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Vamos a contar mentiras, tralará
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Carlos Fonseca

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Carlos Fonseca

Vamos a contar mentiras, tralará

Tengo claro que las elecciones las va a ganar el PP pero más por demérito del PSOE que por méritos propios. La encuesta del Centro de Investigaciones

Tengo claro que las elecciones las va a ganar el PP pero más por demérito del PSOE que por méritos propios. La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que se conoció el viernes concede a Mariano Rajoy una amplia mayoría absoluta, pero a mí me llaman la atención otros datos que ponen de relieve el hartazgo ciudadano hacia ambos partidos y sus candidatos. Se los cuento: el 61,8 % de los encuestados dice que la gestión del Gobierno socialista ha sido mala o muy mala (solo un 0,4 % de optimistas antropológicos la califica de muy buena, ¿será el voto de los mercados?) y al 62,5% le parece que si el PP hubiera estado al frente del Ejecutivo lo habría hecho igual o peor y, además, el 49% cree que su papel en la oposición ha sido malo, muy malo. Solo el 10,2% lo califica de bueno, y un minúsculo 0,8% de muy bueno. ¡Toma credibilidad!

Los candidatos salen también muy mal parados. Alfredo Pérez Rubalcaba suspende con un 4,54 en valoración y Rajoy con el 4,43%, y ninguno de los dos convence a los electores: al 71,7% Rajoy les merece poca o ninguna confianza, y lo mismo le pasa a Rubalcaba, con el 69,3% . Datos que unos y otros deberían tener muy en cuenta porque ponen de relieve la cada vez más acusada desafección de los ciudadanos hacia la política ante la incapacidad de los dos partidos mayoritarios para resolver la crisis económica y sus dramáticas consecuencias: 5 millones de parados.

Dicho lo cual, vayamos a la campaña electoral que acaba de comenzar, continuación de la eterna precampaña que hemos sufrido, de la que solo se diferencia en que los candidatos pueden pedir el voto y a los cartelones les añaden el "vota PSOE" o "vota PP". Los dos candidatos llevan tiempo vendiendo lo mismo: que él es la solución y el otro el problema. El objetivo es captar el voto de los indecisos, que los sociólogos dicen que son los que deciden al vencedor.  A los convencidos les sobran los mítines y la propaganda; tienen el voto decidido y lo mantienen a capa y espada, aunque su candidato diga que les va a bajar el sueldo un 50%. Son los beatos de la política, que prefieren la fe ciega a la razón, que obliga a pensar y genera dudas incómodas.  

¿Y qué me dicen de los programas electorales?, esos voluminosos documentos en los que los partidos dejan, negro sobre blanco, sus compromisos con los electores si resultan ganadores. Decenas y decenas de folios tremendamente aburridos e imprecisos, en los que al final no sabes si ha ganado el bueno o el protagonista se ha casado con la chica. Igual que los bancos nos ofrecen un interés por dejarles nuestro dinero y luego nos meten la mano (comisiones) en el bolsillo para quitarnos las cuatro perras que nos han dado, los candidatos prometen y prometen, pero llegado el momento de la verdad, ¡qué desilusión!, circunstancias ajenas a su voluntad les impiden cumplir lo que nos ofrecieron a cambio de nuestro voto.

No sé si Rubalcaba sería un buen presidente, pero ha formado parte del Gobierno que ha abaratado el despido y fomentado la temporalidad, lo que le resta credibilidad para hablar de creación de empleo. Si tenía la receta, ¿por qué no aplicó cuando era vicepresidente?  Cinco millones de parados no tienen excusa y demuestran que las medidas adoptadas por el Gobierno para detener esta sangría no han dado resultado, pero tampoco se han tomado otras decisiones alternativas. De Rajoy sabemos que es gallego, y poco más, porque es hombre de pocas palabras y lugares comunes. Ya saben, “España necesita un Gobierno fuerte”, bla, bla, bla.

Es todo tan previsible que hasta me atrevo a anticipar el discurso del presidente Rajoy para justificar la poda de derechos que viene: el PSOE nos ha dejado el Estado en cueros, hipotecado hasta las cejas (va con segundas), lo que nos obliga a nuevos recortes que, con el esfuerzo de todos, harán que este gran país salga adelante y recupere la senda de la creación de empleo. ¿Les suena, verdad?

Los empresarios irán entonces corriendo a reclamar la madre de todas las reformas laborales  (ya saben, menos derechos laborales) para que ellos, auténticos motores de la economía, los únicos capaces de crear empleo y riqueza, nos saquen del atolladero. Dicho sin eufemismos, salarios más bajos, despidos más baratos y más temporalidad. Ese y no otro ha sido el resultado de la reforma laboral aprobada esta legislatura.

La democracia participativa se limita desde hace demasiado tiempo a depositar el voto en una urna y olvidarse hasta la próxima convocatoria electoral. Los partidos se creen que ese voto les legitima para hacer cualquier cosa, aunque no figure en su programa, y que no tienen que dar explicaciones a nadie. Santa Rita, Rita, el voto que se da no se quita. Vivimos en una sociedad que esconde su tragedia detrás de eufemismos. Ya no hay parados, sino desempleados, o personas en expectativa de trabajo, o demandantes de empleo; las empresas no despiden, hacen recortes; los despidos con indemnización son bajas incentivadas, y los despidos masivos no son tales, sino regulaciones de empleo. Pero no nos equivoquemos, gane Rajoy o, ¡milagro!, Rubalcaba, van a ser meros ejecutores de las recomendaciones, otro eufemismo para no decir órdenes, de la Unión Europea (léase Merkel y Sarkozy) y el Fondo Monetario Internacional (FMI), que se resumen en tres: recortar, recortar y recortar.

La política se ha rendido a los mercados. Son ellos los que nos gobiernan, aunque nadie los haya votado.

Hasta el próximo sábado.

Tengo claro que las elecciones las va a ganar el PP pero más por demérito del PSOE que por méritos propios. La encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) que se conoció el viernes concede a Mariano Rajoy una amplia mayoría absoluta, pero a mí me llaman la atención otros datos que ponen de relieve el hartazgo ciudadano hacia ambos partidos y sus candidatos. Se los cuento: el 61,8 % de los encuestados dice que la gestión del Gobierno socialista ha sido mala o muy mala (solo un 0,4 % de optimistas antropológicos la califica de muy buena, ¿será el voto de los mercados?) y al 62,5% le parece que si el PP hubiera estado al frente del Ejecutivo lo habría hecho igual o peor y, además, el 49% cree que su papel en la oposición ha sido malo, muy malo. Solo el 10,2% lo califica de bueno, y un minúsculo 0,8% de muy bueno. ¡Toma credibilidad!