemos. Rajoy es un hombre justo por naturaleza que, tal y como ha quedado acreditado, puede llegar a ser Teresa de Calcuta si se trata de amparar a quien él mismo colocó al frente de las finanzas del partido. Sabemos que este señor justísimo no se deja influenciar ni por el Supremo, y presumimos, además, que no se le engaña con facilidad, porque para eso le tenemos opositando a la Moncloa. Tamaña mezcla de bonhomía e inteligencia no admite reparos. Si a Rajoy le parece normal que alguien como Bárcenas se compre casas de lujo a tocateja o se pasee por la calle con fajos de Bin Laden en la americana, ¿quiénes somos nosotros para desconfiar y extender sospechas infundadas?

Ahora bien, supongamos que el sentido de la justicia de Rajoy es puro teatro y que, en realidad, Bárcenas es un grano que no puede extirpar sin mancharse el traje. Supongamos que la verdadera razón por la que protege a su tesorero es porque no puede arriesgarse a que tire de la manta y descubra operaciones de dudosa legalidad en torno a la financiación del partido.

Demos por sentado que el PP no es una excepción entre los partidos y que su caso encaja como un guante en el famoso dilema del prisionero de la teoría de los juegos. Esto es: si el resto cumple la ley a rajatabla a la hora de llenar sus arcas lo mejor que puede hacer un partido es financiarse de manera irregular para obtener ventaja; y si todos se hacen aviones de papel con la norma, lo aconsejable es imitarles para no estar en desventaja.

Supongamos además que el caso Filesa no sólo ha servido de escarmiento al PSOE sino que ha dejado instructivas enseñanzas. ¿Para qué recurrir a la extorsión a grandes compañías y justificar las mordidas con informes inexistentes cuando se pueden obtener grandes cantidades adjudicando a empresas propias o de militantes fieles contratos suculentos de las administraciones que el partido controla? El riesgo de ser descubiertos es mínimo. No hay contables chilenos de por medio y todos ganan, desde el alcalde al consejero. ¿Quién si no alguien del propio partido podría matar la gallina de los huevos de oro?

Supongamos que Rajoy, que no será justo pero tampoco un memo, conoce los entresijos y establece un cordón sanitario en torno a la dirección nacional del partido, de manera que los conseguidores no actúen en sus inmediaciones ni hagan trabajos en campañas electorales. 

Supongamos que la trama tiene cabezas visibles, algunas engominadas y otras con bigote, pero que, en realidad, el ideólogo se dedica a registrar ingresos y a desviar otros a su bolsillo, con los que, además de dorarse el riñón, alivia la deuda del PP, que según los datos conocidos en 2005 era de 16,3 millones de euros, 12 menos que en el año anterior.

Supongamos que, destapado el escándalo, el PP rescata su manual de actuaciones en el ‘caso Naseiro’ y trata de volver el caso en contra del juez, el fiscal, el ministro de turno o de los medios de comunicación menos afines.

Supongamos, finalmente, que, concluida esta fase, y ante la evidencia de que la Justicia seguirá adelante con la causa, distintas voces del partido reclaman el sacrificio del tesorero, aun cuando se haya comprobado que el electorado, al menos por el momento, no castiga determinadas conductas.

Supongamos que Rajoy querría hacerlo y no puede, ya sea por amor de madre o por temor justificado. Supongamos todo esto. ¿Alguien cree sinceramente que sería mucho suponer?

Tras la imputación formal de su tesorero por un presunto delito fiscal y otro de cohecho, el PP se ha felicitado de que el Tribunal Supremo no haya apreciado por el momento indicios de financiación ilegal del partido, lo que da idea del punto exacto dónde a Rajoy le ha estado apretando el zapato en los últimos meses. Antes de caer en un preocupante coma declarativo acerca del futuro de Luis Bárcenas, el gallego se había presentado a sí mismo como un hombre justo del que no había que esperar que hiciera rodar sin pruebas ninguna cabeza. Más que un líder, una madre. Así es Mariano.

Luis Bárcenas Mariano Rajoy Caso Gürtel